Hay veces que es difícil encontrar el adjetivo adecuado para definir un color, una sensación, un tipo de luz. Y el cielo de Madrid en este viernes lluvioso, cuando Anna García (quien firma las estupendas fotos que acompañan a este texto) y yo salimos del metro en Chamartín para encaminarnos a lo que en su momento fue la mítica sala Macumba y ahora tiene el más minimalista apelativo de “Lab The Club”, podría definirse como gris, pero no sería exacto.
El reflejo de las farolas ya encendidas sobre los charcos se proyecta hacia el cielo, así que las nubes no tienen un color exactamente plomizo… Según camino pienso que podría decirse que su color es “gris luminoso”. Y, prepárate para el giro de guion, Shyamalan con “El Sexto Sentido” es un aprendiz a mi lado, creo que ese paradójico “gris luminoso” podría ser también el adjetivo perfecto para definir el concierto que estamos a punto de presenciar. Os lo voy a contar: soy César Arza.
Vuelve la Macumba
Pero no adelantemos acontecimientos. Decíamos que la sala Macumba ahora es Lab The Club, y, aparte de seguir basando su programación en sesiones apoteósicas de música electrónica, con esta actuación apuesta por primera vez por un concierto de música en vivo. No es mal plan: ¿qué canción ha sido más bailada en las pistas de baile en los últimos cuarenta años (ufff… cuarenta) que el ‘Blue Monday’ de New Order? Cuando entramos en el recinto todo está como siempre, pero me fijo en que la indispensable bola de discoteca se ha movido a una esquinita secundaria del techo, donde no moleste en un evento como este… mira, primera pista de que esto va a ser algo diferente.

Mucho cincuentón y sesentón (casi me siento joven). Mucha camiseta con el espectro de rayos cósmicos (ey, soy astrofísico, permítanme la sobrada) que Peter Saville utilizó para la ultra-popular-y-ultra-sobre-utilizada-hasta-la-náusea portada del “Unknown Pleasures”. Me asalta una duda: para los que seguimos de forma férrea el polémico mandamiento de que no se puede acudir a un concierto con la camiseta del grupo que actúa (hoy The Smiths lucen en mi pecho): ¿llevar una camiseta de Joy Division es blasfemar contra nuestra creencia? ¿Ver el grupo “de versiones” de Peter Hook es o no es lo mismo que Joy Division? ¿Es como el gato de Schrödinger?
Pero no puedo dedicarle mucho tiempo a esas dudas idiotas porque con puntualidad británica (toma topicazo) ocupa el escenario Martin Rebelski que, tras dejar a los Doves atrás, ahora es el encargado de los teclados del grupo de Peter Hook. Y bueno, siendo prácticos, no está mal que el telonero sea alguien de casa. Son apenas cuatro temas y veinte minutos, la definición perfecta del “dark ambient”: acordes lentos de la parte grave del teclado, pads atmosféricos y nostálgicos… como si Angelo Badalamenti estuviera una vez más componiendo una nueva banda sonora para David Lynch (como dijo Iván Ferreiro hace unas semanas antes de interpretar su tema “Laura Palmer” en el Estaciones Sonoras de Cascante: “ahora más que nunca apetece nombrar a David Lynch”). De vez en cuando aparecen unos arpegios de “lead” que como mi mente tiene unas conexiones pelín extrañas me recuerdan a Bon Iver, pero en general este aperitivo nos pone con el ánimo perfecto para la actuación “gris luminosa” que viene a continuación.

