Quique González (2020) Teatro Circo Price. Madrid

Crónicas
Quique González en Madrid. FOTO: @ricardorubiooficial


Quique González en Madrid: Las noches vividas

Hay millones de noches en las que no pasa absolutamente nada aparte de suspirar unas cuantas veces por instinto de supervivencia. Y luego hay otras, las menos, en las que nos suspiramos boca a boca y nos jugamos la vida conscientemente. Las noches vividas, las mañanas de reparación. Avería y redención.

Bebimos en los bares y recorrimos calles vacías hasta quemarnos con el sol, y ahora nos damos con un canto rodao si no nos levantamos aullando a la luna. Pero, a pesar de eso, somos el lado luminoso de aquellos conserjes de noche que desafiaban a las mañanas borrosas de consecuencias inevitables.

Mucho tiempo ha pasado para Quique González y para todos los que le llevan identificándose ya más de veinte años en sus historias de poesía callejera. Y en el camino hay incontables noches vividas de infinitas diferentes maneras. Y del mismo modo que en la música son fundamentales los silencios, en el devenir de los días es esencial aprender a domar lo que acontece en las horas sin luz.

En eso andamos todos y por eso Quique, que ha sido padre recientemente, pasa de cantar a hostales y soportales a arrancar su concierto en el Circo Price con ‘Bienvenida’, canción que el poeta Luis García Montero escribió como regalo precisamente para su hija -y el videoclip, que es bien bonito como el tema en sí, es un hit en casa cuando hay que bajar las revoluciones y pensar en el recogimiento-.

Recogimiento en las últimas horas de un frío martes de enero para las 1.800 personas que llenaron este martes el Price dentro del Inverfest para entregarse a una forma de entender no ya la música, sino la vida misma. Porque como bien escribió García Montero y ahora cada noche canta Quique González: Nuestra consigna hoy es resistir.

Porque lo que anda ahora Quique presentando es ‘Las palabras vividas’, su más reciente disco, en el que el reto fue convertir en canciones poemas escritos por Luis exactamente con ese fin. Y el resultado de este juego a cuatro manos nos lleva a otro lugar, pues mientras antes el músico madrileño se veía obligado a arrojarse a la noche en busca de algo que siempre parecía escaparse, ahora canta a la certeza de tenerlo en casa y no tener que salir ahí fuera a buscar nada.

Un tono más intimista y delicado para un repertorio con una veintena de canciones que reclaman algo nada en uso en el día de hoy: atención y silencio como declaración de intenciones casi diríase que antisistema. Poesía frente a la frivolidad, delicadeza frente al ruido machacón, pausa frente a la estúpida velocidad que nos tiene a todos locos por la vida. Hay que pararse a escuchar, a dejarse llevar de la mano, a asimilar y disfrutar.



Con esta premisa ya anunciada, no iba a ser esta una noche de esas de rock n’ roll eléctrico, pues la propuesta es otra, con dominio del tono acústico e intimista desde el arranque con ‘Bienvenida’, ‘Concierto con orquesta’ o ‘El pasajero’. Pero también canta Quique en otro momento que aún tiene rock n’ roll en el pecho, por lo que éste termina brotando en ‘Sangre en el marcador’ como primer aviso de que no todo será intensidad intimista. La balanza que empieza claramente venciéndose hacia un lado, terminará equilibrándose progresivamente mientras suenan ‘Palomas en la quinta’, ‘Polvo en el aire’, ‘Nuevas palabras’ o la aplaudidísima ‘Su día libre’.

Porque a la gente le cuesta, eso también es verdad. Por eso alguien aúlla, alguien grita que quiere escuchar ‘Charo’ -que no va a ser así-. En su lugar, piezas no muy conocidas por el gran público, rescatadas aposta porque precisamente encajan con el tono acústico y de madera de ‘Las palabras vividas’, del que gusta especialmente la corta pero evocadora ‘Seis cuerdas’.

Canta Quique en solitario ‘La fiesta de la luna llena’, para luego hacer con César Pop ‘Qué más puedo pedirte’. El tramo más solitario resulta ser el punto de inflexión con el regreso de la banda, más que solvente con los sobresalientes Toni Brunet a la guitarra eléctrica y Diego Galaz de Fetén Fetén haciendo arreglos imposibles con violines, mandolinas o incluso zanfonas -esto sí que es ir contra el signo de los tiempos-.

Se suceden ‘Todo se acaba’ y ‘La nave de los locos’, que ya suena y se recibe como clásico, y pareciera que el gentío se quita el peso de toda la noche vivida hasta ese momento, pues con ‘La luna debajo del brazo’ se arranca a aplaudir propiciando un momento divertido al perder el ritmo y perder a su vez al propio Quique, quien bromea: «No terminarnos de pillar lo de las palmas, pero esto es la democracia».

La música termina su labor de introspección curativa con ‘Orquídeas’ y ‘Desperfectos’. Tanto es así que el propio Quique avisa divertido: «Vamos a aflojar un poco con el dolor llevado a las tabernas». Pero mintió como un bellaco pues, tras el relato trotón de ‘Dallas-Memphis’ se vive el momento más emocionante con la aparición en escena del propio Luis García Montero para recitar ‘Aunque tú no lo sepas’.

Nunca un director del Instituto Cervantes recibió semejante ovación en un concierto de rock n’ roll -porque en definitiva, en eso estábamos-. Por su propia trayectoria como por haber inspirado a Quique, hace ya más de veinte años, a escribir su propia ‘Aunque tú no lo sepas’ para Enrique Urquijo. Una alineación de planetas tan especial que sigue colisionando noche tras noche y conmoviendo corazones con su onda expansiva. Poesía y música para seguir creyendo.



‘La casa de mis padres’, de tan personalísima y rotunda, también se corona como uno de los momentos vitales, mientras que ‘Y los conserjes de noche’ descoloca a alguno por no poder contener el lagrimal -no sé yo muy bien por qué, pero esa es también la inesperada gracia-. Ese el viaje de dos horas que propone y provoca el madrileño: desde la tristeza a la alegría, desde la nostalgia hasta la euforia, desde la melancolía por lo vivido al júbilo por seguir vivos y que se manifiesta en aullidos a destiempo y ovaciones cerradas con el gentío en pie.

La banda está ya desatada hace tiempo y tomando sin frenos el desvío hacia el rock acomete ‘Clase media’, ‘Salitre’ y remata con ‘Vidas cruzadas’ y el Circo Price trotando sobre las butacas rojas. Demostración de que en la nave de los locos cabemos todos, pues aquí estamos después de tantos ríos, en las esquinas de la despedida, las luces en los bares más tardíos y las noches en la boca más vivida. Porque la consiga hoy es resistir y seguir aprendiendo de esas noches vividas que dan sentido a nuestros días.

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