Mad Cool parece un festival empecinado en complicarse la vida a sí mismo hasta llegar al mismísimo colapso. Por su tamaño, su músculo financiero y su apoyo público, está siempre de por sí en el disparadero y le gusta tanto que, si puede, se pone una diana en el pecho. Solo así se explica una jornada final de sábado en la que todo el mundo llegó a sentirse en algún momento sobrepasado e incómodo en un entorno que se reveló como preocupantemente hostil después de dos días razonables (obviando, venga, va, el problema de las largas colas del arranque, ya de por sí un mal comienzo luego subsanado).
Había que probar el nuevo recinto, vale. Había que comprobar qué pasa si metes a 70.000 personas ahí dentro, de acuerdo. Pues ya lo sabemos y, sorpresa, sale mal. Detallito sin importancia que la organización dijera que el jueves fuimos 65.000 y se estuviera estupendamente dentro, que el viernes fuéramos 67.000 y se siguiera disfrutando guay, y el sábado llegáramos a 70.000 y casi revientan las costuras del lugar con todos nosotros dentro. Bailes de cifras oficiales aparte, ayer ya se preveía llenazo, pero según iban las cosas no era esperable que la experiencia festivalera fuera así de irritante.
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El diseño interior es un desastre. Hay, no sé cómo demonios acabamos allí, un pasillo de apenas un metro de ancho al lado de una torre de alta tensión de esas que habrá que soterrar. Y luego, esas apreturas para entrar a los baños por una entrada ridículamente pequeña para todo el gran espacio que luego hay dentro. No tiene sentido, además, que sean los únicos baños y estén en todo el centro del recinto, rodeados de stands de marcas comerciales que hacen la zona impracticable. Luego pasa lo que pasa, que se pone el personal a mear donde pilla porque llegar hasta la zona en cuestión se pone imposible y así es como se empieza a crispar el ambiente (con seguratas obligados a regañar a adultos muy adultos). Molestias, penurias, engorros. Si había que probar la capacidad del nuevo recinto a máximo rendimiento, vale, ya la hemos probado.
Y de la misma manera que se tomó buena nota después del año de Pearl Jam en 2018 cuando casi explota Valdebebas, lo suyo es comprender que no se puede volver a congregar a tanta gente como ayer. Porque mientras volvía a casa de copiloto, mirando por la A42 la fila interminable de taxis con la luz verde que accedían a Villaverde desde la entrada de Parquesur, pensaba en voz alta: «No pasa nada porque no tiene que pasar». Pero es que si un día tiene que pasar, va a pasar. Y no es justo para los que les toque sufrirlo y tampoco, en última instancia, para un festival que jueves y viernes se disfrutó mucho dentro, con un sonido excepcional y una amplia zona para moverse razonablemente bien, sin tanto agobio y, en última instancia, peligro. El ultraliberalismo no es el camino, nos pone en peligro.
Yo tengo una vara de medir peculiar que os voy a contar. Vamos con un carromato rojo por el que nos preguntan sin parar porque llevamos dentro a un niño de cinco años que va como un señor. Es la envidia de todos a nuestro paso. Lo hemos recomendado centenares de veces a desconocidos con los que nos hemos reído mucho. Imaginad este sábado moverse con eso: poco menos que imposible. Pero es que, más allá de eso, yo me desentiendo a ratos para llegar a los escenarios y no pude ver a Primal Scream porque me pareció que no tenía sentido meterse ahí, en un tercer escenario igualmente de entrada angosta donde no cabía ni el pelo de una gamba, como diría aquel. Así que nada, para atrás jugando a amarrar lo que tenemos, no se vaya a complicar.
Belako
Ya al llegar el sábado se notaba. Muchos más coches, mucha más gente desde las cinco de la tarde por los aledaños. Estaba todo vendido, estaba claro. Pero ahora, a toro pasado, te das cuenta de que no había más gente, sino muchísima más gente ya entrando a esas horas. Llegar a Belako no fue un problema, era temprano. Dieron un concierto corto porque era lo que tocaba, en las condiciones que se pueden sacar de esa carpa y estuvo bien dadas las circunstancias. Al estar ese escenario frente a la entrada principal, ya se notaba que el personal llegaba en riadas, pero nada preocupante porque se acercaba el primer gran reclamo pasadas las siete y media. Te podías mover fácil.
Así que rápidamente a Liam Gallagher en el escenario principal. Contando, claro, con que la parroquia guiri estaría ahí a tope cerrando filas, creando comúnidad lejos de casa, que es una cosa ciertamente molona siempre. Había un ambiente bien majo. Tanto es así que un londinense se nos acercó para contarnos que nos había hecho unas fotos que le parecían muy divertidas y nos las quería pasar. Éramos nosotros haciendo cucamonas con el carromato rojo, el niño, los amigos. Me guardó entre sus contactos como ‘Funny guy Mad Cool’, lo cual lógicamente me agradó y compartimos un poco de cerveza.
Es un detalle no menor que en ese momento no pasó de la típica anécdota divertida pero que luego, igualmente volviendo a casa revisando el teléfono, cobró toda su relevancia. Empezamos queriéndonos en el lugar y terminamos crispados, si dura dos horas más quien sabe lo que hubiera pasado, además con Prodigy tocando como en el Festimad de 2005 en Fuenlabrada (ahora lo contamos como héroes, pero todos fuimos villanos entonces, como esta noche).
