Loquillo (2012) Teatro Arteria Coliseum. Madrid

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Loquillo trae a Madrid su gira por teatros: el tupé canoso más elegante del rock

Lugar: Teatro Arteria Coliseum. Madrid
Fecha: 20 febrero 2012
Asistencia: 1.400 personas (todo vendido)
Artistas Invitados:
Precio: Desde 30 euros
Músicos: José María Sanz (voz), Jaime Stinus (guitarras), Josu García (guitarras), Julia de Castro (violín y coros), Alfonso Alcalá (bajo), Laurent Castagnet (baterista)

Set list: Balmoral, La Vecina, La Noche Blanca, Cuando pienso en los viejos amigos, Cuando vivías en la Castellana, La vida que yo veo, La belle dame sans merci, La vida es de los que arriesgan, Brillar y brillar, No volveré a ser joven, Antes de la lluvia, El año que mataron a Salvador, La mala reputación, Los gatos lo sabrán, Transgresiones, El hombre de negro, El reencuentro, Caray, Billy La Roca, Political Incorrectness, Con elegancia, Vintage


[Fotos de María Martín-Consuegra, de www.lacasaconruedas.com]



Cuando aún pueden escucharse en la lejanía los ecos de los últimos aplausos que dieron carpetazo a su extensa, exitosa y complaciente gira de treinta aniversario sobre los escenarios, una auténtica orgía de grandes éxitos, da Loquillo un violento giro de 180 grados y afronta una tournée invernal por teatros centrándose en la cara más poética de su cancionero en solitario, ese de discos como La vida por delante, Con elegancia, Nueve tragos, Mujeres en pie de guerra, Balmoral y el más reciente de todos, Su nombre era el de todas las mujeres, en el que son otros los que escriben las letras que él hace suyas e interpreta.

A solas se llama esta gira en la que Loquillo cambia el Chanel, la cocaína y el Don Perignon por gintonics caros en el Paseo de la Castellana, cambia curtidas chupas de cuero por impecables trajes negros perfectamente planchados y que lucen radiantes con la raya del pantalón escandalosamente perfecta. Una gira en la que vuelve a convertirse en el arriesgado rockero, en el artista poliédrico que canta poemas de gente tan relevante como Mario Benedetti, Jacques Brel, Georges Brassens, Gil de Biezma, Gabriel Sopeña, Cesare Pavese, Bernardo Atxaga, Jaime Urrutia y, sobre todo, Luis Alberto de Cuenca, autor de los versos de su última referencia discográfica.

Los aullidos de las 1.400 personas que abarrotan el recinto reciben a José María Sanz, que arranca con Balmoral, La vecina y La noche blanca. El sonido es potentísimo y la banda, formada por seis músicos, apabulla. Desde el centro del escenario y erguido sobre su corpulento cuerpo de promesa del baloncesto, mira el cantante a su público a los ojos mientras recuerda a viejos amigos que se pasaron de frenada y a viejas novias que finalmente se fueron. Y aprieta el puño cuando la canción llega a su fin, emocionado por la reacción de un público embelesado que atiende en silencio las personales presentaciones que hace Loquillo de todos y cada uno de los temas, y que son una parte fundamental del espectáculo.

Suena Cuando pienso en los viejos amigos y queda claro que la gente quiere rock, rock y más rock. Bien, en realidad esto es rock, por supuesto que esto sigue siendo rock, pero a la manera de un tipo de “edad indeterminada”, como él mismo ha repetido varias veces, que ya no puede seguir teniendo conducir un camión y mascar tabaco como mayor deseo en su vida. Un tipo que pasa del frenético rock callejero a la canción de autor potentemente electrificada sin que se le mueva ni un pelito del tupé. Un tipo maduro enfundado en un traje ya más negro que el tupé marca de la casa, cada vez más invadido de canas, y que canta Cuando vivías en la Castellana, La vida que yo veo, La Belle dame sans merci, La vida es de los que arriesgan, y que incluso se pone unas gafas para poder leer de cerca sobre un atril en determinados momentos.

No volveré a ser joven, Antes de la lluvia y El año que mataron a Salvador –que suena al Neil Young más Rockin’ in the free world, nada menos- abren el camino para uno de los momentos más aplaudidos de la velada, La mala reputación, de George Brassens, en su adaptación al castellano de Paco Ibáñez. En este punto, más de uno entre el público se siente como en un avión atravesando una tormenta de turbulencias, con sacudidas que tratan de levantarle de un asiento al que en realidad está amarrado en contra de su voluntad. Los gatos lo sabrán y Transgresores vuelven a calmar ligeramente unos ánimos ya difícilmente controlables a estas alturas.

Porque, superada la hora larga de concierto, incluso aquel que no paraba de pedir Cadillac Solitario desde el segundo anfiteatro ha quedado convencido de que no es momento para eso. Arrebatados están los que no tenían ni la menor idea del tipo de espectáculo que iban a presenciar, los que tenían una ligera idea aproximada, y los que tenían una idea absolutamente equivocada e imaginaban a Loquillo leyendo poemas en la penumbra. Pero, ay, que el respetable ya pasa directamente a faltarle el respeto a sus butacas gracias a una sobresaliente interpretación de El hombre de negro, otro de los momentos más celebrados y coreados de la noche.

Antes de los bises canta El Loco una de sus más recientes canciones, El reencuentro, sentado al borde del escenario. Escenario que queda desierto durante unos minutos en los que los gritos de “¡loco, loco!” se intercalan con tímidos “oeoeoé”. El pie de micro parece entonces tremendamente largo mientras espera solitario en el centro del escenario, solemne, una última sacudida que llegará a ritmo de swing y jazz con Caray –“¡Apartad por favor, que aquí estoy yo!”, canta Loquillo para jolgorio de los incondicionales-, la rockabilly Billy La Roca y una accidentada Political Incorrectness, en la que el vocalista se equivoca y después de unos segundos de zozobra opta por repetir desde el principio. Un perdón, unos aplausos, estamos entre amigos, y aquí no ha pasado nada, pero esto tiene que quedar pintón porque la actuación se está grabando para su futura edición en CD y DVD.

“Siempre he dicho que cualquier poema de Jacques Brel es más potente que una muralla de Marshalls”, avisa Loquillo antes de acometer otro de los momentos álgidos, Con elegancia, una de esas canciones sobre las que hay que preguntarse cómo es posible que no tenga un lugar aún más destacado en su carrera. Y mientras canta verdades incómodas como “quemaron su juventud moribunda aparentando que les hacía gracia” se pasea por el patio de butacas, respaldado unos cuantos metros a su espalda por una banda compacta, potente y desvergonzadamente sobrada, con todos impecables, pero con un Jaime Stinus, “amigo, productor, oráculo y leyenda del rock de este país”, en plan lección magistral. Porque tal vez no sean los teatros el lugar natural del rocK&roll, pero ciertamente se agradecen como recintos en los que poder disfrutar de la música llegando hasta el más recóndito de los matices.

La velada va buscando su final con los compases de Vintage y los músicos navegando sobre estructuras de jazz y un cantante mutado ahora en susurrante, que zanja la cuestión después de dos horas justas con un “¡Madrid te quiero!”, copita de cava en mano. Y aplausos, y saludos, y gritos, y silbidos, y aullidos, y más aplausos, y gestos cariñosos, y sonrisas, y abrazos, y guiños, y besitos, y más aplausos. Y para cuando esta gira de teatros sea oficialmente pasado y Loquillo vuelva de nuevo a la carretera con sus éxitos de siempre -o con Sabino Méndez (que estaba entre el público) y The Right Ons todos juntos en plan superbanda de rock garajero-, todavía seguirán retumbando los ecos de los aplausos de esta arriesgada y nada conservadora gira de teatros. Porque Loquillo se la juega. Porque el público gana.

Crónica también publicada en Rolling Stone.

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