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Arctic Monkeys en el WiZink Center, a la temperatura perfecta para congelar el infierno

Crónicas

Tremendísimo concierto de Arctic Monkeys con aroma a noche memorable en el WiZink Center. Hay que decirlo sin rodeos, directos al epicentro. La banda que vino del frío arde a la temperatura perfecta para congelar el mismísimo infierno. Tal es el poderío y el señorío de unos monos que no espera a la nostalgia para convertirse en clásica porque ya lo es en este fugaz presente que más pronto que tarde será pasado. Su santiamén es ahora.

Empezaron tan jóvenes que llevan con nosotros casi diríase que toda la vida, pero lo cierto es que es ya. Está pasando ante nuestros ojos su momento de clímax. Llevan veinte años de carrera y todavía les quedan unos poquitos para cumplir los cuarenta. Parece que tienen más edad de la que tienen porque han alcanzado un grado de madurez profundamente consistente. Y es ahora cuando hay que verles.

Estableciendo esos paralelismos inevitables, podría decirse que los Arctic Monkeys que asolaron la pasada noche el WiZink Center -y que hoy repiten- están el primer lustro de los años noventa de U2. Lo cual no es una cosa menor, o dicho de otro modo, es cosa mayor. Como los todavía treinteañeros que son, pueden en cualquier momento empezar a sentir el fresquito gélido de las más vertiginosas alturas, pues la historia nos dice que las bandas de rock flaquean pasados los cuarenta, pero eso es algo que está por verse y que no se atisba todavía.

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Muy probablemente se hubieran derretido no hubieran dado los volantazos estilísticos que han ido dando con cada nuevo disco. Impensable un par de lustros atrás este arranque con ‘Sculputures of anything goes’, evocador e inquietante tema de su más reciente entrega, ‘The car’ (2022), que nos muestra de primeras al Alex Turner más croonerista y manierista. Agarra el pie de micro el cantante con ambas manos y lo levanta con los brazos separados. El público aúlla fascinado como los simios frente al monolito de ‘2001: Odisea en el espacio’. Es el amanecer del hombre convertido en estrella del rock.

Como este grupo tiene tantas caras, acto seguido sacan el martillo pilón en ‘Brainstorm’ y convierten a los 15.000 asistentes en primates fuera de control pegando botes. Esa dualidad es la que les mantiene en las alturas, esa falta de autocomplaciencia, toda la capacidad para engarzar canciones de rock garajero adolescente con baladones adultos de cierto toque decadente. Porque Alex Turner quiere ser, pongamos, por seguir por esa senda, Bono en los tiempos del ZOO TV pero, al mismo tiempo y como en aquellos años le pasara también a aquel, desea ser Frank Sinatra o Jacques Brel a su vez.

Crooner y estrella de rock

Crooner y estrella de rock mientras se suceden ‘Snap out of it’, ‘Crying lightning’, ‘The view from the afternoon’, ‘Four out of five’ o ‘Cornerstone’. El cuarteto, reforzado por tres músicos de apoyo que desaparecen en las canciones más añejas y aportan arreglos en las más nuevas. Se le cae a Alex Turner el carisma de los bolsillos con un dominio escénico superior. Elegante, mesiánico y molón a la vez al frente de unos Arctic Monkeys rockosos que reparten guitarrazos muy serios y son mucho más que solo eso. Pero es que eso lo hacen que te cagas en las bragas: ‘Why’d you only call me when you’re hight? o ‘Arabella’ son buena prueba.

La escenografía es sencilla y tiene ese toque setentero tan de Kubrick que tanto les pega (no era baladí la referencia inicial al monolito). Una gran pantalla circular en el centro del escenario agiganta a los músicos en formato más bien retro y vintage. No sé por qué, hay momentos en los que el cantante me parece una mezcla entre el mejor Camilo Sesto y Johnny Cash presentador de programas (debe ser por el formato de la imagen de las pantallas, que nos lleva a cierta época catódica). Con gestos de prestidigitador pop, se deja caer hacia atrás flexionando las rodillas y alzando los brazos como un David Copperfield del rock que nos muestra su gran truco final.

El aluvión que tampoco predijo la AEMET

Después de ‘I ain’t quite where I think I am’ se viene un considerable aluvión que tampoco predijo la AEMET: ‘Do me a favour’, ‘Pretty visitors’, ‘Fluorescent adolescent’, ‘Do I wanna know?’, ‘Mardy Bum’. Hay quien se engorila y salta sobre su butaca, lo cual provoca un desquiciado efecto llamada en cierta parte de las gradas. Es una banda arrolladora en comunión total con su público.

Esta es una de esas noches de las que dentro de unos años podremos decir eso «yo vi a Arctic Monkeys en 2023 en el #WiZinkCenter y sacar brillo a nuestras medallitas del rock. ‘There’d better be a mirrorball’, ‘505’ cogiendo altura y la gozosa desmesura instrumental y guitarrera de ‘Body paint’ ponen al personal del revés. Este último sea posiblemente uno de los momentos de la velada y el que explica el estatus de una formación que, lejos de quemarse, sigue controlando el termostato de las emociones como pocas.

Estamos en el interludio del bis y pensamos en alguna pega. Bueno, el sonido quizás algo enmarañado por el octanaje de decibelios cuando se trata de apabullar (pero vamos, que a nadie le amarga semejante dulce a todo volumen). Tal vez también los delirantes chillidos de (principalmente, aunque no solo) la sección femenina de fans entregadas al ídolo Alex Turner, si bien eso forma parte de todo esto. Quejas las justas, en definitiva y, en cualquier caso, nada obvias.

Victoria inapelable

El último tramo vuelve a resumir todo lo que Arctic Monkeys son a día de hoy. El spoken word de ‘Star treatment’, la euforia de la juventud en ‘I bet you look good on the dancefloor’ y los riff inmisericordes como despedida y cierre en ‘R U Mine?’ Podemos quejarnos, igual, de que la cosa se quede en 21 canciones y no alcance las dos horas, que siempre es como la duración redonda, pero es un lamento menor en cualquier caso, pues la sensación generalizada es de victoria inapelable.

Está pasando y de repente acaba de pasar. Cuando estamos en el presente no nos damos cuenta y luego decimos ‘hostia yo les vi tal año cuando de verdad molaban’. Esta banda lleva muchos años molando mucho, pero ahora es justo ‘ese instante’. Es ahora cuando Alex Turner canta, toca la guitarra y domina las poses y el escenario que da asco (ja) de lo sobrado que va, comandando una banda que suena con todo el drama épico de los grandes clásicos del cine bélico.

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