Liam Gallagher
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Liam Gallagher sale con cazadora, cortavientos o lo que sea eso a 50 grados porque solo él siente el frío que hace fuera de Oasis. La temperatura por la que todos nos regimos a él le da igual, lleva otra arraigada bien dentro. Después de un cántico grabado sobre la Champions del Manchester City arranca con dos pedradas en la cabeza: ‘Morning glory’ y ‘Rock n’ Roll Star’. Prácticamente con eso ya estaría. Un gustazo. Oasis lo levanta todo tanto que el problema real es la caída. ‘Wall of glass’ y ‘Better days’ mantienen un poquito. De nuevo Oasis: ‘Stand by me’, ‘Roll it over’ y la grandísima ‘Slide away’. Mantengo la teoría de que este fue el momento exacto en el que todo comenzó a descarrilar pero, claro, en el momento no lo sabíamos.
El concierto decae, se hace un tanto romo. La peña pasa hasta que regresa Oasis y esto se finiquita por la vía del descabello: ‘Cigarrettes & Alcohol’, la archiconocidísima ‘Wonderwall’ y ‘Champagne Supernova’ que siempre funciona. Es ahí, cuando queremos irnos a ver a Morgan y a Primal Scream, cuando somos conscientes de que en realidad estamos atrapados a la izquierda del escenario principal. Pero como siempre pasa en estos casos, no te das cuenta del todo porque no quieres. Vas tirando y cada vez más y más gente por todas partes. Lo de los baños, inenarrable. Inexplicablemente y después de charlar entre risas con una pareja que quiere llevar nuestro carromato al Rototom llegamos a Morgan. Ya están acabando claro, pero al menos es ‘Sargento de hierro’, una de esas canciones que, en situaciones extremas, siempre reconforta.
No Primal Scream
«Te vas tú otra vez para donde estábamos con Liam a coger sitio y yo voy a Primal Scream». Esa frase se pronunció. A los pocos minutos ya daba igual, ya iba tarde, así que nada, de vuelta al escenario principal. Una putada porque queda una hora entera pero es que ya no se puede estar en otro lado sin estar penando y tampoco sabes si luego vas a penar aún más. Una putada porque no sirve de nada tener bandas guays en el cartel si la gente no puede llegar a verlas con normalidad. Esperamos a los Red Hot Chili Peppers, de donde los fotógrafos fueron sacados por detrás del escenario para que pudieran llegar a la zona de prensa, algo inédito pero es que, de lo contrario, aún seguirían allí.
Los Chili. Bueno. Pues es que siempre tiene uno con ellos la sensación de que sus conciertos están un puntito por debajo de lo que deberían estar. No les vamos a pedir la excelencia de la matrícula de honor, pero igual aspirar al notable. No tengo claro que pasaran del seis anoche. Aprueban, sí, pero te joden porque sabes que podrían sacar mucha más nota, pero están cómodos así por mucho que Flea vaya de indio por la vida. No tan indio, querido.
Red Hot Chili Peppers
Y no es una cuestión del repertorio escogido, aunque un poco sí. Esa sensación plana que suelen dejar sus directos es así desde hace casi ya veinte años. Ya puede entrar Flea haciendo el pino o llevar una pegata en el bajo de ‘Support your local freak’ que, bueno, en fin. Es guay volver a contemplar a John Frusciante en su sitio natural en el universo, es una justicia poética que no siempre ocurre entre tanto desorden mundial. Ambos desencadenan una jam de apertura prometedora que, seguida de ‘Around the world’, convence. A partir de ahí, la cosa es para die hard fans, lo cual en realidad es un diez para ellos en ese sentido pero, claro, en un festival con tanto público casual, desangela. Y, como Liam Gallagher, hay quien siente un frío que pela.
‘The Zephyr song’, ‘Snow (Hey oh)’, ‘Here ever after’, ‘Hard to concentrate’, ‘I like dirt’. Si no estás muy puesto en el picante, esto te va a resultar chocante: ‘Reach out’, ‘Don’t forget me’. ‘Eddie’, ‘Tippa my tongue’ (¡una nueva que mola!). El que más mola es, en cualquier caso, Chad Smith siempre. Qué pegada, qué manera de clavarte las baquetas en el corazón, podrías intentar escapar a la Cochinchina y seguirías escuchando sus redobles.
Anthony Kiedis muestra una buena forma vocal, aunque lleve algún tipo de ortopedia en una pierna que la limita corporalmente. Ahora sí: ‘Californication’ y ‘By the way’ con la también reciente ‘Black summer’ en medio. Correctísimo, lo agradece mucho el público. Lo que pasa es que este grupo nunca toca más de apenas hora y media y no va a cambiar eso en este festival, primero tirando de ‘I could have lied’ y finiquitando con un ‘Give it away’ que de tan resobado sabe a más bien poco. Un show estupendo pero no un recital maravilloso (y estoy siendo generoso porque, como todos, en realidad les quiero por tantos momentos).
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¿Vamos a ver a los Prodigy o qué? En pleno delirio febril eso también se dijo en voz alta. Que claro que se podría llegar, en un momento dado. Pero las corrientes y los flujos de miles de personas en diferentes direcciones por el recinto lo desaconsejaban claramente. De hecho, se intentó. Primero, permaneciendo quietos camino al segundo escenario, esperando a que aclarara una situación que no aclaraba mientras Prodigy ya empezaba. No es una cuestión de carromato, podría haber ido.
Quien quiso, con empeño y paciencia, llegó. Desde detrás de la noria, tras salir por la puerta de prensa, era evidente que estaba molando mucho pero también estaba ya claro que Mad Cool 2023 estaba terminado con una extraña excitación en el ambiente. No lo digo por las personas que atropellamos sin querer, a las que desde aquí pido perdón (menos a una chica especialmente tonta que, por supuesto, nos tuvo que tocar a nosotros en el peor momento, aunque ella ya lo sabe porque se dijo claro). No es por eso. Es porque el Mad Cool 2023 estaba al borde del colapso y fue mejor que acabara a las dos, como acabó, a que mutara en lo que estaba mutando y por algún lado reventara.