the killers pressure machine

The Killers: ‘Pressure machine’

Críticas Discos

El vals de una noche de verano mirando las estrellas por la ventana, como ahora en la ciudad plomiza. Eso es ‘Pressure machine’, séptimo disco de The Killers. Un vals a la árida manera de Utah, desde donde nadie imaginó jamás lo imperial que es Viena.

Mandolinas, armónicas, violines. ¡Violines en un disco de los Killers! Ese rollito que ya definió para la posteridad Bruce Springsteen y que habla de vidas que fueron como pudieron. No es un ‘Nebraska’, pero sí es un ‘Nebraska’ cruzado con ‘Tunnel of love’.

Porque los Killers se desnudan un montón, pero no tanto. Y está ese desencanto. Himnos a la manera de Las Vegas, donde invierten una pasta en bombillas para que nos deslumbre el cartón piedra. ‘Pressure machine’ es, por qué no, un ‘Sam’s town’ marinado. No en vano, han pasado tres lustros y todos miramos hacia atrás diferente según pasa el tiempo.

Aquí Brandon Flowers hace un ejercicio personalísimo y recuerda cómo fue crecer en Nephi (Utah), lo cual no parece especialmente divertido, sinceramente. Mola mucho más Carabanchel. Cada canción cuenta con testimonios de lugareños, lo cual le da un punto ya prácticamente documental. Esa es la idea que siempre tuvo el vocalista y diríase que la plasma con solvencia en este ‘Pressure machine’ que, para qué obviarlo, como un disco solista de una banda que a duras penas mantiene a su gente.

“Si no hubiera sido por los avances en la industria del automóvil, Nephi en los años noventa podría haber sido la década de los cincuenta. Muchos recuerdos de mi tiempo allí son tiernos. Pero los relacionados con el miedo o la gran tristeza tenían una gran carga emocional”, plantea Flowers.

‘In the car outside’ resume el álbum, pues termina desatándose como himno para nada probable. Ya habían demostrado The Killers que saben ponernos mirando a Cuenca desde Las Vegas. Si apretáis bien los ojillos, se ve, nos dijeron. Les creímos. Vimos las casas colgantes iluminadas.

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Resulta inevitable no reiterar ese forofismo por Bruce del que tanto hacen gala, pues ahora pasan a tener una voz propia (algo nada sencillo) como relatores de la cotidianeidad estadounidense. A partir de las vivencias de Brandon, consiguen más que nunca escribir un discurso hondo que termina siendo, como siempre que se hace este ejercicio de instrospección, universal.

‘Desperate Things’ es puro ‘Nebraska‘: una balada de asesinato sobre un policía que mata vengativamente al marido abusivo de su novia. Sirva como resumen de un álbum que se abre con la intensidad creciente ‘West hills’, que arranca como un vals, y la imagen de los caballos que corren sobre las colinas, en plan Bukowski.

‘Quiet town’ y ‘Sleepwalker’ se amarran a la personalidad más pop del grupo con unos teclados y melodías to molonas. ‘Terrible thing’ y ‘Runaway horses’ (otra vez esa imagen) son lo más acústico que vamos a escuchar jamás con los Killers. Y ‘Cody’, que es muy buena, de alguna manera lo resume todo, bien hecha, al punto, con saber a clásico del rock americano.

TODAS LAS VIDAS QUE PUDIMOS SER

‘In another life’ es ese tipo de rock desencantado de quien se cansó un poquito del hedonismo pop. «Is this the life you chose yourself. Or just how it ended up? Is that the yard you pictured when you closed your eyes and dreamed of children in the grass running through the sprinklers? Being somebody’s wife or were you living in another life?», se pregunta.

«I don’t remember the last time you asked how I was. Don’t you feel the time slipping away? It ain’t funny at all. It’s gonna break your heart one day», resume ‘Pressure machine’, la canción, muy de noche cerrada algo esperanzada a pesar de todo, con Phoebe Bridgers de invitada selecta. Como cierre, ‘The getting by’ es prácticamente una nana que invita a soñar las vidas que pudimos tener: son tantas, dependen de cada pequeña decisión, que no podríamos soportarlo.

Deja claro con este disco Brandon Flores que él nació en USA y nació para correr. La identificación con su ídolo es prácticamente mimética. A su vez se escucha al Eddie Vedder de ‘Into the wild’, como es natural. Lo de Brandon viene siendo así desde siempre, pero ya perfeccionado hasta tal punto que abre otra senda para recorrer. Y Nephi puede estar en Utah, pero también puede estar en tu cabeza cuando eres incapaz de moverte.

Este sí que es el disco que marca el punto de inflexión, aquí se acaba la época clásica de los Killers. Así es por intención. Llevamos tiempo intentando trazar esa línea, pero siempre consiguen que la borremos y retrasemos la pintada. Parecía que el renacimiento comercial de ‘Imploding The Mirage‘ era, pero la tenemos que volver a mover. La dichosa línea es amarilla y separa los carriles en las interminables carreteras de Utah, curiosamente imagen idílica de huida sin destino.

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