Salif Keïta + Omara Portuondo (2023) Noches del Botánico

Crónicas
Viajando de Cuba al África occidental

Las camisas de colores se apoderaron del botánico. La ola de calor con 37º a la sombra tuvo algo de culpa, pero también las músicas de Omara Portuondo y Salif Keita, que invitan a llevar frescas guayaberas o coloridos estampados para bailar felices entre sudores. Hace once meses pudimos ver a la cubana en el patio del Conde Duque en una cita que, según los comentarios de su propia banda, posiblemente sería su última vez en Madrid. Pero la vida es generosa con la habanera y con su público, y ha vuelto hasta con un disco nuevo. Convenientemente titulado ‘Vida’, contiene once cortes con mensajes que, desde la curtida veteranía de la voz protagonista, resuenan de una manera especial.

Con la misma temperatura que en su Habana natal esperamos la aparición de la cantante. Su banda -batería, contrabajo, percusiones y piano- abrió con una larga introducción repleta de solos mientras una amplia silla de mimbre con cojines permanece vacía hasta que llega “la novia del filin, la diva del buena vista”. Ovación para la cubana en el Botánico. Su fragilidad enternece y emociona a partes iguales, y los vítores aumentan cuando agita sus brazos para bailar o solicita palmas.

‘Drume negrita’ es una de las canciones más famosas de la isla caribeña, y Omara una de sus grandes embajadoras. La artista ya no tiene la voz de antaño, en ocasiones apenas un hilo sale de sus comisuras, ¡pero qué carajo!, no vinimos por la potencia, sino por el filin. Y eso no se pierde nunca. En uno de los días más calurosos del año el público agita sus abanicos al ritmo de la música y baila sin descanso.

TODAS LAS FOTOS SON DE FER GONZÁLEZ.
Nuevo álbum

De su recién estrenado álbum interpretó ‘Lo que me queda por vivir’, que en estudio cuenta con la colaboración de Raphael, ese joven con 13 años menos que Portuondo. Tras un breve descanso para la diva durante el que la banda ameniza con ‘La negra Tomasa’, vuelven a salir de la silla de mimbre clásicos absolutos como ‘Veinte años’ –interpretada por Nora con 81 años menos hace unos días, ‘Lágrimas negras’ o un ‘Bésame mucho’ con un subtexto muy diferente en boca de la cubana.

Aún quedó rato para bromear con su pianista para que la llamase “señorita” y no “señora”, y para unos últimos bailes, donde vemos que, aunque ya no sea el torrente escénico de antaño, en su mente lo sigue siendo. Una pena que durante todo el concierto el volumen no pareciera el adecuado, o estuvo muy bajo o habría que haber desalojado a los que se tomaban la libertad de comentar sus insulsas vidas desde la quinta fila. Tribunal de la Haya, tienes trabajo.

SALIF KEITA

La vida de Salif Keita da para un más que jugoso biopic. Nacido cerca de Bamako -actual capital de Mali- cuando la región aún era una colonia francesa, fue doblemente marginado y maldito. Primero por ser albino, más tarde por querer ser músico. El joven Salif no cejó en su empeño y hoy día, con 73 años, valoramos su carrera tanto desde la parte artística como desde el activismo, donde la Salif Keita Global Foundation ha provocado grandes avances en la vida de los albinos africanos.

En su país es una auténtica eminencia, una verdadera estrella, y es curioso que en directo está más pendiente de sus músicos que de sí mismo. Los presenta, los elogia, y él mismo se pone a hacer coros mientras canta alguna de las coristas. No es para menos, la banda es una de las más potentes que hemos podido ver en nuestra vida, un auténtico all star de su región. Once músicos sobre el escenario que se funden a través de los sonidos tradicionales en un afropop bailable, cautivador y muy agradable. El ritmo no cambia en ningún momento, ni falta que hace, palmas regulares a negras, y dentro de esa cadencia caben cánticos de alegría y letras que plasman las preocupaciones del maliense.

Nivel superlativo

Presenta a uno de sus músicos como “el que mejor toca la kora en el mundo” y, sin ser expertos en este instrumento africano a mitad de camino entre un arpa y un laúd, la verdad es que podría serlo. Más experiencia tenemos en guitarristas y bajistas, y el nivel fue superlativo. El guitarrista gusta de pasearse con despreocupación y chulería mientras aúna estallidos hendrixianos con melodías dignas de Wes Montgomery y un soporte rítmico que emocionaría a Jimmy Page. El bajista es improvisador y juguetón, y nos regaló uno de los mejores solos que hemos podido presenciar. Insuperables.

Salif Keita ahonda en su blancura siendo el único que va de blanco. Si añadimos sus gafas de sol -los albinos suelen tener problemas oftalmológicos-, su sombrero y su porte, apostaríamos nuestro dinero a que lidera el rat pack del oeste de áfrica. Reconocemos ‘Yamore’ uno de sus grandes éxitos, pero en realidad las canciones apenas son excusas para generar mantras circulares donde todo fluye. El ritmo lo es todo en temas de 10 minutos que se pasan en un suspiro. Dos horas de baile después una pareja de amigos comentan a la salida “estos ritmos africanos se te meten por los intestinos”.

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