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Veintiuno en La Riviera: el arte pop de perder fetén

Crónicas

Ahora que estamos todos a tope con ‘La sociedad de la nieve‘ tengo que decir que el concierto de Veintiuno en La Riviera fue un paseo sin red por la cornisa nevada entre la muerte y la vida. Una banda que camina hacia la cima con la determinación de quien encontró cierta forma de arte pop en perder fetén y en cada revés el impulso renovado para no desfallecer. ¡Viven! Y esa es una victoria suya pero colectiva. Vence el pop, vencemos todos.

Ambiente festivo y como siempre gélido a este lado de la orilla del río. Inicio de gira, jueves 11 de enero de 2024 en la sala más importante de la capital (de la mano de Inverfest), a la que la banda toledana regresará el 29 de febrero. Un doblete importante que marca un rubicón sin vuelta atrás. Nosotros, que somos los de entonces, no somos los mismos, que decía el poeta. Pero estamos aquí, congregados por los mismos sanos y honestos motivos, que digo yo.

Al ir a taquillas resulta que esta delante mía el padre de Diego, cantante, compositor principal y tal de todo esto. Es, fíjate, un ratito del que ya no me olvido: no en vano, algo me dice que es la persona más feliz aquí donde estamos reunidos. Le contemplo con curiosidad y envidia, como un animal mitológico, imaginando trillones de posibilidades para mis pequeños. El padre del artista, oh, sí (risas enlatadas). Un poco sí. Mucho así. Menuda noche, eh.

La Riviera llenísima

La Riviera llena para Veintiuno es como la enésima de esas cosas que no te dejan de sorprender porque en su momento adivinarlo te parecía demasiado pirado. No por nada, sino porque si lo pudieras adivinar seguramente no tendría la misma gracia. De todo empieza a hacer ya mucho tiempo y de ellos también. Pero aquí estamos y quien sabe si haremos doblete (lo intuyo, es el plan en casa, pues anoche fui de avanzadilla solo y me gustó ese rato mío).

Pero vamos al asunto. ‘La ruina’ para empezar, con todo el personal alborotadísimo pasados diez minutos de las, ja, 21. Una canción que Diego tuvo a bien enseñarme antes de su lanzamiento, creo que intencionadamente porque había algo ahí que sabía que me gustaba. A mí me pareció un rollo no ya a lo Bruce Springsteen, sino a lo E Street Band, principalmente por ese saxo de estadio de XAS que domina el sonido del grupo de un tiempo a esta parte. Significa cosas y, de nuevo, colectividad, sentir temblar La Riviera, que es para tantos de nosotros una extensión del salón de casa, al ritmo trotón de esta declamación más rock que pop.

Las fotos son de RICARDO RUBIO.

Porque La Riviera tiembla con Veintiuno. Late al unísono. El público es jovencísimo y canta (y habla de más) muchísimo, lo cual es una garantía de futuro. Un salto generacional estupendo que deja a los más tullidos (yo) levemente fuera de lugar si no fuera porque en realidad el sonido del grupo sigue siendo tan ochentero como siempre. Pop, funky, Prince con su ‘Little red Corvette’ y todo lo que va surgiendo. Veintiuno es, sin quererlo, el puente de Calatrava que esperemos que no se hunda ahora que se va llenando de gente: quemando rueda marcha atrás en sexta marcha desde el siglo XXI hasta el XX.

No todo es salir y triunfar, cuesta un poco entre tantas ganas que la cosa suene como tiene que sonar. Es un rato en el que mientras la gente canta se aprecia cómo ahí arriba hay un estrés adicional. Me gusta contemplar también eso. La vida moderna mola, pero mola más la vida real contra la que luchamos centímetro a centímetro con los monitores en guerra. ‘Escalofríos’. ‘Caramelo’. ‘Mañana lo dejo’. «¡Cantad, que ha venido mi madre!» (pues a ella no la vi). Suena mejor, se impone el bien.

Veintiuno se han ganado noche a noche y canción a canción cada metro avanzado. Yo, que tengo una edad, he visto decenas de grupos entregados a su suerte, pero esta es una banda desesperadamente viva que caminaría de los Apeninos a los Andes persiguiendo esa melodía salvavidas. Que comen carne humana ya lo sabemos, pues su canibalismo pop se nutre de corazones congelados a los que devuelven con calor a la vida. La ‘Pirotecnia’ que pasa de Bucay a Bukowski muestra otra faceta de la banda, pues crece instrumentalmente cuando Diego está al piano.

Yago se lo pasa como un enano al bajo. Pepe sonríe como el crío feliz que aporrea imaginando que lo que suena en su cabeza es lo que escuchan los demás. Rafa tiene una guitarra nueva que le compraron entre todos después del robo trepidante aquel que nos contaron en Instagram (y que tiene a Bruno Gallar desconcertado, pues se pregunta cómo han podido tocar sin instrumentos). La sota, el caballo y el rey del pop se lo saben Veintiuno, pero eso dura por ley tres minutos, así que quizás es momento de explorar y crecer por ahí, por el lado intrincado de la composición musical que ya, de hecho, llevan intentando desde que no sabían cómo.

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‘Nudes’ es un himno de estos tiempos inciertos y sale Chica Sobresalto para coronarlo con ‘Poquita cosa’. Diego habla de toda la movida de OT y yo, ya que estoy hablando yo, tengo que decir que me pone muy contento esa sobre exposición porque, aunque sé que cuesta, también sé que la van a atravesar. Y comerán caliente, claro (ja). ¡Viven! Ellos sí, no los ‘Haters’, que no saben que no hay rendición para el corazón puro del pop. Siguiendo con el momento asociativo de la mierda blanca (así llamamos a la nieve en Carabanchel), Veintiuno cruzará la cordillera y encontrará en tierra firme la salvación.

‘Mi monstruo y yo’ parece una especie de hit de otra vida casi ya, madre mía esta cosa loca que es el tiempo. ‘Salvavidas’. ‘Leona’. ‘A la orilla’. Cada vez que Diego se sienta al piano La Riviera es como una bolsa de maíz en el microondas que contemplas engordar mientras deseas secretamente que te explote en la cara y termine todo ardiendo mientras le echas sal a la única palomita que salió buena. Todas las demás se quemaron, pero esa que tienes en la mano mereció la pena. Y la saboreas mientras esperas que te liberen de una cocina en llamas. ¿Acaso no es esa una cuestión de vida o pop?

Llega ese tramo acústico que gusta a lo más fans y que no hay manera con los que no. La intimidad de ‘Chihiro’ y ‘Desvelo’ y ‘Fiera’. Queda bonito, pero ya en salas como La Riviera no termina de funcionar porque la peña está festivaleando a por uvas más allá de las primeras filas, pensando seguramente más en ‘La Toscana’ que en callarse un jodido minuto aunque fuera. Volviendo a Prince, será el signo de los tiempos este en el que los conciertos se llenan más que nunca pero para algunos por los motivos equivocados.

Parece que se callan y optan por cantar, qué menos, en ‘Ya no nos hablamos’, con participación con Justo de Silvestre y La Naranja (teloneros de la velada). ¿Sabías que ‘Dopamina’ tiene 14 millones de escuchas en Spotify? Sin ser yo nada de números, sino más bien tallado en letras, me parece acojonante y, al mismo tiempo, como soy algo perspicaz, ese dato me explica que el empuje de la concurrencia ponga La Riviera mirando hacia el punto cardinal contrario sobre el que está razonablemente anclada.

Hay un bis. ‘Cabezabajo’ es ya una canción un tanto añeja y es bastante buena (no lo digo yo), así que puede que no hayan aprendido todo recientemente ya trajeran algo de serie. Otra confesión: me flipan los cantantes con la vena del cuello a punto de explotar. Diego ha pasado a estar en este olimpo impío por derecho propio mientras se adentraba entre el gentío de paseo por el suelo de La Riviera bajo la mirada de la dichosa palmera. Las ganas que tengo de talarla desde los años noventa, y que al final ya, con el peso de los años, sepa que jamás lo voy a hacer, no me enfada tanto como pensaba. Es como el muro de Berlín, con un cachito que poner en el salón de casa me vale. Eso no lo descarto, como tampoco que la tale Almeida, pero eso será por encima de mis canciones favoritas que aún no están muertas.

Una hora y media después se acaba lo que se daba con ‘La vida moderna’, que ha resultado ser un hit e incluso una canción controvertida por su letra. Sinceramente, ya lo que me faltaba por ver. No es que lo haya visto todo, pero he visto casi de todo y esto me parece el acabose. Como me parece igualmente que Veintiuno juegan de manera excelente con las palabras para hacernos creer que dominan el arte de perder cada vez más finamente mientras hacen canciones cada vez mejores. Es, en definitiva, el arte pop de perder fetén.

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