depeche mode madrid 2024

Depeche Mode en Madrid: sin tiempo para morir

Crónicas

Llegaban Depeche Mode a Madrid sin tiempo para morir ante un WiZink Center hasta la bandera en la primera de las dos veladas en la capital dentro de la gira mundial de presentación de su último disco, ‘Memento mori’ (2023). Una locución latina que hace referencia a la mortalidad del ser humano, la fugacidad de la vida y, en el caso particular que nos ocupa, al fallecimiento en el camino hace dos primaveras con sesenta años de Andy Fletcher. Tercero en discordia en una banda que pasaba así de trío a dúo pero que seguía adelante tirando igualmente de otro latinajo: carpe diem.

Porque todos sabemos que vamos a morir, lo tenemos en mente, pero no tenemos ni tiempo ni ganas de tenerlo presente. Silenciamos nuestra conciencia, optamos por la inconsciencia. Lo obviamos, lo ignoramos. Lo sepultamos bajo toneladas de temazos en tantos y tantos conciertos a lo largo de los años. Desafiamos la lógica de la vida, que es finita, en noches interminables de música y bares. Estamos vivos y es que, caramba, nos viene mal morirnos porque, además, está Dave en la ciudad.

Todas las fotos son de Ricardo Rubio.
Si algo funciona, para qué cambiarlo

Puede que lo de Depeche Mode siempre parezca lo mismo en lo que llevamos de siglo pero, si algo funciona, para que cambiarlo. Desde hace prácticamente 25 años, la dinámica es la misma: un nuevo disco con un primer single acertadísimo y, con suerte, otra molona más. Con muchísima suerte, tres. Esas suenan en la gira de presentación de turno junto a los clásicos inalterables y para el siguiente tour, a los cuatro o cinco años, queda si acaso la primera. Así de cautelosos han ido los británicos extendiendo su excelso repertorio de directo en el siglo XXI, lo cual les ha mantenido vivos al mismo tiempo que les condenaba a habitar eternamente en el siglo XX. Y esa es ya una cadena perpetua, por mucho que sus directos sean una celebración de la vida sobre la muerte.

‘My cosmos is mine’ y ‘Wagging tongue’ confirman la dinámica. Un inicio lúgubre en penumbra con composiciones recientes, oscuras. Para hacer ambiente, casi sin luz en el escenario, hasta que el intenso rojo de ‘Walking in my shoes’ nos hace retroceder tres décadas y abre la veda con la concatenación de enormes temas de todas las épocas. ‘It’s no good’, ‘Policy of truth’, ‘In your room’, ‘Everything counts’ con un estribillo coreado por los 15.000 asistentes a la ceremonia para goce y disfrute de un Dave Gahan exudando carisma desde el extremo de la pasarela.

Todas las fotos son de Ricardo Rubio.
Contagiosa jovialidad infantil

El cantante se lleva todas las miradas porque hay cierta contagiosa jovialidad infantil de patio de colegio en contemplarle bailando, girando sobre sí mismo, taconeando, trotando. Jugando con el pie de micro, haciendo sentadillas, arengando y, de alguna manera, como flotando sobre las canciones de Depeche Mode. Es la ilusión que pone ante nuestros ojos quien encontró el truco para detener el tiempo mientras canta y disfruta del silencio en el epicentro del jaleo.

‘Precious’ es una de esas pocas canciones no tan lejanas que suenan en la velada, justo antes de otra nueva, ‘Speak to me’, a la que sigue el momento de protagonismo de Martin Gore pasando de guitarrista y teclista a cantante a capela en la pasarela con ‘Strangelove’ y ‘Somebody’. Un tramo igualmente ya más que fijo en los shows del grupo y que gusta especialmente a los más cafeteros (no tanto a los profanos) pues, no en vano, por supuesto, Martin es muy profundamente querido por todos.

Todas las consideraciones que queramos aparte, Depeche Mode son un estruendo en Madrid y, desde aquí hasta al final, ya es un no parar. El sonido es limpio y potente todo el concierto y en ese single de 2023, ‘Ghosts again‘, destinado a perdurar en el tiempo porque suena a clásico instantáneo. Christian Eigner a la batería y Peter Gordero en los sintetizadores (y una vez al bajo) levantan las canciones para que los dos protagonistas las lleven al siguiente nivel.

Retumban los entresijos de la concurrencia con la colosal firmeza de ‘I feel you’, ‘A pain that I’m used to’ y ‘Behind the wheel’ (dedicada como cada noche a Andy Fletcher). Van picando de aquí y de allá en su amplia discografía, cambiando de década de ‘Black celebration’ y ‘Stripped’ a ‘John the Revelator’. Una M gigante preside un escenario con una gran pantalla que acompaña con visuales cambiantes, vídeos e imágenes de los músicos: nada desproporcionado para este tipo de giras realmente, más bien elegante y a esta escala mesurado (por aquello de la M).

La sorpresa flamenca

Aún un peldaño más arriba está ‘Enjoy the silence’, que todo el pabellón corea con descaro y que por sorpresa se convierte en un tablao flamenco con los taconeos de la bailaora Belén López, del madrileño Corral de la Morería. No era la primera vez que alguien taconeaba en la velada, incluso el propio Martin Gore se arrancó en un momento dado, guitarra en mano, pero esto ya fue otra cosa. Un guiño a España que como tal se recibe, aunque no falta quien lo ve más bien una catetada y todo eso. Como último himno antes del bis tuvo, desde luego, su punto divertido, una manera de sacar al personal del carril. Y eso siempre está bien.

El bis, decíamos. ‘Waiting for the night’, con Dave y Martin cantando juntos de nuevo en el extremo de la pasarela, rodeados de público. Y ya, entonces, el desenlace: ‘Just can’t get enough’, brazos en alto todos perfectamente coordinados en ‘Never let me down again’ y la solidez y la dureza de ‘Personal Jesus’ como despedida y cierre. No por mil veces visto deja de ser efectivo. Funciona mucho y muy bien todavía en 2024. Música para las masas, canciones de fe y devoción, himnos cada vez más de ayer que en el WiZink Center retumbaron con todo el peso del presente.

Horadar hasta vislumbrar una grieta de luz en la oscuridad, un latido de vida en la muerte, y entonces sin mesura celebrar con solemnidad. Un repertorio que es una catedral y un espectáculo calculado para que te vayas a casa sintiéndote pequeñito y convenientemente acongojado: así deber ser siempre el arte apabullante. Son esos momentos en los que tu cuerpo toma el mando para recordarte que estás vivo, que tu mente no tiene nada que ver en esto, que no existe la muerte, que los 15.000 asistentes viviremos así, a la vez, trascendiendo juntos eternamente.

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