Concierto de Simple Minds en las Noches del Botánico el 24 de julio de 2024

Simple Minds en el Botánico: el viejo sueño dorado de una noche de verano

Crónicas

Es casi medianoche y en el Jardín Botánico hay 4.000 personas cantando con júbilo el coro final de ‘Don’t you (forget about me)’ de Simple Minds. Jim Kerr extiende el cántico colectivo tocándose la muñeca para decirnos que se le hace tarde, quejándose de que se le enfría la pizza que le espera en el camerino, tocándose la barriga. Evidentemente es todo una pantomima. Se trata de prolongar este momento compartido de despreocupada jovialidad, algo a lo mejor no tan habitual cuando se tiene ya una edad y siempre hay algún problema en el que pensar: «La, la-la-la-la, la-la-la-la. La-la-la-la-la-la-la-la-la-la».

La banda se retira pero el gentío (bien talludito en su mayoría) insiste en continuar invocando al viejo espíritu ochentero que les tiene ahora mismo poseídos y que llega directamente desde 1985, cuando much@s eran apenas unos chavales o unos críos. Hay abrazos, sonrisas radiantes, manos en alto, complicidad con desconocidos. Continúa el «La, la-la-la-la, la-la-la-la. La-la-la-la-la-la-la-la-la-la» durante la espera para el bis. Las luces encendidas, la gente en pie en las gradas. Hasta que podamos hacerlo físicamente, la música en directo es la forma más efectiva de viajar en el tiempo. Estamos aquí, pero cada cual está en su allí, todos a la vez.

Simple Minds en el Botánico y mucho antes

Pero rebobinemos para volver hasta aquí. Con exquisita puntualidad escocesa arranca la velada a las 22:15 con el primer pelotazo: ‘Waterfront’. Épica trotona de la buena para empezar desde bien arriba con un sonido limpio y potente, como en este lugar por norma procede. ‘Once upon a time’ pone bien temprano al publico a cantar y ‘Mandela day’ imprime un puntito más de emocionada intensidad. Son todos temazos, pero hablemos en serio en el siguiente párrafo.

Es una pena que Simple Minds no toque nada del siglo 21, porque cualquiera que les siga sabe que ahí hay buena mierda. Me sale un setlist flamente pasando de todo lo que tenga más de treinta años, sinceramente, si me dejáis hacerlo: fuck the past, kiss the future. Mas no. Pasan. Prefieren tirar de repertorio añejo, ganador por tanto, solo ochentero y muy levemente noventero. Es que lo más reciente son ‘Let there be love’ y mi adorada ‘See the lights’, ambas de 1991, ambas de ‘Real life’, el álbum que cerró su etapa clásica de creatividad y popularidad. Luego ya zozobra.

Repertorio poco ambicioso

Que vale, 1991 es un año crucial en mi formación musical y seguramente en la tuya que pasas por aquí, pero chico, pero chica, algo más habrá. Pues hay un porrón, aunque como si no. Y, bueno, las cosas como son, mientras tengan a 4000 personas con las manos en alto, sold out casi instantáneo en las Noches del Botánico, van a tener razón y no van a hacerme caso. Así que «let me see your hands!» Coletilla esta repetida reiteradamente por un Jim Kerr bien de voz, carismático y asombrosamente flexible, si bien a ratos también lógica y aparentemente un tanto hastiado. Pero estuvo sonriente, simpático y muy probablemente mejor que las últimas veces que ha pasado por aquí.

Jim Kerr y Simple Minds en Madrid. Fotos de Víctor Moreno.

No todo el mundo tiene que ser Bruce Springsteen, tampoco Pearl Jam, pero cuando repites cada noche el mismo listado de canciones, todas ellas tan lejanas, pues no sé, llámame loco, algo se resiente en tu presente. Dicho lo cual, otra obviedad. Jim Kerr y Charlie Burchill son una pareja icónica que noche tras noche reivindica el lugar que Simple Minds merece en la Historia de la Música. Y las han visto de todos los colores en casi medio siglo, no creáis. Recordemos que tocaron en el Vicente Calderón en 1989, en la cima de su popularidad, y luego aquello eso descarrilló y también les vimos incapaces de llenar dignísimas salas capitalinas como Aqualung y La Riviera. Y fueron siempre shows formidables de los que guardamos todos un recuerdos inexpugnable. Recordemos también que en Reino Unido y otros países nunca han dejado de llenar pabellones, aún con sus subidas y bajadas, eso por delante.

