Quique González (2016) WiZink Center. Madrid

Sin categoría

Lugar: WiZink Center. Madrid
Fecha: 29 diciembre 2016
Asistencia: 3.000 personas
Artistas Invitados:

Procesando equipaje para seguir adelante

Al hacernos mayores, el peso de nuestro equipaje sin procesar se hace más pesado. Cada año que pasa, el precio a pagar por tu rechazo a procesarlo sube y sube. Y te encuentras perdido en medio de ninguna parte. Nuestras cargas y debilidades siempre permanecen. Son una parte nuestra que no se puede erradicar, son nuestra humanidad. Cuando aportamos luz, el poder de ese lastre para determinar nuestro futuro disminuye.

(Lo anterior es de Bruce Springsteen) y aunque se estrechen en el corazón por culpa de la purita presión, el dia es nuestro. Es entonces cuando haces crack pero no te funden. Cuando la oscuridad sube el volumen y la intensidad. Cuando todo el mundo te dice que no te preocupes, pero en realidad sufres y lo quieres investigar, porque sabes como duele pero quieres un poco más. Y en lugar de escuchar otra vez a los Kiss, reincides y te decantas por otro ‘Daiquiri Blues’ de esos que, aunque ya te jodió la vida con saña hace siete años, mantiene un extraño sabor.

¿A victoria? ¿A derrota? ¿A supervivencia? ¿A otra noche más? ¿A irreflexiva resaca? Su sabor es el mismo pero cambian los matices. Todo eso cambia rápido mientras tú permaneces tediosamente inalterable, hasta las narices de tí y de esto y de aquello. Te dijeron que no te preocuparas, que pasaría el tiempo y desde la distancia parecerían las vicisitudes de otro, pero no contaban con la profundidad de la estocada. Por eso, aunque se cure en un porcentaje relativamente aceptable para la medicina, no sanarás del todo nunca.

Y bueno, comienza bien un concierto con eso de «lo escribes y lo rompes, no sabes ni por donde empezar, no haces más que asomarte al borde». Y mientras el personal aún se sigue ubicando en la pista de un WiZink o BarclayCard o Palacio de los Deportes o llámalo como te salga de la caverna, todavía proclama Quique González eso de «te aburren pero escuchas hasta el final» que es la condena de nuestros días.

«Llegas a la hora pero olvidas el material» termina de sentenciar el protagonista de una velada que empieza fría porque frío es el destino del mes de diciembre en la ciudad para los corazones heridos, eufóricos, enamorados, cerveceros, anhelantes, desubicados. Los pequeños surtidores de sangre que palpitan rocanrol en torno a la hoguera y que yo observo cuando tomo distancia dando seis pasos atrás. Sé quienes sois y os abrazo.

No termina de sonar la iniciática ‘Detectives’ y el equipaje sin procesar ‘se estrecha en el corazón’ hasta tal punto que termina salpicando la ‘sangre en el marcador’, mientras el gentío, cerca de 3.000 fulanos y fulanas de tal (de Tales y Mileto, incluso), se afianza en eso de «te juro que estoy mejor» caldeando un ambiente inicialmente gélido porque, bueno, como ya dijimos, es imposible escapar de la escarcha en esta época del año. Hasta que llega ‘Charo’, claro, reconvertida convenientemente ahora en ‘Palo’, que para eso Paloma me ha salvado la vida, no sé, cuatro millones de veces solo esta semana.

Ambos, ella y yo, escuchamos a los Kiss junto a ese equipaje sin procesar que uno nunca sabe cuando está ya en el siguiente nivel. Es complicado. Pero la voz de Nina ‘Morgan’ tiene muchas claves, demasiadas respuestas, sin ella saberlo (es un temazo ese ‘Charo’, pura jovialidad tras el dislate). Luego ‘Cerdeña’ nos muestra al viejo Quique de garitos que canta barbaridades como «hay música por encima de la música», y menciona los casinos y yo recuerdo que a Palo y a mi nos echaron de uno en Niágara porque ella parecía demasiado menor de lo que ya parece. Aunque yo la envejezco.

«Ahora parece que vas a mezclar fuego y gasolina», canta la susodicha, sin saber si era buena o mala suerte la que en su día tuvo cuando la springsteeniana ‘La fábrica’ nos hace cantar eso de «los chicos se han quedado desinchando zodiacs», más que nada porque suena de puta madre. Y luego ‘Tenía que decírtelo’ transita hasta una favorita como es ‘Dónde está el dinero’, en esta ocasión enriquecida con la iracunda presencia de El Drogas, capaz, él sí, de incendiar la escarcha de tu surtidor. Solo por comprobar qué mierdas pasa.

Foto de Wilma Lorenzo

El rollito frenético de autos-locos en plan Sam Peckinpah sirve de transición falsamente despreocupada antes de la terrible acometida hasta el núcleo de tu patata con ‘Avería y redención’, ‘La ciudad del viento’ y ‘Salitre’. Ya han sido varias las veces que Quique ha terminado alzando los brazos con euforia desatada mientras cuelga de su cuello la guitarra (acústica o eléctrica) y la parroquia le grita que le necesita. No es para menos, pues él se presenta sobradamente preparado y su banda Los Detectives fluye versátil, fácil y concluyente.

‘De haberlo sabido’ marca el silencio absoluto en el lugar, con los ruidosos convenientemente regañados con ojos guiñados. Porque peor que el olvido fue volverte a ver, a tí, jodido borracho que pateabas minis de cerveza sin saber que rompías absolutamente todo lo que la canción nos daba. Quique González en ese punto en el que el acústico se revela como lo mejor que sigue teniendo, dejando de lado las distorsiones, los violines y la americana. Al final es un tipo y su canción lo que prevalece. De manera abrumadora, por cierto.

‘Ahora piensas rápido’ pone mesura en la emotividad descontrolada del momento previo, antes de que ‘Orquídeas’ recalque la enésima verdad verificada: «No pueden destrozar mi amor, convertir aquella euforia en ira». Porque la piel de la maleta herida que a todos nos explota con el puto equipaje sin procesar, a veces nos lleva a decir todo lo que pensamos y, otras veces, a tardar tiempo en contestar. Pero siempre nos conduce a hacernos los fuertes. Lo digo tan en serio que me tiemblan las piernas.

Sale ese icono de compositor que es César Pop (responsable en mayor o menor medida de golpes certeros de Quique y Leiva, entre otros muchos) para cantar la fugaz ‘Relámpago’ antes de la preciosidad certera de ‘No es lo que habíamos hablado’. A saber: «No puedo hacerlo, sin hacerle daño a nadie más. No me das miedo cuando dices que iremos a por todas. Ahora me siento fatal por ayer pero viene desde mucho más lejos. Madurar, crecer, debería ser un juego de niños».

Llegamos entonces a ‘La casa de mis padres’, sin lugar a dudas el momento más intenso de la velada, del rock al rebosante soul, pues sirve para despedir noche tras noche a su padre recientemente transitado a la otra cara de la vida. Unos versos que golpean y machacan, siempre, pero que en mi caso retumban después de varios sustos este año con el mío progenitor, nacido en 1931. No quieres que se vaya porque eso implica que dejarás de ser el niño de la casa. Y yo siempre lo he sido y siempre veo en su mirada ese incondicional orgullo.

«Papa, la casa huele a mama», brama Quique mientras la banda refuerza todos y cada uno de sus gestos al más puro estilo jefe del soul mientras, justamente, su alma se cura y se libera de cargas. Equipaje procesado una vez más, brazos en alto de campeón (que siempre tiene un motivo para regresar) y amargura reconvertida en entusiasmo con fuego en la ventana bañada en salitre. Procesando equipaje para seguir adelante. De alguna manera tendré que olvidarte, tengo que olvidarte de alguna manera. Y hoy hay besos que no hay que buscar.

‘Aunque tú no lo sepas’ es un horror, es quizás la canción más psicópata del universo y justo por eso demuestra que Quique nos canta a todos pero no canta a nadie. Canta por pura supervivencia, eso ya hace lustros que está claro. Pero nos canta a Clara, a Nicolás y a mí, a tres Gallardos forzosamente alejados porque la vida te lleva por caminos raros. Yo siempre duermo a su espalda y, aunque ellos nunca lo entiendan, todo lo poco que tengo les pertenece y lo hago para ellos. Porque aunque ellos no lo sepan, nos decimos tanto.

Fue la puta polla ese rato de loca emotividad, de eso que se te caen las pelotas al suelo y es entonces cuando los de alrededor te llaman la atención. ¡Qué coño sabréis ustedes! Esto es lo que hay y esto es lo que debes saber, desconocido peatón. Desde este fondo atronan luego ‘Backliners’, ‘Clase media’ y la oda definitiva a quien siempre te sustenta y a quien fue tan loca como para traerte hasta aquí y, aún ahora, mirarte desde el sofá, justo ahora. Porque somos poco más que eso, ‘Kamikazes enamorados’. Y ayer lo gozamos (for sure).

Tiempo aún para la loca y triste emotividad de ‘Su día libre’. que precede a la grandilocuencia de ‘Y los conserjes de noche’, momento en el cual no falta la mente lúcida de un amigo (Jorge, enormidad siempre) para preguntarte al oído por qué Quique se olvida de su tan preciado catálogo pretérito. Es ley de vida, supongo, fuck the past, kiss the future. Pero quizás en el caso que nos ocupa es un agravio especialmente doloroso, pues ciertamente hay mucha verdad en el camino.

Ah sí, David de La Maravillosa Orquesta del Alcohol estaba por ahí ya en la anterior y lo dio luego todo en ‘Dallas Memphis’, maravillosa reliquia para paladear resacas locas y, sí, palpitantemente bombásticas. ¿Dije ya que ‘Daiquiri Blues’ me jodió la vida? En realidad aprendí mucho, como siempre pasa cuando las ideas se pelean con las balas. Porque tienes que ir hasta el límite para que llegue ese punto en el que lo que antes te jodía a saco ahora te haga sonreir. Eso pasa, cojones, soy la prueba. Y la luz del garaje encendida y Paloma sacando cervezas de la nevera son la prueba. Eso pasa mientras me desahogo.

Una vez transitado el camino desde Dallas hasta Memphis, desde Aluche hasta Carabanchel, desde vuestra realidad hasta mi vicisitud, nuestras vidas se cruzan como todas las que yo llevo detrás y que nunca podré procesar porque dependen de mi. Es la euforia rara de quien sabe que hay carreteras abiertas pero con complicada escapatoria a ambos lados, por mucho que brillen, en plan Van Morrison.

Pero la noche acaba con los brazos arriba, otra vez, de quien nos dirige mientras canta: «Vidas que dejé cruzadas, vienen encendiéndose, vidas que dejé cruzadas, vienen persiguiéndome. Lucha, con un movimiento. Una luciérnaga azul y tú. Para ya, ¿no ves que hay una luz en el fondo de mi corazón?». Yo sí la veo, porque llevo años procesando el puto equipaje de los cojones del que solo depende tu voluntad. ¿Pero sabéis qué? Por ahora no voy a dormir, voy a poner ese disco otra vez. Mi siguiente generación, hoy sí aquí, me jalea y Palo, aunque sigue sin saber lo que vio en mi, sonríe. Es todo lo que necesito.

Comparte
Tagged

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *