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Rod Stewart en el WiZink Center: al león sexy todavía le ondea la melena

Crónicas

Ahí está Rod Stewart con su melena leonina al viento en el WiZink Center. Esos pelos son historia de la música de nuestro tiempo. Más que un recuerdo, una presencia constante para cualquiera durante los años setenta, ochenta, noventa y hasta hoy. Y eso es mucha gente que sabe perfectamente de lo que estamos hablando. Pues bien, ahí está la pelambrera dorada ondeando como si no hubiera pasado el tiempo, asombrosamente inalterable en este mundo tan urgentemente cambiante.

El armazón reluce lustroso a sus 78 veranos, nada más y nada menos. Ajado, claro, por el paso del tiempo y una vida dedicada al rock en el más extenso significado de lo que quiera significar eso (todos lo sabemos). Pero oye, luciendo tipo, todavía muy capaz, por experimentado, de comandar un par de horas de espectáculo en vivo que colme las expectativas de 12.000 personas entregadas a la causa. Con la voz arenosa, como siempre, algo más pedregosa, pero todavía no yerma.

TODAS LAS FOTOS SON DE RICARDO RUBIO.

Por un lateral aparece Rod Stewart en el escenario y el WiZink Center berrea con voluptuosidad. ‘Addicted to love’ de Robert Palmer para arrancar, primera versión de una velada repleta de ellas. El público, por cierto, es un batiburrillo inverosímil con rubias talluditas gratinadas al sol del verano llegadas directamente desde Sancti Petri (seguramente cruzando Despeñaperros en catamarán) y viejos rockeros cincuentones con camisetas roídas y pantalones vaqueros cortados manualmente por las rodillas. Entre ambos extremos, todo tipo de estilismos improbables entre el Starlite y el Viña Rock. Así de variopinto.

Los años locos del rocanrol no volverán

Tras ‘You wear it well’ y el recuerdo a Faces con ‘Ooh la la’, caen ‘Some guys hace all the luck’ y ‘Having a party’. Y ya estaría. Como todos entendemos, no estamos en su emblemático concierto en Las Ventas en octubre 1986. Han pasados vidas enteras desde aquellos años locos de rocanrol que no volverán, pero aquí estamos, en una velada menos salvaje, más domesticable. No en vano, al cantante le rodean seis músicos hombres perfectamente uniformados con chaquetas fucsias y otras seis chicas que tocan diversos instrumentos (y tres de ellas cantan y hacen coros e incluso una toca el arpa).

Un espectáculo en realidad habitual de estrella entrada en años que necesita apoyo y sentirse arropada, con cierto punto hortera (eh, que él puede, pues ya lo fue y mucho en los ochenta y entonces molaba) y gentilmente decadente como si los allí congregados fuéramos turistas en un hotel-casino de Las Vegas (todos lo somos, en realidad, pero no de Atlantic City o Niágara, eso no). Claro que hay rock, pero digamos que controlado, por ejemplo en ‘Young turks’, canción con la que Rod saca su lado más Jane Fonda corriendo sin moverse del sitio. Los derroteros sonoros, sin embargo, van más por las baladas, los medios tiempos, los arreglos folkies, el rollito crooner.

Recuerdo a los amigos perdidos

Todo eso lo domina el británico, que nos recuerda la fugacidad de este valle de lágrimas que es la vida dedicando canciones a amigos recientemente perdidos como Tina Turner (‘It takes two’), Christine McVie (I’d rather go blind’) o Jeff Beck (‘People get ready’). Por contraposición, el recital se convierte en una celebración de la vida con clásicos bien coreados como ‘Tonight I’m yours (don’t hurt me)’, ‘Forever young’ con un interludio de danza celta, ‘Maggie May’ (no salió Tarque, jo) o ‘Baby Jane’. Caen también versiones de Cat Stevens (‘The first cut is the deepest’), Tom Waits (‘Downtown train’ o Marc Jordan (‘Rhythm of my heart’, dedicada a Ucrania con el inglés vistiendo un traje azul y amarillo y con imágenes de la guerra en las grandes pantallas).

En un momento dado, todos los músicos se sientan en taburetes al borde del escenario. Cada vez que eso ocurre uno no puede evitar echarse a temblar, pues suelen ser pasajes más bien tediosos, pero fue en ese rato en el que pudo verse al cantante más indefenso, por así decirlo. Se cambió el brillo del espectáculo por la interpretación desnuda y ahí se le vio tirar de oficio, buscar en los recovecos de su garganta para encontrar unas notas que por algún sitio tendrán que estar, pues hubo un tiempo en el que salían solas. Puede que no estén ya por ahí, pero sale razonablemente airoso y da con otras parecidas en las deliciosas ‘Tonight’s the night (gonna be alright)’ o ‘Have I told you lately’, de Van Morrison, y el público responde con grandes ovaciones.

Casi octogenario y sexy

Vuelve el espectáculo a pleno rendimiento y ‘Da ya think I’m sexy?’ pone a todo el respetable a bailar con el teléfono en alto (eso tampoco pasaba hace no tanto, aunque ya lo tengamos normalizado). Y sí, Rod Stewart, eres sexy. Sigues siendo sexy. Casi octogenario y sexy. Hay que joderse con el tipo, que nos despide, dos horitas después, cantando ‘Sailing’ con una gorra de capitán de barco en lo alto de su envidiable mata de pelo.

Se acabó la fiesta con sonrisas de satisfacción entre el gentío, que pagó, no olvidemos, de 86 a 165 euros, como para no reírse. Y nos queda una moraleja como desenlace: en un mundo donde muchos con treinta años se retiran del rock y les come la vida la rutina, ahí sigue estando Rod Stewart sin intención de retirarse, pasándoselo en grande, bailoteando (con prudencia) y meneando el culito (bonita imprudencia) para alegría y alboroto de la concurrencia.

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