Peter Hook y su gente en Madrid
Y de nuevo puntuales como tópicos británicos a las ocho en punto se suben a las tablas Peter Hook y su gente. Antes he dicho que está bien que el telonero sea “alguien de la casa” y la verdad es que puedo extender la expresión al grupo principal. Ya lo he comentado: el mismo Martin Rebelski que hace unos minutos ocupaba el centro del escenario ahora está en la parte trasera con los teclados… pero no es el único que hace pensar que “todo queda en familia”: el segundo bajista del grupo (aparte de Peter Hook) es su hijo, Jack Bates, de tal palo tal astilla. Y el guitarra y el batería (David Potts y Paul Kehoe) llegan rescatados de Monaco, la tercera banda de “Hooky” tras Joy Division y New Order (joder, menuda presión debieron de tener con esos antecedentes).
Y en realidad esa sensación de “familia” es la que transmiten desde el escenario: un grupo de colegas sesentones con sus vaqueros ajustados y sus camisetas negras (y unas Doc Martens en el caso de Peter Hook, que para eso es el jefe del cotarro y el más molón) que han reclutado al hijo de uno de ellos para echarse unas risas tocándose unos temas de cuando eran jóvenes… si hasta “Hooky” tiene un libro grandote apoyado en el pie del micro del que pasa página tras cada tema y en el que sospecho que lee las letras de las canciones.

Pero, claro, esos señores del escenario no son el grupo del primo de tu compañero de trabajo, a los que vas a ver tocar al bar del barrio un jueves por la tarde para no quedar mal con tu compi… es el fucking Peter Hook, el jodido bajista de New Order y Joy Division. Que se dice pronto, que durante más de dos horas y media te va a echar a la cara algunos de los temas más imprescindibles de la música popular del último medio siglo… y lo hace porque puede, porque él fue parte de aquella leyenda… pequeño matiz de diferencia con el grupo del primo.
Los dos ‘Substance’
La excusa de esta gira es tocar los dos “Substance”, es decir, los dos discos recopilatorios homónimos de Joy Division y su banda sucesora New Order. El orden (nunca mejor dicho) es riguroso: primero todo el set de New Order, y luego ya nos iremos a los fantasmas que llevaron a Ian Curtis a convertirse en “un cuerpo girando en la cocina al final de una cuerda atada a una viga”, como cantaron Los Planetas, poniendo punto final a Joy Division.
En esta mitad inicial, a priori más alegre y luminosa, las luces son anaranjadas, acogedoras, y no sé si es casualidad o algo buscado. “Hooky” (eso es lo que pone con letras gordas en la correa de uno de sus bajos, por si a alguien se le había olvidado quién actúa) canta con un tono cálido, emulando a su anteriormente colega y ahora archienemigo Bernard Summer. Y, de la misma forma, su bajo suena con los efectos que le dan la reconocible coloración armoniosa y evocadora que usaba en su época de New Order.
Eso sí, el inicio del concierto es equívoco, dado que la primera canción es “Cries & Whispers”, de la primerísima época de New Order, cuando todavía estaban buscando su lugar y aún se parecían demasiado a los extintos Joy Division. Por eso, en este inicio la voz de Peter Hook es grave, su bajo bronco y monótono, porque, bueno, en realidad esta canción en cierta forma aún era de Joy Division.

Pero, claro, los dos siguientes temas son “Crystal” del 2001, momento en el cual New Order ya se habían convertido en esos popes del synthpop que con cada disco parece que te decían que si no eran Depeche Mode era porque les daba pereza y “Age of Consent”, el tema inicial del disco “Power, Corruption and Lies” del 83. Ésta es la primera canción “verdaderamente” de New Order, el momento en el cual los arpegios de bajo y guitarra dejaron de ser lúgubres y pasaron a ser brillantes y perfectamente reconocibles, creando su propio estilo. Y es con ese sutil detalle cuando la nueva banda se desligó por completo del legado – losa de Joy Division y empezaron a volar con ese synthpop algo amargo y a la vez algo ingenuo que les hizo resucitar convertidos en un icono bailable.
Estas tres primeras canciones en realidad no son parte del Substance “newordereano”, pero a partir de aquí todo se vuelve canónico y tocan el disco de pe a pa en riguroso orden, lo que supone un estudio cronológico de lo que fue New Order en los ochenta: desde “Ceremony” (de nuevo, una canción aún “joydivisionesca”, los titubeantes comienzos de New Order, voz grave, bajo denso) hasta “True Faith”.

Quitando la primera canción del disco, el resto es animado y bailable y durante una hora me pregunto por qué la bola de discoteca está en un lateral y no en medio de la pista, porque lo que queremos es dar brincos y movernos. Y es que entre los primeros temas del álbum (ergo, entre los primeros en ser interpretados) están “Temptation” y, por encima de todo, “Blue Monday”, la canción más bailada de las historia. Desde ahí y hasta llegar al final hay temas más o menos reconocibles, siendo probablemente el más vitoreado “Thieves like us” (de hecho, la gente corea el estribillo cuando el guitarra David Potts, que toma la voz principal en alguna de las canciones, enfoca el micrófono hacia el público).
Pero la traca final y el subidón definitivo llega con “Bizarre Love Triangle”, esa canción que siempre me hace pensar en barcas quemadas y vigilantes en espejos. Todos gritamos su estribillo, bailamos y, sobre todo “loleamos” sus partes instrumentales. Inciso: creo que fue el multipresente Ángel Carmona el que dijo que si un grupo quiere triunfar en directo necesita al menos un par de temas con un riff instrumental lo suficientemente pegadizo como para que la gente pueda desgañitarse haciendo “lololo”… pues bueno, New Order tiene unos cuantos.
Segunda parte
Intento buscar referencias para describir sus canciones, igual que la comparación idiota de antes con Bon Iver al intentar describir al música del telonero pero, ¿cómo hablar de los que influyeron a los que definieron un género? Antes de ellos, (casi) la nada. Lo adelanto ya para la segunda parte con canciones de Joy Division. Tampoco en ese caso podrá buscarse referencias para describir a los que abrieron camino (y no voy a caer en el lugar común de The Doors y de Iggy Pop y blablablá, porque no era lo mismo).

En esta primera parte, “Hooky” está activo: Se da sus paseítos despreocupados por el escenario, de vez en cuando se acerca a los extremos en plan molón para recibir un baño de multitudes. Alterna entre sus dos bajos (es curioso que ambos están adornados con imaginería pirata: calaveras, sombreros de capitán… el guiño peterpanesco de “Captain Hook” da mucho juego) según la canción sea más o menos luminosa… También intercambia frecuentemente comentarios con el técnico de sonido para que le suba o le baje tal o cual nivel, incluso coquetea con una percusión electrónica… En la segunda parte, en el set dedicado a Joy Division, todo será mucho más sobrio.
Tras diez minutos de descanso, las luces del escenario adquieren un tono azul y frío y de nuevo no sé si es casual o lo hacen a propósito. En esta segunda parte Peter Hook porta siempre el mismo bajo, el que da las notas más graves y monótonas y su voz adquiere el tono monocorde con un deje final operísticamente desgarrado de Ian Curtis. Salvo el subidón final de “Love Will Tear Us Apart” y algunos momentos puntuales con otros himnos como “Transmission” o “She’s Lost Control”, apenas abandona la parte central del escenario.
La interpretación del “Substance” de Joy Division no es tan rigurosamente lineal como la del homónimo de New Order y de vez en cuando irrumpen temas que no aparecían en el disco pero que son imprescindibles para cualquier devoto de la banda, como esa “Shadowplay” con la que siempre es un gustazo desgañitarse gritando “To the centre of the city in the night, waiting for youuuuuu”. Gran parte de la actuación, como era de esperar, tiene un tono sombrío y solemne, apenas interrumpido por piezas un pelín más cálidas (y ese pelín mide apenas un milímetro) como “New dawn fades”.

El fin del disco sí que se interpreta casi sin modificaciones porque, ¿para qué variar lo que es casi perfecto? “Transmission”, “She’s Lost control”, la mencionada intrusa “Shadowplay”, “Dead Souls”, “Atmosphere” y por supuesto “Love Will Tear Us Apart”, que supone un ¿alegre? fin de fiesta. Sin duda su riff inicial es el momento más “loleado” de la noche, con todo lo que eso significa… aunque ojo, “Transmission” y “She’s lost control”, probablemente los dos temas más famosos de Joy Division aparte del último, también se llevan su buena ración de “lololos”… ¿pero esto no era un grupo de bajona?
Me da por pensar que si “Ceremony” es la canción más “joydivisionesca” de New Order, tal vez LWTUA sea la canción más “newordereana” de Joy Division, y que quizá la banda ya estaba empezando a mutar antes del suicidio de Ian Curtis. Pero, dejando esos pensamientos a un lado, el último tramo del concierto, antes de la explosión final, tiene un par de momentos emotivos cuando Peter Hook (tras pedirnos permiso para soltar una parrafada en inglés, porque no sabe si le entenderemos… tío, que por aquí sabemos idiomas) nos cuenta que “Dead Souls” era una de las canciones favoritas de la banda y que por eso en directo siempre le metían una intro que lo flipas (y aquí cumplen con esa tradición, lo cual nos acerca un poquito más al cielo) y el guitarra David Potts antes de ese momento de piel de gallina que supone “Atmosphere” (“walk in silence…”). Y se señala la camiseta que lleva de “The Damned” y nos cuenta que él no habría sido guitarrista si no fuera por ese grupo, así que va a dedicarle esta canción que habla de tristes despedidas a su miembro Brian James, muerto dos días antes.
Danos dos minutos más
La crónica del concierto en este punto ya habría terminado, así que puedes dejar de leer aquí. Pero si tienes dos minutos más, permíteme una reflexión puramente personal final y te explicaré por qué el título de esta crónica es el que es. Bueno, lo de la luz y la oscuridad es sencillo… el imprescindible Battiato hablaba de “La sombra de la luz”. Inciso más personal todavía: esto se lo he comentado a varias personas en alguna ocasión, pero que quede por escrito: si algún día muero, que no pienso hacerlo nunca pero por si acaso sucediera, en mi funeral, por supuesto laico, quiero que suenen esa canción de Battiato y “La copa de Europa” de Los Planetas.

Pues eso, que la dicotomía entre sombra y luz está clara, y no hay que irse al “si vimos sombras es que siempre hubo luz” de Shinova o al “el lado más oscuro se nutre de tu inmensa luz” de Viva Suecia para explicarlo: apreciamos la luz porque sabemos que existen las sombras. La luz de New Order y la oscuridad de Joy Division se complementan y reatroalimentan de una forma perfecta, lo del “gris luminoso” que me ha venido tan “a güebo” desde el principio, así que salimos todos del concierto más a gusto que en brazos, como dice una amiga mía.
¿Y lo del tiempo? Bueno… Esto es aún más personal. A lo largo de todo el concierto, e incluso desde las horas previas, no dejo de tener la sensación de que este concierto no tiene lugar sólo hoy, sino que llevo experimentándolo desde hace más de dos décadas. Y no me refiero a que lleve veintipico años con las mismas canciones en bucle en mi interior porque el concierto tenga una duración de años dentro de mi cabeza, batiendo todos los récords… me refiero a algo parecido a lo que siente el doctor Manhattan en “Watchmen” o los pulpitos extraterrestres de “The Arrival”, que son capaces de experimentar “todo” el tiempo del universo de manera simultánea (perdón por el doble spoiler, por cierto).
Este concierto es para mí ver con la boca abierta la peli de “The Crow” siendo un adolescente con granos y escuchar por primera vez una canción que se llamaba “Dead Souls” interpretada por Nine Inch Nails pero que realmente era de unos tales Joy Division, es para mí descubrir en “24 hours party people” que Ian Curtis era un tío melancólico e introspectivo pero a la vez un disfrutón y un fiestero y sentirme identificado.
Es bailar “Blue Monday” en Coppelia y “Love Will Tear Us Apart” en el Home, ese bar que tenía una firma del añorado Andy Fletcher en la pared… este concierto es todos esos momentos a la vez. Este concierto es hoy, es hace 20 años, es hace tres semanas, es toda mi vida post-adolescente y adulta. Y si has vivido algo parecido a lo que acabo de contar, estoy seguro de que me entiendes.