Hay una canción. Igual os suena. Se titula ‘Where the streets have no name’ y es mi favorita desde siempre. Desde que tengo uso de razón, desde que vi aquel vídeo en el tejado aquel de una licorería cualesquiera de Los Ángeles.
Cuenta The Edge en la biografía coral ‘U2 by U2’ que cuando le salió de dentro esa guitarra expansiva se puso a pegar puñetazos al aire. Joder, es exactamente lo que me pasa cuando como oyente fulero la escucho. 33 años después hoy.
No sabe uno por qué acaba en ciertos lugares. Mi plan de domingo era tomar un algo, adecentar la cocina. Pero en algún momento se me cruzó por la cabeza U2. No es raro, ocurre a diario. Ah, sí, fue cuando, etiquetando categorías de la web, encontré esto de ‘los discos de mi vida’. Se me piró.
A partir de ahí, que si Bono es más bonito que la virgen del Rocio y toda esa mandanga que me gusta compartir sin pudor porque, es que joder, me lo parece. Aquí no hay pudor, aquí no hay reglas.
Y así acabé viendo el ZOO TV de Sydney. Hablamos de 1993. Y es que ese es el directo. Mäs grande que la vida. Y todo es majestuoso hasta que, al llegar Streets y cuando parecía imposible, ascendemos.
¿A cual piso va usted? Voy al piso en el que ‘Where the streets have no name’ explota en mi puta cara y siento que llueve sin llover, siento que mi corazón deja de latir aún latiendo, siento que el mundo se detuvo para que alguien leyera exactamente este desvarío.
‘Streets’ es un clásico instantáneo. Como bien dice Pepe Brasin: ¿cuándo no fue ‘Streets’ una canción eterna? Desde su concepción misma, ya nos albergaba a todos de una manera irreemplazable. En 1987 ya era un himno.
La vida es muy perra. La vida es, a ratos, complicada. Pero cuando suena ‘Where the streets have no name’ en vivo sabes que estás a salvo. Y pasas los seis minutos más expansivos de tu puta vida. Todas las veces que la sientas en el pecho. Te atraviesa.
Me repito mucho contra mí mismo: Streets sonaba aquel 22 de mayo de 1993 bajando entre Urgel y Marques de Vadillo a media tarde. Era la prueba de sonido del concierto que me marcaría el camino desde entonces hasta hoy.
En Dublin en 2017, jugando en casa, U2 contrató unos putos aviones para que hicieran la bandera de Irlanda mientras sonaba Streets. Y sobrevolaron el Croke Park ante el jolgorio de 72.000 personas de todo país y condición.
No sé. Si ‘Where the streets have no name’ no existiera, no me estarías leyendo porque yo no sería la misma persona. Ese es exactamente el poder transformador de una canción de tal tamaño.
Extenderse más no vale de nada. Ya está clara mi intención, ya está aquí por escrito mi declaración de amor. A veces voy por la calle y me dan ganas de zarandear a cualquiera y gritarle en la cara algún estribillo. Eso me pasa.
Y sabéis lo que me pasa también. Que lanzo ideas pues no sé, en Twitter. Y a veces crecen y se hacen artículos. A veces crecen y se acuestan a mi lado por las noches. A veces, cada día, en esta casa en la que no funciona el telefonillo y nos llaman al móvil sin parar todos, las calles no tienen nombre.
PD: siento tanta paz cuando os hablo así.
- U2 (2018) WiZink Center. Madrid
- U2 (2017) Croke Park. Dublin
- U2 (2015) Palau Sant Jordi. Barcelona
- U2 (2010) Anoeta. San Sebastián
- U2 (2009) Croke Park. Dublin
- U2 (2009) Camp Nou. Barcelona
- U2 (2005) Camp Nou. Barcelona
- U2 (2005) Vicente Calderón. Madrid
- U2 (2001) Palau Sant Jordi. Madrid
- U2 (1997) Vicente Calderón. Madrid
- U2 (1993) Vicente Calderón, Madrid