Para hablar de los últimos días de Freddie Mercury, fallecido el 24 de noviembre de 1991, hay que retroceder un lustro. El concierto de Queen el 9 de agosto de 1986 habría pasado igualmente a la historia por la interminable marea humana de más de 120.000 personas que desafiaba a la lógica abarrotando hasta límites desaconsejables el Knebworth Park del norte de Londres. Pero la fecha cobró en un lustro relevancia legendaria por ser la última actuación en directo del emblemático cantante.
Un inesperado adiós que nadie pudo imaginar aquel día rebosante de vida en la campiña inglesa, que terminó como de costumbre con el vocalista -de entonces 39 años, murió con 45– contemplando a la multitud desde el centro del escenario con su corona y su capa de Reina mientras el guitarrista Brian May interpretaba su versión del God save the Queen. Un punto final que entonces parecía solo el salto hacia el siguiente párrafo.
Y es que ya a finales de 1986 los tabloides británicos comenzaron a especular después de descubrir que Mercury -nacido Farrokh Bulsara en 1946- se había hecho la prueba del sida en una clínica cercana a su casa en Garden Lodge, en el barrio londinense de Kensington. Lamentablemente, las informaciones no iban desencaminadas y el cantante fue oficialmente diagnosticado con la enfermedad en la primavera de 1987.
Comenzaba así la época aún más hermética de su vida, siempre ocultando públicamente su condición homosexual, sobre todo para no causar problemas a sus padres, pertenecientes a la comunidad parsi. La primera consecuencia fue que nunca volvería a cantar con Queen. Dejando los conciertos y centrándose en el trabajo de estudio grabando aún su segundo disco en solitario (1988, Barcelona, con su mítico dueto con Montserrat Caballé) y otros dos con el grupo (1989 y 1991), más otro póstumo que se editó en 1995, cuatro años después de su muerte.
La segunda consecuencia, aunque en un principio lo negara, fue un evidente cambio en sus hábitos, que en el pasado habían sido de una infinita voracidad festiva. Algo que en su caso particular se materializaba en un considerable consumo de alcohol y drogas -las celebraciones de Queen eran antológicas- y un orgiástico apetito sexual perpetuamente insaciable.
«YA NO PUEDO SEGUIR CON LA MISMA MARCHA DE ANTES»
«Ya no puedo seguir con la misma marcha que antes. Es demasiado. No es la manera en que se comporta un adulto. He dejado atrás mis noches de fiestas salvajes. No es porque esté enfermo, sino por la edad. Ya no soy un chaval. Prefiero pasar tiempo en mi casa. Forma parte del proceso de hacerse mayor», planteó Freddie en unas declaraciones de la época recogidas por su biógrafa Lesley-Ann Jones.
Así que comenzó a, efectivamente, hacer vida casera junto a su pareja Jim Hutton, oficialmente su jardinero particular, aunque los dichosos tabloides tenían clara la realidad. La situación se complicó aún más cuando News of the World publicó una exclusiva en la que se detallaban las costumbres sexuales del cantante y se relataban largas sesiones consumiendo cocaína con David Bowie y Rod Stewart.
El culpable de esa filtración fue Paul Prenter, antigüo mánager personal y de confianza de Freddie, quien obtuvo 32.000 libras por sus sórdidas revelaciones. «Aquello destrozó la capacidad de Freddie para confiar en los demás, salvo en unos pocos escogidos. A partir de entonces no hizo ni una sola amistad nueva», destaca Jim Hutton en la Biografía Definitiva escrita por Lesley-Ann Jones.
Para cuando Freddie fue diagnosticado con sida, apenas había pasado un año de la muerte de Rock Hudson, la primera gran celebridad que conmocionó al mundo al fallecer por dicha enfermedad. En el Reino Unido se habían registrado únicamente 264 casos y el sida fue declarado la amenaza más grave para la salud del país desde la Segunda Guerra Mundial. Eran años de desconocimiento, desconfianza y temor. También, lógicamente, para el líder de Queen.
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Tras un 1987 relativamente tranquilo, 1988 empezaba con una reunión de Queen para hablar del futuro (y con Freddie enfrascado en su colaboración operística con Caballé). Y para confesar, como recuerda Brian May: «Para entonces estábamos bastante enterados, de una forma tácita. Después de hablar, Freddie nos dijo ‘pues eso es todo, no quiero que esto cambie las cosas, no quiero que se sepa, no quiero hablar de ello, solo quiero seguir y trabajar hasta que no sea capaz de hacerlo».
En ese ambiente, tras el éxito del single en solitario Barcelona, el grupo se las apañó para publicar en 1989 el álbum The Miracle y promocionarlo con unos videoclips en los que Freddie aún daba el pego. Mientras tanto, todo el entorno de Queen negaba constantemente los rumores sobre su enfermedad, mintiendo incluso a sus propias familias. Acosado por la prensa, el cantante cada vez pasaba más tiempo refugiado en su casa de Montreaux (Suiza).
La última vez que se dejó ver en público fue el 18 de febrero de 1990 en los Brit Awards celebrados en el Dominion Theatre (donde ahora hay una estatua suya), para recoger junto a sus compañeros un premio por toda la trayectoria de Queen. Fue una aparición fugaz sobre el escenario, los cuatro caminando hasta el centro del escenario en el que Brian May fue el encargado de hacer una pequeña broma y expresar su gratitud antes de marcharse con premura. Sorprendió que Freddie solo se acercara al micrófono para decir «thank you, good night».
Para cuando llegó Innuendo en febrero de 1991, la mala salud de Mercury ya era más evidente, como se constató en el vídeo de promoción del single I’m going slightly mad, donde mostraba un aspecto lastimosamente demacrado a pesar de estar muy maquillado.
En mayo se estrenó ‘These are the days of our lives’, el último clip en el que se ve al vocalista con vida. Ese mismo mes visitó por última vez el estudio del grupo, que entonces intentaba grabar todo lo posible para la posteridad (por orden de Freddie). De ahí surgió el álbum Made in Heaven, que llegaría en 1995 con la grabación final del cantante, Mother Love.
«Creo que a lo mejor una parte de él pensaba que iba a llegar el milagro. Creo que todos lo pensábamos. Fueron unos días muy tristes, pero Freddie no se deprimía. Se había resignado ante el hecho de que iba a morir. Lo aceptaba. De todas formas, ¿alguien se imagina a un Freddie Mercury anciano?», apunta Brian May echando la vista atrás en la mencionada biografía.
45 AÑOS EN SEPTIEMBRE DE 1991
Entre Londres y Montreaux, donde incluso compró un apartamento a pesar de todo, el músico confesó todo a su hermana Kashmira en agosto de 1991 e intentó seguir normalmente con su vida celebrando sus 45 años el 5 de septiembre. «Aquel cumpleaños fue el más tranquilo de todos. Fue muy triste. Estaba reconciliándose con el hecho de que su vida se estaba acabando deprisa», recuerda el mánager de la banda, Jim Beach.
Debido a su deteriorada salud, Freddie se recluyó en su círculo más íntimo, encabezado por su pareja Jim Hutton, y cada vez veía a menos gente. Fue entonces cuando decidió dejar toda la medicación salvo los analgésicos, con los periodistas literalmente acampados a las puertas de su casa en Londres. Y en octubre se publicó el single The show must go on, que parecía venir a confirmar todos los malos augurios.
Junto a Hutton, los enfermeros de los últimos días de Mercury fueron sus íntimos Peter Freestone y Joe Fanelli (su cocinero particular), quienes recibieron instrucciones del Hospital de Westmister. Entre los tres se las apañaron para que el artista no estuviera ni un instante en soledad, mientras las ocasionales visitas se reducían a Elton John, Dave Clark, Tony King y Mary Austin, su exnovia de juventud y ‘pareja oficial en vida’ -también la que se llevó gran parte de la herencia-.
Hubo tiempo para una última visita de sus padres, su hermana, su cuñado y sus dos sobrinos, tal y como señala Peter Freestone: «Haciendo un esfuerzo sobrehumano, consiguió recibirles durante dos o tres horas. Merendaron todos juntos en su dormitorio. Era como si él siguiera protegiéndoles, haciéndoles creer que no tenían por qué preocuparse. Nadie podía sospechar que era la última vez que veía a su familia».
VISITA DE BRIAN MAY Y ROGER TAYLOR
Brian May y el baterista Roger Taylor también acudieron a la casa, aunque sin ser conscientes de la gravedad real de su amigo. Y el 22 de noviembre, con Jim Beach junto a su cama, Freddie acordó cuál sería el texto en el que lo admitía todo y que ese mismo día leería la publicista de Queen, Roxy Meade.
«Como consecuencia de las conjeturas aparecidas en la prensa en las dos últimas semanas, es mi deseo confirmar que me he hecho las pruebas de VIH y tengo sida. Creo que ha sido conveniente el mantener esta información en secreto para proteger la intimidad de los que me rodean», confesaba el texto.
Y añadía: «Ha llegado el momento de que mis amigos y mis fans de todo el mundo sepan la verdad y espero que todos se unan con mis doctores y aquellos que luchan contra esta terrible enfermedad. Mi intimidad siempre ha sido algo especial para mí y soy conocido por las pocas entrevistas que concedo. Por favor, comprended que esta pauta continuará».
Sin embargo, apenas 24 horas después de hacer pública su enfermedad, Freddie Mercury moría en su casa de Garden Lodge, acompañado por Jim Hutton, Peter Freestone y Dave Clarke. La causa oficial, una bronconeumonía agravada por el sida. La noticia se conocía en las primeras horas de la mañana del 25 de noviembre provocando una conmoción global inmediata.
FUNERAL
El funeral de Freddie fue dirigido por un sacerdote zoroástrico por respeto a sus padres. Fue incinerado en el West London Crematorium, en Kensal Green, a las diez de la mañana del miércoles 27 de noviembre. Su ataúd fue transportado a hombros mientras sonaba You’ve got a friend interpretada por Aretha Franklin. Cuando el féretro desapareció, se escucharon grabaciones de ‘D’amor sull’ali rose’ de Verdi, un aria de Il trovatore, cantada por su gran amiga Montserrat Caballé. «Era la pieza musical favorita de Freddie», recalca Peter Freestone.
Las flores para el músico ocupaban más de mil metros cuadrados, con grandes coronas de sus padres, David Bowie, Elton John, Boy Geore, Mary Austin y sus compañeros de Queen. Todas esas flores se donaron posteriormente a los hospitales de Londres. Finalmente, Freddie se había ido, dejando un profundo vacío en sus íntimos y en millones de fans en todo el planeta.
Repartió su herencia entre sus padres, su hermana, Joe Fanelli, Peter Freestone, Terry Giddings (su chófer) y Jim Hutton. Pero fue Mary Austin la que se quedó la mayor parte, incluyendo la casa de Garden Lodge. Porque ella fue su gran amor y su gran amiga hasta el final y, de hecho, solo ella sabe qué pasó con las cenizas del músico.
«La fama le había convertido en la persona más solitaria del mundo. Para compensarlo, su vida se fue haciendo cada vez más desenfrenada, hasta que le controló a él. Estaba compensando demasiado por la soledad: Freddie lo hacía todo hasta el extremo«, reflexiona Barbara Valentin, su otro gran amor durante una etapa de su vida. Y ella misma concluye: «El precio que pagó fue el más terrible. Sé que él no lo había planeado así, pero se salió con la suya. Lo que él quería era la inmortalidad y eso fue lo que consiguió».