Nunca defraudan

Ellos no dejaron de creer y se prometieron a sí mismos el milagro. Por eso, por todas las veladas que no llenaron, ahora disfrutan del viejo sueño dorado reconquistado en la euforia de una sofocante y entusiasta noche de verano en el Botánico. El tiempo todavía ahora les sigue poniendo en su lugar y su empeño en tocar ‘The american’, ‘Big sleep’ o ‘Sanctify yourself’ aún les pondrá más arriba. Es su apuesta, bien está. Ni una noche defraudan, más allá de la repetitividad. Es un placer constatar que un grupo que estuvo tan en lo alto, que luego tuvo que bajar al barro, disfruta ahora de los resultados de su tesón en un mundo que aparentemente no les pertenece.

El público estaba ahí pero se despistó y seguía teniendo ganas de ‘Come a long way’, ‘Grlittering prize’ o ‘Promised you a miracle’. Siempre me disperso hablando sobre estos highs and lows porque me parecen aún más fascinantes que mantenerse siempre ultra high (no voy a nombrar a U2, no). Y creo que por eso se disfruta más la merecida reconquista. «Por última vez, let me see your hands!» Es ‘New gold dream (81-82-83-84)’, el disco que cambió el rumbo de Simple Minds hacia un lugar superior y que recientemente regrababan en vivo en la Abadía de Paisley, en las cercanías de Glasgow. Una vuelta a las raíces que todos terminamos haciendo tarde o temprano en busca de pistas para el futuro, respuestas sobre el pasado. Y qué brutal es la baterista, Cherisse Osei: cómo golpea.

Alguien en algún lugar en verano

‘Belfast child’ es todo solemnidad, increíblemente atendida en casi silencio salvo el habitual becerro que literalmente necesita gritar su amor a Jim Kerr. Siempre hay alguno, no suele ser de oro, ni tampoco una ensoñación: es peña real que grita muy por encima de sus posibilidades. Que no falten. ‘Someone somewhere in summertime’ resulta ser ahora porque siempre es ahora cuando suena. Justo después viene ‘Forget’ y ya os ponéis a cantar como gorjeadores de ducha profesionales y todo nos da igual, ya no importa nada. No es que no haya problemas, es que estamos a punto de convertirnos por reiteración en el problema.

Tal es la regresión hacia la despreocupación que estamos en nuestra habitación desprecintando vinilos recién comprados que no sabíamos que nos iban a traer aquí treinta y cuarenta años después. La voz de Jim Kerr que entonces descubrimos, tan tierna, es ahora como el hijo que nos acaria el pelillo cuando le damos la chapa del día después. Es magia, chaval de entonces, papá de ahora.

Nadie deja de cantar en el bis

El bis, decíamos. ‘Book of brilliant things’ con el momento de la corista Sarah Brown a tope de power en las cuerdas vocales. Da la sensación de que un grupo que ha sufrido tantos cambios de integrantes consigue al fin cierta estabilidad, aunque no para el juego de las sillas que tanto daño les ha hecho con la nueva incorporación del teclista Erik Ljunggren. Cavilaciones privadas, disertaciones públicas. Rondamos ya el final con el hermoso aviso de ‘amiga date cuenta’ que es a su manera ‘See the lights’ y el consabido desenlace ‘Alive and Kickin’. Casi 110 minutos de disfrute y victoria. Esto ha sido.

El indiscutible carisma de Jim, con esos bailes un tanto con el pie cambiado a estas alturas de la película pero a su vez tan suyos. El gusto que da ver a un guitarrista tan elegante como Charlie tocar esos guitarrones para repartir esos guitarrazos. El día empieza literalmente en la medianoche y hay quien no puede parar: «La, la-la-la-la, la-la-la-la. La-la-la-la-la-la-la-la-la-la». Las canciones que han creado entre ambos a lo largo de los años. Nada más complicado que razonar contra mentes simples. Nada más fácil que evadirse de la mano de Simple Minds. Y, mientras tanto, sobrevivir al invierno para simplemente soñar en las noches de verano.

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