Concierto de Viva Suecia en el Teatro Real en enero de 2025

Viva Suecia en el Teatro Real: el clásico concierto de música clásica

Crónicas

Viva Suecia en el Teatro Real. FOTO: Alfredo Rodríguez

Hay una cita que suelo utilizar de vez en cuando y que ahora, cuando quiero ponerla por escrito, soy incapaz de localizar a su autor (si lo conocen, déjenlo en los comentarios. Y no olviden suscribirse y darle a like). La frase es cuestión es muy tonta y muy obvia y es esa perogrullada de “Lo moderno es aquello que acaba por convertirse en clásico”.

Llevándolo al terreno de la música, que es lo que por aquí nos sorbe las neuronas, el templo de la música clásica capitalino sería el Teatro Real en el que, cada vez con más frecuencia, se programan no sólo óperas, sinfonías y ballets sino que, por otorgarle ese saborcillo popular que lo abra al público mainstream, nos encontramos a bandas y artistas de música pop (en el más amplio de sus sentidos) dándole a las guitarras y a la batería entre esos asientos forrados de terciopelo y palcos de brilli brilli dorado.

Así ahora a bote pronto me vienen a la cabeza Vetusta Morla y León Benavente, pero son ya un buen puñado los que aprovechan las tablas del Real para meter una buena orquesta de cuerdas y vientos que insufle épica y tal vez un pizca de respeto academicista a esas canciones que con sólo tres acordes (qué simple y qué complejo) nos tocan un poquito el alma por dentro.

Un concierto diferente

Y los últimos en sumarse a esa moda han sido estos suecos murcianos que, ya desde el primer momento, nos dicen que su concierto no va a ser lo que la mayoría estamos espierando. Por los antecedentes, antes de empezar yo estoy imaginándome que, por una vez, las cuerdas in crescendo del final de ‘Días amables’ no sonarán pregrabadas o sintetizadas y que un auténtico ensemble de violines, cellos y demás nos llevarán en volandas hasta ese final extático de “… no vuelva a perderte jamás”.

Pero, una vez sentado en la butaca, miro hacia el escenario y compruebo que no me salen las cuentas: me faltan sillas, me falta equipo… Vale, sí, está la batería, los sintes, el piano eléctrico que en algunos conciertos toca Rafa, bajo, guitarras, pero… ¿por qué sólo cinco o seis puestos? ¿Dónde van a sentarse los chorrocientos violinistas?

A las 20:30 en punto, con la puntualidad y el protocolo que exigen el lugar, las luces se apagan y los Viva Suecia ocupan sus lugares. La luces se encienden de nuevo, aplausos, y yo en el escenario veo sólo a seis personas. Los cuatro suecos originales (Fernando Campillo a la batería con sombrero, haciendo honor a la elegancia del auditorio) y dos de sus músicos de directo habituales: Rodrigo Cominero a los teclados y Hoonine a todo lo que haga falta. (Inciso: ¿cuántos instrumentos toca esta chica? ¿Cuatrocientos noventa y uno? Y qué bien canta, y qué contrapunto perfecto le da su voz a ‘Hablar de nada’).

Entrevista relacionada

Nos falta el “viejito argentino”, Esdras, el saxo, que no aparecerá en toda la noche y que es una pista más de que este concierto no va a ser como ningún otro que hayamos visto a lo largo de la última larga gira de más de dos años… Y bueno, insisto, me falta la orquesta, lo que vamos a presenciar tampoco va a ser como esos recitales clásicomodernos que nos hemos encontrado en otras ocasiones en el Real.

Ya la primera canción lo dice todo. No se empieza, como siempre desde hace más de dos años, con ‘No hemos aprendido nada’. Tampoco se comienza con la banda a tope de energía y guitarras y piquitos entre Rafa y Alberto y ya todo el mundo con el volumen al 11 y energía suficiente para iluminar las navidades de Vigo y Torrejón a la vez… No. La primera canción es ‘Los años’ (su primer éxito, ahí tenemos toda una declaración de intenciones), tocada de forma íntima, con todos sentados (como la mayor parte del concierto: algunos de los códigos del lugar sí que se respetan). Con Rafa apartándose del micrófono en algunas frases (y eso apenas se nota, porque la acústica del lugar es tan cojonudamente buena que se le escucha incluso mejor que con la amplificación).

Huyendo de lo habitual

Continúan con ‘El milagro’, otra canción no habitual en los setlits, en una versión igualmente pequeña pero sobrecogedora. Después de eso Rafa por fin habla y nos explica: le han dado muchas vueltas a este concierto y no han querido caer en lo habitual. No arreglos de cuerdas, no colabos… sólo quieren hacer algo diferente y especial como diferente y especial es el escenario en el que están. Y, por ello, han deconstruido las canciones (más adelante, dirá que en realidad las han destruido) para volver a confeccionarlas de nuevo desde cero como si fueran un míster Potato.

Misterio resuelto. Qué decepción. Joder, yo quería comprobar cómo sonaría ‘La voz del presidente’ con un millón de violines convirtiendo en mermelada de nostalgia mi cerebro. Pero, en realidad, qué valiente, y qué maravilla.

Estamos en familia

Canción tras canción, van encadenándose los éxitos esperados y alguna sorpresa. Como cuando, casi al final, interpretan ‘Palos y piedras’ de su primer EP (“porque nos apetece”, explica Rafa taxativamente). En todas ellas hay algo distinto a lo habitual, en la mayor parte de las ocasiones son cambios sutiles. En otras la electrónica sustituye a lo analógico o la potencia de una guitarra amplificada se convierte en arpegios reverberados (como en la excelente interpretación de ‘El nudo y la esperanza’) que proporcionan cercanía.

