¿Qué nos pasa? ¿Qué? Se muere un ídolo y lo escuchamos sin parar en bucle durante unos días. Nos curamos, pasamos el luto y a otra cosa. ¿Qué nos pasa? ¿Por qué escuchamos en bucle a los recién difuntos?
«Es algo que puede tener una múltiple explicación», plantea el Doctor en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid, Vicente Caballero de la Torre: «Con los artistas a veces tenemos una relación emocionalmente complicada».
A su juicio, nuestros héroes desconocidos del rock son personas de las que a veces «admiramos su trabajo pero no nos gusta su personalidad o al revés». Tampoco tenemos todos los datos para unir a la persona con su obra y, seguro, es mejor así.
«Cuando una persona muere, de algún modo, uno tiende a eliminar todas esas emociones negativas y las deja a un lado. No eliminarlas, pero dejas a un lado todo lo negativo y te fijas sobre todo en el autor de una obra acabada«, reflexiona.
En definitiva, con la muerte somos «más indulgentes con la persona y más atentos con su obra», remarca, para luego apuntalar: «Consideramos que lo importante es lo que nos ha dejado. De algún modo les damos una oportunidad».
«También hay cierto prestigio asociado a la muerte«, destaca. Es algo que sabemos, pero que no hay que olvidar nunca: «Parece que cuando un artista muere, en relación quizás con la ley de la oferta y la demanda, como ya no va a haber más…».
Es el mercadeo del pop, amigo. Los bienes, cuanto más escasos, más valiosos. Y nuestro amor por los músicos no es ajeno a esa concepción del mundo de la cual no podemos escapar. De la cual no nos dejan escapar. Nuestros ídolos son mercadeo.
«Concedemos más valor a los productos de su trabajo y su saber hacer, que quizás cuando estaba vivo y había tiempo por delante para seguir dándonos obras y seguir criticándolas», lanza.
Sobre todo a seguir criticándola», como si tuviéramos puta idea. Y la movida es que si yo pudiera explicar lo que siento al escuchar a Van Halen con palabras no estaría invirtiendo tiempo en intentar explicarlo.
Pero Vicente lo ve claro: «Ahora no se trata tanto de hacer una crítica cortoplacista, sino una revisión, un balance (él no sabe que hay un disco así llamado de 1995). Ser más indulgentes e intentar comprender lo que ha motivado la obra de esa persona y el hilo conductor que la atraviesa».
Resulta que, la muerte, al fin y al cabo, «nos hace pensar en la propia muerte y en la propia finitud de la vida, lo que nos iguala a todos y nos hace de algún modo sentirnos más cercanos».
Y esto es lo que alcanzo a comprender, porque yo soy fan irracional. Esto último. Nos morimos todos. Y en ese instante final todos somos nuestros ídolos. O nuestro ídolos son nosotros. Todo lo que vivimos nos iguala al morir. Pero la sonrisa de Eddie Van Halen permanecerá.