Lugar: Ochoymedio Club (Sala But). Madrid
Fecha: 10 marzo 2017
Asistencia: 700 personas
Artistas Invitados:
Profundidad de campo
Todos hemos estado en conciertos de esos que cuando empiezan, los colegas te miran y te gritan «qué barbaridad», «qué flipe», «son la hostia». Eso suele ser real, pero también fruto de la imaginación, la excitación, los psicotrópicos, la bendita inexperiencia. Yo lo he hecho, se me ha pirado, me he venido muy alto (es recurrente, de hecho). Pero el viernes, en el Ochoymedio con Havalina, me tiré cerca de media hora hasta que me sentí capacitado para articular palabra alguna. Y, vale, cuando lo hice, pensaba decir algo la hostia de trascendental pero, ¿sabéis qué? Me salió decir: «Qué barbaridad», «qué flipe», «son la hostia». Solo que era profundamente real.
Mi admiración por el grupo madrileño en general y por su ideólogo Manuel Cabezalí en particular viene de largo y se sustenta en la resuelta defensa de una forma de ver el mundo. En la creencia en uno mismo. Fin. Sin concesiones a lo que esté de moda, a lo que te pueda aupar en popularidad, a lo que te puede hacer llegar a un público que en realidad no te espera. La música por encima de todo, la honestidad, la sinceridad con uno mismo. Yo hago esto de corazón y ojalá te reviente la patata. Con todo el cariño. Si no te peta, a otra cosa. Es bien.
A mi me peta. Les conocí en 2009 o 2010, no lo sé. Tampoco es relevante. Les vi en la Sala Caracol de Madrid, entré normal y salí transformado. Eso es lo mínimo que uno espera cuando paga la entrada para un concierto. La música en vivo es necesariamente transformación. Profundidad de campo. Verdad revelada. Anemia espiritual alimentada. Perspectiva recobrada. Visión del mundo renovada. Actitud recuperada. Todo esto, en el caso de Havalina, vale apenas 15 euros. Porque el precio no es determinante.
Telón abierto, ‘Abismoide’ perpetuo. La nueva cara del grupo, stoner como siempre, metalera casi, grunge a ratos, rock alternativo claro. Sintetizadores nuevos, dos, a ambos flancos, predispuestos. Atmósferas se vienen, intensidad en bucle. ‘Más velocidad’ crece en vivo como uno esperaba (la prueba de sonido duró dos horas y media, más que el recital en sí, no hace falta explicar mucho más). ‘Órbitas’ y, claro, orbitamos. Esa sensación de meneo involuntariamente sónico.
‘Objetos personales’ es el primer tema coreado a plomo con esa letra imborrable («guardo la hoja en blanco para tener todas las palabras) que da idea de la altura intelectual de Havalina. No es que estén reinventando dios sabe qué, es que están diseccionando y condensando tu vida pasar. La mía al menos. La intensidad sonora va de la mano de unas letras que, según me susurran al oído, van a su vez unidas al morbo casi sexual del recitado de Manuel Cabezalí. Y susurrar en un concierto de Havalina es una disparidad de cojones. Pero locamente ocurre y es la hostia.
Sonido ampuloso, intensidad técnica, ‘Un reloj de pulsera con la esfera rota’ que se parte en dos con ‘Nacidos de la bruma’. ¿Sabéis? Por un momento sopesé que esta crónica, al abrir el link, solo pusiera: ‘Qué barbaridad’. A partir de ahí, cada cual se monta su peli y de eso va todo esto. Lo que yo pueda conseguir escribir solo es un intento de escalar una verdad a la que cuesta de cojones acceder. Al final, únicamente intento poneros en el camino de la ‘Alta tormenta’, que resulta ser la clave. No de la noche, qué va, de todo.
Un tema con dos partes, de intensidad creciente e incontenida, como los Pink Floyd del siglo XXIII, kraut rock, galaxia comprimida. Y para que te hagas aún más una idea, Muse como si siguieran siendo realmente airados, Rage Against the Machine en su momento más iracundo. Todo tan real como el ciego que ve a través de sus pupilas tan opacas como ensangrentadas. La mismísima Macarena de Triana se arrancaría el corazón. Estoy exagerando de cojones, pues claro. Pero igual racaneo el empate.
‘Los lazos rotos’ es otra obra descomunal, con su rollo oscuro a lo Depeche Mode, que me lleva directamente a la versión en vivo de ‘Walking in my shoes’. Y sé perfectamente que tanta loa al final genera más rechazo que interés y sé que me paso de frenada recurrentemente. Pero es que «quiero no cansarme nunca de escuchar tu voz, quiero no perderte y no saber a donde voy, quiero complacerme y mantener tu satisfacción». Ese es el siguiente paso, la ‘Imperfección’ de guitarras enormes y corazón con las venas gordotas.
‘Viaje al sol’ mantiene el latido en la garganta, justo debajo de la lengua, hasta que la banda perpetra su gran hit, ‘Incursiones’, el que en su momento me llevó hasta ellos. Un tema stoner rocoso de manual que ahora, con la nueva cara galáctica y plagada de sintes, tiene una duración de diez minutazos y que está repensada con un montón de delays en la guitarra y una atmósfera desafiante en plan ‘Bullet the blue sky’ de U2. Te quedas mirando, te quedas pillado, te quedas pasmado como si te hubieras chutado. Y lo disfrutas. Como si te hubieras chutado y todo encajara. Te contoneas cual pesada libélula y a duras penas sostienes la cerveza y cierras la boca.
En ‘Trópico fantasma’ recuerdo mandar el típico de whatsapp al grupo de entendidos en plan «estoy viendo a Havalina» y recibir solo envidia y unanimidad. Alabanzas a saco, todos de acuerdo, como en un mundo idílico. Y mientras tanto, parece que estamos escuchando la parte más grandilocuente de ‘Comfortably Numb’ de Pink Floyd (los dos punteos, correcto). Objetivo conseguido, la música triunfa y cada sonrisa de Manuel Cabezalí es un rato más de vida para una forma de sentir con la que resulta imposible no empatizar. Imposible no afiliarse.
Tramo final para piezas clave del rock español del siglo XXI como ‘Sueños de esquimal’ y ‘Desierto’ para finiquitar pletóricos de furia una velada que es todo un viaje hacia un universo paralelo en el que la única verdad la relata Havalina como si fueran los salmos del Rey David. Alimento para el alma que, cuando apaga el útlimo ampli, te deja con toda la sed imaginable. Y terminas bebiendo tanto y tu barriga explotando. Resoplando, farfullando, recitando, sonriendo, agradeciendo. Mascullando. Con la verdad revelada entre los dientes. Y aquí estás, sin palillo.