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La noche que vitorear a Vetusta Morla resultó ser lucha de clases

Crónicas

El Bosco pintó su tríptico fascinante y, sin saberlo, hace quinientos años estaba dibujando un festival de 2023 en particular. Toda la pipol absolutamente peculiar, ‘borja marys’ a mansalva, cayetanada popular, fans desubicados de Vetusta Morla, la fauna habitual de los conciertos en Madrid, exponencialmente multiplicada por ser viernes. Un viernes bien bonito, en un Jardín de las Delicias que es un delirio social pero que, eh, de eso se trata en realidad. Que lo que la música en vivo une no lo separe nadie.

Me gustó mucho que el escenario estuviera al fondo, algo inédito en Cantarranas y que me parece un acierto. El sonido, por cierto, perfecto. Teníamos el ánimo y disfrutamos los conciertos. Mucho. Es verdad que El Jardín de las Delicias es un festival pijamente patibulario, no precisamente como el cuadro. Si no os vale así, me da igual, en cualquier caso. A nosotros, a Palo y a mí, nos hace mucha risa que la gente canta más a Sidecars que a Vetusta. Nos reímos. Pero tampoco nos sorprende, porque Sidecars tienen unos cuantos estribillos pendencieros que te cagas. Ciertamente, me encantan y ahora mismo me están poniendo de buen humor escuchando ‘Apaga y vámonos‘ en mis cuarteles de invierno.

Pero volvamos al principio. El Jardín de las Delicias no es país para viejos. Ni para medio viejos. Ni para nadie, seguramente. Pero existe. Y ocurre que vamos porque nos gusta el mambo. Todo está bien mientras no mires a los ojos de la gente. De la mayoría de la gente. Porque yo confiaba en que Vetusta congregara a nuestra gente y confié bien. Cómo no confiar en Vetusta Morla, por favor. Menudo bolazo.

En plena noche, surcando la M30 en busca del niño exiliado Bruno Pop, escribí: «Que cuando tengamos todos alzheimer, parkinson y lo que nos caiga, nunca olvidemos que Vetusta Morla es el grupo de nuestra generación y que cada vez que les vemos estamos construyendo en el presente nuestra casa compartida con las puertas abiertas de los recuerdos«. Me puse borgiano. Serían las luces de noche de la gran ciudad, como cantan Scorpions, pero esas líneas discontinuas me estaban diciendo mazo de cosas.

Otros conciertos de Vetusta Morla

Para empezar, que habíamos visto otra vez a Vetusta Morla. Más que nada porque atronaba en el coche (sí, éramos nosotros, un Ford Puma azulito que si hablara rompía España de lo que se dice dentro). ¡Te lo digo a ti! Pero no vayamos a los gritos con la ventanilla bajada para pasmo de los vehículos colindantes. No. Vayamos al concierto en sí. Qué gusto, qué grupo. El ejemplo perfecto de que la suma de las partes se convierte en un factor diferencial. Sindicalismo pop de manual. Porque la del Jardín de las Delicias fue la noche que vitorear a Vetusta Morla resultó ser lucha de clases. Puro verticalismo pop, la horizontalidad ni se contempla en este lugar.

Porque, es que esto ocurrió así para pasmo personal, que la gente (pija de cojones, no demos rodeos) no sabía a qué grupo estaba viendo. Vale. Pero, no sé, es el cabeza de cartel y es evidente que ha subido el nivel. Los ojos sin pupilas como platos hondos rellenos de coca se te quedan. Igual es que, igual, eh, los festivales son una cosa rarísima que se me escapa porque yo lo flipaba hace veinte años en Festimad con la Rebe. Y lo bueno es que, efectivamente, es la Rebe la que me está diciendo, aquí delante, en la Complu este viernes: ¿esto qué coño es? Nos atropellan los años igual que las canciones.

Pero que va empezar Vetusta. ‘No seré yo’, ‘Virgen de la humanidad’. Lo que se mueve Pucho, santodios. Me apuntan por el pinganillo que baila y salta y canta todo a la vez sin pregrabados. Nuestra propia diva pop con 44 años sin pregrabados, pero pues claro. Llevan una escenografía ambiciosa, con tres pantallas molonas que suben y bajan. Ya sabéis que a mí todo me recuerda a U2 así que no lo voy a decir. ‘El hombre del saco’. ‘Golpe maestro’. Pucho agradece a todes y hay un sector que silba. Como hay demasiada gente ocasional, se sorprenden por ciertas menudencias. No faltaron los comentarios contra los fachitas, lo cual tampoco gustó. Pero a mí me gustan los grupos que dicen las cosas, igual que me gusta (menos, pero sí) que Calamaro saque el capote al final de sus conciertos.

Y es que a nosotros. A Palo y a mí. Nos suele parecer que la violencia intrínseca que conlleva ser de Vetusta Morla no la suele comprender la gente. Nosotros estamos en llamas. Porque su música arde más allá de lo evidente. Porque nos fuimos un viernes a verles, otra vez, por una intuición. En la puta Complutense de los huevos. Toda mi vida desperdiciada en ese césped sobre el que esta noche vomito (es pura pose esto, tan solo transito). Pero yo sé que detrás de la facultad de Periodismo es donde pasan todas las jodidas cosas importantes. Y así fue.

‘La deriva’. ‘Maldita dulzura’ con Ede (había química en esas danzas, fue bastante bonito esto). «Qué pasa Madrid, ¿no aplaudís o qué?» Lo nunca visto, macho. Da las gracias Pucho a los de siempre y a los que se apuntan. Y venga a lanzar mandarinas (Alfonso y yo nos hicimos una foto con Sergio Llull) contra los fachas. El discurso de Vetusta Morla siempre ha sido el que es, solo que había gente que no lo veía y ahora lo ve. Vetusta Morla sencillamente arde. Es lucha de clases. Desde ‘Finisterre’ hasta ‘Copenhague‘ (esta sí la cantáis, eh, fulanos, pues claro). Vetusta Morla somos todes y te jodes.

Esa carpeta con fotos de los Doors, cintas de los Clash (y el delay de U2, perdón, por enésima puta vez, ja). Ser la vieja escuela, la vieja guardia, la retaguardia, la que queda en pie cuando acaba la batalla. Esta noche, nosotros. Mañana, los de anoche. Replegarse con Vetusta Morla en el coche y este vídeo de ‘Consejo de sabios’ sonando. El facha es y será, dice Pucho y por cierto y, sí, ‘Te lo digo a ti’. Hay tanto idiota ahí fuera (y aquí), ‘Sálvese quien pueda’. Ya sí que la cosa está más que hecha y ya es concatenación de hits, así que a lo grande, ‘Valiente’ es ‘La cuadratura del círculo’ en nuestros ‘Cuarteles de invierno’.

¿’Los días raros’ la primera o la última en un concierto de Vetusta Morla? Esa es la gran pregunta. Lejos de tener una respuesta, aprovecho el comodín del viernes para ponerme de perfil, contemplar la facultad de Periodismo y preguntarme, aullando a la luna con Los Zigarros: ¿Qué demonios hice yo ahí? Complicarme la vida, supongo pero, por lo que sea, esta noche volvimos aquí. Y son, efectivamente, días raros.

Probablemente la mejor que tienen y que atropella porque, como toda la noche, han estado arrolladores musicalmente. Lo de Vetusta es otro puto rollo. Una fantasía seguramente pervertida en la Complutense.

Sidecars hicieron un bolo bien guapo y bonito

Vamos a pasar por alto el ‘dj animador venido del averno como en una feria de pueblo’ porque, bueno, en fin. Y vamos a Sidecars, que se hicieron un bolo bien guapo y bonito. Son un grupo bonito de currantes y me alegro especialmente. Atardecía y estábamos vivos, ese es mi principal recuerdo, intentando cargar la pulsera terrosita cashless de los cojones (nos debéis un pavo, joder). Mientras tanto,

‘Me besó de película’ y me dijo ‘Quédate en Madrid conmigo’. Vale, me quedo. Pero en Carabanchel, que no es Madrid, que se jodan los guiris patriotas, aquí si queremos hablamos en bable solo por fastidiar.
Me dice Palo, «si les tratáramos seríamos colegas». Y sí, estoy de acuerdo porque además me consta. Sidecars son de los nuestros también. Juancho brinda con vino y pide, con buen tino, que el último que quede en pie llame a la ambulancia.

Me imagino la escena y me río. No es descartable, ya os lo digo. ‘Fan de ti’ y ‘Contra las cuerdas’ son bien chulas, la gente canta muchísimo y me llama la atención y me parece bien así que yo también. ‘Mundo imperfecto’ me parece que mola todo. El sonido de las Fender de Sidecars es fuertemente reivindicable. ‘Amasijo de huesos’ es como otra cuadratura del círculo más y ya van esta noche unas cuantas, así que guay.

Nos tenemos que ir, muchachada. Nos chantajea un niño a punto de los seis y a punto de tirotearnos cuando lleguemos a casa de la abuela por no haberle llevado con nosotros. Cosa inédita, porque el carromato está on fire, pero es que resulta que no pueden ir menores al Jardín de las Delicias, lo cual me parece la infamia final. Y de camino a casa, ajado, vilipendiado, ultrajado por el paso de los años, pienso en lo mayores que somos de repente. No sé de qué hablan las parejas por la noche en la cama mirando al techo, pero yo sé perfectamente lo que le pregunto a Palo porque es la sensación que llevo dentro: ¿Entonces ya somos viejos Vetusta Morla y nosotros?

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