Lugar: Huertas del obispo. Palencia
Fecha: 2 septiembre 2006
Asistencia: 6.000 personas
Precio: gratis
Músicos: José María Sanz Beltrán ‘Loquillo’ (voz), Igor Paskual (guitarra y coros), Laurent Castagnet (baterista), Juan Ramón Vericad ‘Cuti’ (teclista), Jaime Stinus (guitarras), Josep Simón Ramírez (bajista)
Setlist: Rock n Roll actitud, La sonrisa de Risi, Pégate a mí, Veteranos, Arte y Ensayo, El hijo de nadie, Feo fuerte y formal, Cuando fuimos los mejores, Rock suave, Quiero acariciar el rock n roll, Las chicas del Roxy, Todo el mundo ama a Isabel, Ritmo de garaje
Bis: El rompeolas, Rock n roll star, Autopista, Contra la ley, Antes de la lluvia, Cadillac solitario.
[Este relato es una continuación de lo sucedido el día anterior en el concierto de Muchachito Bombo Infierno]
Cuando despertó, al menos estaba en la habitación de su hostal, en la que durante 48 horas era su cama. Todo parecía estar en su sitio, aunque sentía algo raro. Estaba incómodo. Tras unos segundos de incertidumbre, descubrió que había tenido ciertos problemas con la contención de su vejiga y se había orinado encima. «O sea, que cuando soñé que meaba, resulta que meaba», se lamentó sin poder evitar una leve sonrisa, mezcla de arrepentimiento y de malicia. En fin, tampoco era para tanto. No recordaba bien, pero juraría que sus amigos palentinos le habían dado de beber una especie de brebaje que, por lo visto, era típico del lugar. «¿Vino blanco con vodka? ¿Champán con vino blanco?». Lo que sí tenía claro es que el recipiente era de por lo menos dos o tres litros… ahora sí que le dió por reir.
Era mediodía, así que se arrojó de nuevo a las calles para comer algo. Según salió del portal, la chica del chico del tren casi le pisa. Un segundo después, casi le pisa el chico. Ambos iban casi tan perjudicados como él, o tal vez más. Un grupo de personas diferentes iba a pocos metros de ellos. Sin haberles prestado demasiada atención, la verdad es que sabía perfectamente donde habían estado y con quien casi en cada momento, y tenía el presentimiento de que sabía dónde les volvería a encontrar. Si el chico se salía con la suya, no sería viendo a Soraya en la Plaza Mayor, eso desde luego. Él tampoco quería ir, pero le picaba la curiosidad, así que se pasaría para conocer el desenlace de ese capítulo de la historia.
Mientras pensaba todas estas vanalidades, comprobó que tenía algo apuntado a boli en el brazo. Era una dirección y un nombre, con toda la pinta de corresponder a un bar. Preguntó a un guardia municipal sobre la dirección en cuestión, y aunque no le puso buena cara, se lo dijo. Primero pensó que la reacción de repugnancia del policía se debía al olor a pis, pero después de hacer una serie de grotescos gestos en mitad de la calle Mayor, para verguenza ajena de los viandantes, descartó esa posibilidad. «Si el poli ha puesto esa cara al ver lo que tengo escrito en el brazo, creo que merece la pena descubrir de qué se trata», constató.
Después de muchos esfuerzos, llegó hasta lo que parecía un bar en un piso. Llamó y allí estaban los dos heavilones que había conocido la noche anterior. No era un bar en realidad, pero sí una especie de club social. Los chicos le aclararon que en realidad era su casa y que eran conocidos en Palencia por ser prácticamente los únicos amantes del rock duro, los únicos que ponían la música por encima de los niveles de volumen recomendables, y los únicos que tenían pintas desaprobadas por la gran mayoría. «Me tengo que quedar con estos dos elementos», se convenció.
Degustaron unos sabrosos perritos calientes -de microondas- envueltos en pan de sandwich, rebosantes de ketchup y de mostaza mientras escuchaban viejos discos de Loquillo y Los Trogloditas. Tenían que ser viejos porque eran «los buenos» según los dos inquilinos de ese club social al que nunca acudía nadie aparte de la policía. Cuando se quisieron dar cuenta, era ya noche cerrada y, lo más terrible de todo, se había acabado la cerveza. Esta y no otra fue la razón exclusiva por la que no se perdieron el concierto de Loquillo, también en las Huertas del obispo.
«¡Joder, se me pasó lo del concierto de Soraya!», dijo en voz alta, sin querer, ante el estupor de sus dos compinches, que le miraron como a un extraterrestre. «Ay que ser pringao para perder el tiempo en ver un concierto de esa pava», dijeron los dos al unísono, demostrando una vez más su compenetración, prácticamente satánica. Decidió no explicarles sus motivos, porque total, tampoco los entenderían ni eran tan importantes. «Menuda mierda de concierto, si la tía esa ni si quiera canta. Dudo incluso de sus músicos, que es lo que habitualmente se puede salvar de conciertos de ese tipo…», acertó a escuchar mientras pasaban por un cruce de cuatro calles.
