La sonrisa de Eddie Van Halen

Artículos

Que se me caiga todo el jodido cielo encima y me reviente la cabeza la guitarra de Eddie Van Halen. Me encanta casi desde que tengo uso de razón, puesto que yo soy, en esencia, un hermano menor expuesto a inimaginables felonías y fantásticas tropelías del rock de los ochenta.

Me hicieron creer, apenas con tres o cuatro años, que el ‘Diver down’ de 1982 era el disco del Rayo Vallecano. Igual tenía algún año más porque tengo un recuerdo vago. Igual que recuerdo poner en el casete ‘Where have all the good times gone’ y de alguna manera comprender que ya había pasado lo mejor de mi vida.

Tal es el poder de la guitarra de Eddie Van Halen, tan rockera, tan jevata, tan melódica, tan dicharachera. Te está diciendo cosas mucho más allá del tan cacareado tapping (lo de tocar el mástil con los dedos, que te quedas loco).

Lo que más me gustó siempre de este héroe absoluto de la guitarra es que es solista y rítmica a la vez pero con un descaro que te acojona. Y que mientras te la está liando en tu puta cara, te sonríe para que los sepas. Para que quede constancia. Y porque mientras haces lo que te flipa tienes la obligación de sonreír.

No hay tantos guitarristas que te sonrían así. No los hay. Decidme más. Todos se ponen mogollón de serios porque están sacando su mojo. Bueno, pues Eddie Van Halen te sonríe para que imagines que tú también puedes hacerlo, que tú también puedes ser como él. Te miente, te lía. Te sonríe.

Eso pasa concretamente en el por todos recordado videoclip de ‘Jump’, la canción que aúna todo su talento al tener guitarra y teclados a saco. El notas se aburría de lo tan bueno que era con las seis cuerdas y se paso al maldito teclado. Más allá de las modas del momento, así sería.

Los cinco primeros discos de Van Halen vendieron 37 millones de copias solo en Estados Unidos. Y luego llega Eduardo y mete teclados a saco (ya aparecían un par de discos más atrás pero no tan descarado). Y la fórmula no solo no se resiente, sino que revienta en esa obra magna titulada ‘1984’.

Un álbum perfecto desde la portada del angelito mirando de lado mientras se echa un piti. ¡Venga ya! Suena el riff de teclado de ‘Jump’ y se te pira, quieres, claro, saltar. Hay que joderse. Hasta pareciera que David Lee Roth aprendió a cantar. Pero la cosa no es solo eso. Es que te explota la patata.

La base está ahí, la base es apabullante. Y entonces pues llega el inevitable solo y parece que lo está haciendo con la polla. Hablando pronto y mal. No es largo, no se enreda. De hecho es más largo el solo de teclado. Eddie, de formación pianística, se deja ir. Y mezcla ambos instrumentos: donde empieza uno acaba el otro y la distorsión está ahí. Ahí están las válvulas. Y al final se va el fade out con un riff marca de la casa.

No es la mejor canción de Van Halen para cualquiera que escuche a Van Halen. Que no somos tantos en 2020, soy consciente. Pero tengo toda la pasión intacta por este muchacho, más aún ahora que se fue. Que es mentira, que no se fue, pues no ceso de escucharlo en bucle desde el martes. Está más presente que nunca.

Recuerdo cuando vi a Van Halen en 1995 en el Palacio de los Deportes de Madrid. Me planté delante de Eddie y se me fue la puta pinza. Para comprender ciertas cosas es preciso no ya escucharlas, sino verlas. Parece que se lo está inventando ante ti, pero suena exactamente como pensabas que sonaría. Se hace tan real que no puedes parar de comentarlo 25 años después. Qué locura.

Podría estar días hablando de la discografía de Van Halen. Noches, mejor. Es algo que ya hacía. Y ahora de repente siento esa necesidad como mucho más fuerte. Somo así. Se nos pira. Y podría salir de este disco, pero ahora me quedo atorado porque, la hostia, cómo suenan ‘Hot for teacher’ y ‘Panama’.

Hemos hablado de las tres canciones más obvias de Van Halen y así está bien. No descarto, si me apetece, chapear mucho más. Es cierto que ‘Jump’, ‘Hot for teacher’ y ‘Panama’ te revientan de una u otra manera y están todas en ‘1984’. El disco de la portada de angelito que se convierte en dios del rock: es la sonrisa de Eddie Van Halen.

Esa es la imagen última. Definitiva. Porque ojalá todos, hagamos lo que hagamos en nuestra vida diaria, podamos sonreír así. Tan confiados, tan burlones. Tan sobradísimos. Este y no otro es el objetivo último de lo que hacemos. O al menos así debiera ser. Esa lección ya la tenemos: haz en la vida lo que te ponga en la cara la sonrisa de Eddie Van Halen.

Comparte
Tagged

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *