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Chris Isaak (2023) Noches del Botánico. Madrid

Crónicas
Chris Isaak en el Botánico: el juego nada malvado del «toreador» con lentejuelas

Jaranero y dicharachero dice Chris Isaak de sí mismo en el escenario de las Noches del Botánico que es un «entretenedor semiprofesional». Lo dice, por supuesto, sabiendo que es mucho más que eso, resplandeciendo dentro de un elegante traje azul con lentejuelas y brillantes incrustados que a él le luce estupendamente pero que podría ser la tumba de cualquiera.

Con plena autoconsciencia de su parte de cliché, bromea sobre su vestimenta, que solo podría llevar un «toreador o un cantante de rock n’ roll», y confiesa su miedo antes de salir al escenario madrileño, pues no visitaba la ciudad desde hacía trece años. «Mi español es terrible y solo sé decir ‘pásame la mantequilla’ o ‘dónde está la biblioteca'», asegura, chistoso y agradecido por la asistencia después de un arranque con el rock de autopista de ‘American boy’ y la deliciosa ‘Somebody’s crying’. Dos canciones y ya tiene al público comiendo de su mano.

Sobrado dominio escénico

Haciendo gala de un sobrado dominio escénico, se pasea entre el público de la pista cantando ‘Waiting’ y termina en el graderío frente al escenario entonando ‘Don’t let me on my own’ rodeado de teléfonos móviles y rostros desencajados de felicidad. Qué agradecidos son siempre estos paseíllos molones buscando la cercanía de la concurrencia… y qué duda cabe de que quien enfocara con acierto a los ojos azules del galán quedaría ya prendado para el resto de la noche y lo que te rondaré morena.

Porqué vaya porte tiene el estadounidense a sus casi 67 veranos, que se arroja al rockabilly sin frenos en ‘I want your love’ antes del momento estelar que por derecho es ‘Wicked game’. Un tema sedoso con el que no pasó nada cuando vio la luz en 1989 pero que se convirtió en clásico cuando un año después David Lynch incluyó una versión instrumental en su ‘Corazón salvaje’.

Un juego nada malvado en realidad, al menos esta noche de gozo. Punto de inflexión hacia el estrellato de Chris Isaak entonces y punto de no retorno esta noche perfecta de verano en un Jardín Botánico con aforo casi completo de 4.000 personas, muchas de ellas acudiendo precisamente al reclamo de semejante himno melodramático de falsete imposible. Obtuvieron lo que buscaban, pues mantiene su voz en un estado envidiable el norteamericano, alcanzando las notas con una solvencia ciertamente pasmosa.

Todas las fotos son de RICARDO RUBIO.
Clásico contemporáneo

Siempre ubicado en algún punto intermedio entre Roy Orbison y Elvis Presley, en algún casino de cartón, piedra y neón de Las Vegas, la decadente Atlantic City o quizás la decrépita Niágara, se divierte Isaak tocando ‘Oh pretty woman’ y ‘Only the lonely’. Y más tarde esa catedral sentimental que es ‘Can’t help falling in love’, antes de la cual hace un alegato a no tener miedo a decir que amamos a quienes amamos. Puro amor de jueves en la noche, vaya.

La pegada inicial pasa a ser un tramo acústico con los músicos sentados al borde del escenario interpretando ‘Forever blue’, ‘The hearts’ o ‘Blue spanish sky’ (que asegura que compuso en su primera visita a España). Mención aparte para la banda de toda la vida del músico, lo cual explica su conjunción sonora y su complicidad cómica incluso en esos bailes alocados y perfectamente sincronizados que se marcan el bajista Hershel Yatovitz y el guitarrista Roly Salley.

Composiciones cinematográficas

Insultantemente elegante en todos los aspectos, vuelve a pisar el acelerador con ese aura tan cinematográfica que tienen composiciones sinuosas y evocadoras como ‘Blue hotel’, ‘San Francisco days’ o ‘Baby did a bad bad thing’. Esta última ya en los bises enfundado en un traje aún más imposible que le convierte en una bola de espejos de discoteca andante. Dios santo, le queda estupendamente cualquier ropaje a este tipo, casi tan bien como la guitarra en sus manos.

Tras ‘Can’t do a thing (to stop me)’ se descuelga el amigo con ‘La tumba será el final’ de Flaco Jiménez en castellano, antes de despedirse cerca de dos horas y una treintena de canciones después con ‘The way things really are’. Finiquitamos así una hermosa noche bajo la luz de la luna de 2023 aunque es en realidad atemporal y ajena a modas, comandada por la música de raíz norteamericana y el rock de tupé, carretera, motel, desierto y chupa de cuero. Un directo arrebatadoramente bello con el que Chris Isaak hizo de Madrid una ciudad más feliz.

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