«Lo sabía, al final le iba a tocar ir al pobre chaval», dijo a voz en grito mientras se carcajeaba. En ese momento se alegró de estar solo, junto a sus dos amigos heavies palentinos, a la espera de nuevas aventuras. Loquillo prometía. Siempre había tenido ganas de verle y nunca había podido cumplir ese deseo. Seguramente ya habrían pasado sus mejores momentos, su época dorada y salvaje, pero estaba convencido de que ‘El Loco’ todavía tenía mucho que ofrecer, puesto que él pensaba que los rockeros no se hacen, sino que nacen, viven, se reproducen y perviven si merecen la pena.
Esta vez sí. Tras el empacho de rumba que supuso el concierto de Muchachito Bombo Infierno la noche anterior, esta noche se encontraba en su ambiente. No es que fuera una celebración de la grandeza del rocanrol ni nada de eso, pero sí que era otra concepción de las cosas. Vestido de riguroso negro, Loquillo se plantó en mitad del escenario y exigió los primeros aplausos, los siguientes, otros más, y así toda la noche. Era algo así como «o me aplaudes o no sé qué demonios pintas aquí», y eso le gustó. Todo actitud, todo pose. Estas son las cosas que diferencian a los grandes de los mediocres.
«¿Verdad que sí?», le dijo una voz a su lado mientras le ofrecía una cerveza. No estaba seguro de haber estado hablando en voz alta, pero estaba claro que el chaval del tren le había escuchado. Aceptó gustoso la invitación porque necesitaba algo fresquito de beber. «Quédatelo, tengo otros tres minis aquí, en mis manos», le dijo el chico, antes de desaparecer entre la multitud. «¿Tres minis en dos manos? ¿Qué?», acertó a decir, pero ya era demasiado tarde. ‘Ritmo de garaje’, ‘Rock n Roll star’ y ‘Cadillac solitario’ son razones más que suficientes para ver a Loquillo en directo. Era lo que preveía, era lo que constató. «Pocos tipos hay en España que hayan entendido tan bien como Loquillo lo que ser una estrella del rock significa», se dijo a sí mismo.
Esto fue lo último que dijo, puesto que de repente miró a su alrededor y comprobó que se había quedado solo. Pero no solo sin amigos, sino solo de verdad. No había nadie, estaba en medio de un parque, era de noche, y no había nadie. Asustado, corrió hacia el ruido, pero tropezó y cayó al suelo. Del golpe quedó inconsciente. Cuando despertó, estaba en una cama de hospital acompañado de la pareja del tren, chico y chica, que se alegraron mucho de su revivir. Hablaron unos minutos, pero estaba tan cansado que volvió a caer en un profundo sueño. Cuando despertó, estaba en su cama, en su casa, y su novia le hablaba desde la cocina.
«Venga, levántate. Si eres hombre para trasnochar, también lo eres para levantarte pronto», le dijo. Aturdido, se levantó, miró a su alrededor y no comprendió absolutamente nada. «Creo que he tenido un sueño un poco raro. No me acuerdo bien, pero íbamos de fin de semana a Palencia y nos encontrábamos todo el rato con un tipo que era yo, pero no era yo, que iba solo o con dos pintas melenudos, y que siempre aparecía por sorpresa. Era como si nos siguiera», le contó. «También me emborracho y lloro cuando tengo depresión…», canturreba ella alejándose por el pasillo.
Esta es la crónica del concierto de Javier Santos para el diario El Norte de Castilla:
El mandamás del rock
Loquillo y Los Trogloditas reivindican el rock en español en las Huertas del Obispo, en un concierto trufado de canciones míticas
FOTO: Loquillo se apoya en su guitarrista ante miles de personas, durante el concierto del sábado en las Huertas del Obispo
‘Loquillo‘ todavía manda. El cantante del barrio barcelonés de Clot se resiste amarrado a un micrófono a perder su posición de privilegio al frente del rock patrio. Quizá las ventas ya no son las de antes, ni tampoco le dedican tantas portadas en los diarios, ni minutos en televisión cuando saca un disco nuevo. Pero ‘Loquillo‘ es un número uno cuando sube las escaleras del escenario y se sitúa en el centro de las tablas, frente a miles de personas que registran cada uno de sus movimientos.
Abrigado por la música de Los Trogloditas, José María Sanz es un grande aunque se agache, y tiene la facultad de exaltar al público con un simple gesto de su mano. Pero la pose, que forma parte del personaje, no es gratuita, tiene sus raíces en los orígenes pandilleros del rock, en lo que para muchos fue una forma de vida. Y lo más importante, detrás de la presencia hay mucha música, más de 25 años en los que el barcelonés y los suyos han sobrevivido a decenas de aspirantes a estrellas.
La gira está siendo un trago muy duro para el grupo, que trata de sobreponerse a la muerte del guitarrista Guillermo Martín, ocurrida hace escasamente dos semanas. El productor Jaime Stinus le sustituye, pero no ha podido evitar que todo ‘el tour’ esté marcado por esta pérdida. El sábado, en las Huertas del Obispo, ‘Loquillo‘ le nombró cuando presentó a cada uno de los Trogloditas y señaló al cielo ante el aplauso de muchos de los presentes que conocían la situación.
Entre las miles de personas que acudieron al espectáculo -se hace difícil dar cifras de público en los conciertos las Huertas del Obispo, pero fácilmente rondarían las 6.000-, no faltaban los rockeros de pro, con sus camisas negras y sus botas; los maduritos nostálgicos a los que la alopecia les dinamitó el tupé pero que aún sueñan con aparcar un Cádillac en el Tibidabo, y muchos jóvenes inquietos que seguramente no conocen toda la discografía del ‘Loco’, pero si sienten gran respeto por su trayectoria y sus canciones.
El rock entró de lleno en las Huertas del Obispo de la mano del hombre vestido de negro que comenzó presentando los temas de su disco ‘Hermanos de sangre’, para ofrecer después algunos de sus temas más conocidos. ‘El Loco’ se muestra chulo y arrogante, sí, pero también cercano, con guiños al público, apuntando con su dedo y provocando el delirio con temas como ‘Cuando fuimos los mejores’ o ‘Ritmo de garaje’, que el cantante catalán finalizó con un grito de alegato a favor del rock español.
Un larguísimo bis puso fin al concierto con canciones como ‘El rompeolas’, ‘Rock & Roll Star’, ‘Autopista’, ‘Contra la Ley’ y ‘Antes de la lluvia’, la maravillosa canción incluida en la banda sonora del documental ‘Mujeres en pié de guerra’ y, ¿cómo no!, ‘Cádillac solitario’, sinónimo de delirio, de coros en el público, de nostalgia de otros tiempos, de puro rock and roll.
El Diario Palentino también quiso dejar constancia de lo sucedido a través de este artículo de Juan Pablo Ausín:
Loquillo’ y ‘los Trogloditas’ se hermanan con este público
Los amantes del rock ‘gran reserva’, con denominación de orígen, no faltaron a su cita
Entre voces aterciopeladas, gorgoritos, grupos de mañana incierto, y canciones de fácil tirón en todas las emisoras, se destacó en la noche de ayer una música que nunca muere, un grito a la tradición clásica, a la canallada de barra de bar y garito oscuro, atestado y ruidoso. Loquillo por fin desembarcó en Palencia con su tropa de Trogloditas (a pesar de una dolorosa pérdida) y centenares de palentinos acudieron a la orilla del río a recibir como se merece al Loco por excelencia, al incombustible y más grande roquero catalán.
Llegaron para presentar Hermanos de Sangre en este rincón de la planicie castellana, aunque uno de estos hermanos ya no esté presente con las cuerdas de su guitarra. Y es que Guille Martín, mítico guitarrista de los últimos tiempos, dejó de rasgar definitivamente hace ya un par de semanas en Zaragoza, con lo que cada directo, cada riff y cada compás se convierten un homenaje. Es como si el pájaro loco que simboliza al Loco y su banda, se hubiese quedado cojo, mientras las últimas volutas de humo de los fuegos artificiales ponían su particular velo sobre la gala.
Más allá de sentimentalismos, los nuevos trabajos del grupo se fundieron con sus viejas glorias veteranas de los escenarios. Y el público, que no era ni poco ni cobarde, sino todo lo contrario (pocas veces las Huertas del Obispo habrán tenido que soportar tal marabunta de gente sobre su suelo), hizo suya cada letra y cada ritmo, acompañando a los de lo alto de la tarima. En este sentido es muy de reseñar la cantidad de aficionados, -me atrevería a hablar de cinco dígitos-, incondicionales, nuevos y curiosos que puede aún arrastrar esta mítica banda surgida de lo más profundo de la movida barcelonesa.
Muchos no pudieron estar (ni de lejos) en el 77, y el problema con las mujeres lo fue menos ayer para Loquillo, con una masa homogénea pero variada, tanto en composición como en generación, entregada aunque un poco fría en el inicio. Aún así, no fue necesario sacar las chupas de cuero para entonar con el ambiente, por lo que quince años después de su última aparición por Palencia, que sólo los mayores de 20 recuerdan, Loquillo y los Trogloditas reverdecieron su recuerdo, dejando ganas de una próxima, a ser posible no tan lejana en el tiempo. Mientras tanto, en la atmósfera de la ciudad se adivinará aún un cierto aroma a ritmo de garaje.
Webs interesantes:
http://www.loquillo.com/
http://es.wikipedia.org/wiki/Loquillo
http://www.lastfm.es/music/Loquillo+y+Trogloditas
El concierto estuvo de puta madre,yo ni sikiera sabia kien era pero fue la osti. me lo pase genial y fui la unica. tienen ke volver a palencia
¿Qué no sabías ni quien era? ¿cuantos años tienes?
Bueno en fin, el concierto estuvo muy entretenido, buen ambiente, buen tiempo y de duración agradable. Era la primera vez que lo veía y me gustó.
Ana
«Qué difícil ser humilde cuando no es tan grande». No hay mejor frase para definirle, es tan grande dentro como fuera. Mi primer concierto de Loquillo, en el que me lo pasé en grande.