La escenografía sobria (no hay pantalla ni proyecciones, sólo unos cuantos focos a espaldas de los músicos) ayuda a generar esa sensación de “estamos en familia”. Sobre todo en los instantes más íntimos en los que un único chorro de luz blanca apunta a Rafa desde arriba (‘Gracias’ con Rafa al piano seguirá poniéndome los pelos de punta hasta el día que me muera). En algún momento el juego de luces se desboca (el final de ‘Adónde ir’ no es visualmente apto para epilépticos) pero, de forma general, el sentimiento de sobriedad se consigue y mantiene con una fluidez tal que hace que ni te des cuenta de que es buscado.

Deconstruyendo canciones

Siguiendo con la “deconstrucción” de las canciones, a modesta opinión de éste que les está contando sus impresiones, los mayores aciertos suceden cuando a alguno de los temas se le da una vuelta completa como un calcetín y es como si lo tocara una banda totalmente diferente, en un estilo brutalmente inesperado.

‘Hemos ganado tiempo’ con Rafa al piano eléctrico y Jess y Alberto arpegiando suena esta noche como un swing que podría escucharse en un club de jazz. En uno de los momentos cumbre de la actuación, los seis músicos se reúnen en la parte frontal del escenario y sólo con guitarras acústicas (Campillo con un shaker para proporcionar una suave percusión), sin micrófonos, a viva vocce, aprovechando en su total extensión la acústica del recinto, convierten ‘Lo siento’ en un medio tiempo folky que recuerda al Dylan de hace sesenta años. Y por si lo anterior no fuera suficiente para clavar en inception dylaniano dentro de nuestros cerebros, Rafa Val termina el tema con una coda de armónica.

Hablando de incepción, casi al final del concierto Rafa vuelve a repetir un concepto que nos ha confesado varias veces a lo largo de la actuación: que se sienten como unos impostores en este escenario tan respetable, pero que esperan haber generado un inception lo suficientemente intenso como para que vuelvan a invitarlos. Y no es ésa la única vez en la que, con una complicidad con el público aún mayor de la habitual, interactúa con el auditorio: cuando desde un palco le gritan “voy a pedirte para los reyes”, con una agilidad mental extraordinaria responde que “bueno, a los reyes sí que suele vérseles por aquí”.

All I want for Christmas is you

Antes de empezar Los días amables nos confiesa cómo esa canción tiene que luchar con los nuevos temas “como si fuera Godzilla contra otro monstruo” (y hace el infantil gesto de pelea de muñecos con las manos) para mantenerse en el setlist. Y en otro momento nos cuenta divertido que, dado que han modificado todas las canciones que interpretan en esta serie de conciertos en auditorios (tres días en Murcia, uno en Madrid, otro en BCN), un amigo les ha dicho que se han convertido en “una banda de covers de Viva Suecia”. Incluso se atreve con los primeros versos del ‘All I Want for Christmas is You’ que algunos hemos llegado a odiar (gracias, Mariah Carey) al piano antes de acometer ese monumento que es ‘Gracias’.

Desde el público respondemos a esa complicidad con toneladas de cariño, gritos, aplausos. A partir de la tercera o cuarta canción cuesta mantenerse sentado y según avanza el concierto en la mayoría de los temas estamos bailando como si en vez de entre butacas de terciopelo nos encontráramos sobre la arena pisoteada de cualquier festival. A fin de cuentas, ya desde su aviso inicial de que este concierto no iba a ser como podríamos esperar Rafa también nos ha advertido que no nos dejemos cohibir por la elegancia y el abolengo del lugar, que bailemos y hablemos (“pero no durante las canciones, que está feo”), como en cualquier otra actuación

Convertirse en clásico

El cierre, cómo no, lo pone ese triplete ganador que conforman ‘Lo que te mereces’, ‘Amar el conflicto (Todo lo que importa)’ y ese himno al buen rollo y al optimismo que es ‘El bien’. El patio de butacas se pinta de globos azules y amarillos (sospecho que esto se convertirá en una tradición, como los cartelitos de “571-/9A” en los conciertos de Arde Bogotá) y todos acabamos con el corazón entre nubecitas de algodón y la garganta ronca de gritar porque “hoy quiero joderme el día y voy a levantarme tarde” y porque “no se va a curar, y qué más da”. Y, ahora que me doy cuenta, no ha sido necesario ni un solo violín para que me pareciera que a lo largo de este concierto olas de intensidad abrumadora inundaban por completo el auditorio.

Lo decía al principio: lo moderno es lo que acaba convirtiéndose en clásico, por sus propios méritos, no porque intente emular lo clásico o sumarse a sus códigos. No meter cuerdas y violines porque es lo que se espera y lo que toca. ‘Las Meninas’ de Picasso ahora son un clásico porque no intentaron parecerse a las de Velázquez. Y vale, no soy tan flipao, no digo que Viva Suecia vayan a ocupar en los libros de historia el mismo lugar que Beethoven.

Pero, coño, es valiente seguir tu camino y no plegarte a lo que se supone que tienes que hacer para ganar un pretendido respeto aferrándote a unas reglas preestablecidos que te harán subir en la escala del prestigio como quien sigue una receta de cocina. Hacer con honestidad lo que crees que es lo correcto, that’s style, baby. Eso es ser moderno, es ser bueno. Eso es convertirse en clásico.

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