Crónica del concierto de la Crazy Rock Band en Leganés el sábado 9 de noviembre de 2024

Crazy Rock Band en Leganés: ya no hay garitos como los de antes

Crónicas

Ya no hay garitos locos de rock en llamas como los de antes. Ya no quedan barras de bar. Esto en general. Pero no quedan barras de bar de rock, en particular. En mi violencia singular, que es universal. A veces noto un temblor, un rencor gigante. Ya apenas hay garitos locos de rock. Está el Mala Vida de Aluche, que es un túnel temporal eterno. Ya casi no suenan, me cago en dios, Los Suaves. Pongo la oreja en el suelo como los indios. Es la Crazy Rock Band. Me la aprieta una bota. Reluce. No sé si amanece o anochece. Aparta, coño. Me quito el polvo. ¿Es Leganés? No me jodas, mi vida.

Una noche Juanjeras se quemó el pelo encendiéndose un peti, un piti o lo que coño se estuviera prendiendo. Todos los rizos ardiendo. Se solventó con un paño o lo que fuera aquello. Le dábamos las noches al Tito, el señor que igual no tenía ni cuarenta del Don Caimán de los bajos de Argüelles. No le prendimos fuego al garito de milagro, pero fue siempre con buena intención. Con la buena intención de reducirlo a cenizas y largarnos por patas mienbras atronaba Barricada, se entiende. Nos dejábamos nuestras perras en minis de cerveza y vino barato de contrabando. Era el trato.

Pero como por arte de magia ayer es hoy y aquí está Yosi. Lo vieron nuestros ojos. Retirado desde hace casi una década por un hostión considerable en pleno concierto. Y aquí está El Drogas, que mola ahora más que nunca porque es un icono. Es un poco loco, como todo lo que pasó esta noche de sábado en La Nueva Cubierta de Leganés ante 5.000 personas, con 300 músicos tocando. Y menudo repertorio de memoria generacional del rock español. Una idea pirada que surgió de Carlos Escobedo de Sôber un lustro atrás en su pueblo y que se ha convertido en una celebración de un tiempo que fue y que es porque nos negamos a que deje de ser. Porque nos pertenece.

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Para los no iniciados. Miguel Costas, Rulo, El Drogas, Yosi, Kutxi Romero y Carlos Escobedo. Con una banda residente integrada por Óscar Martínez (baterista), Rafa J. Vegas (bajista), Sonia Lofish (guitarrista) y Alberto Marín (guitarrista). Estos nombres son la base, ¿vale? Luego a ellos se suman tropecientos músicos, que ya me dirás tú como organizas esto. Bueno, pues sale adelante. El sonido al principio fue terrible, incluso a sabiendas, porque para eso se abrió el techo de La Cubierta. Gritos de «no se oye» que, fíjate, sí que escuchó Miguel Costas para hacer la chanza desde el escenario. No deja de ser curioso. Mejoró la cosa, claro y menos mal.

Miguel Costas, fundador de Siniestro Total, tuvo el complicado honor de batallar contra la acústica igualmente complicada de La Nueva Cubierta. Ni ganó ni perdió, la cosa salió como tenía que salir y acabamos de decir. Se impusieron las canciones, como siempre, porque esa la voluntad del público que pagó sus 33 pavos de entrada para tener un sábado en la noche de los que ya no existen. De garitos de rock. Que claro que los hay por ahí, pero ahora son ya casi no ya museos, sino mausoleos. El rock es contracultural porque perdió sus bases: los bares de rock que hace no tanto poblaban nuestras ciudades.

Perdimos los cines de barrio. Perdimos las tiendas de discos. Tener hijos y envejecer nos llevó a dejar de presentarnos puntualmente en nuestros garitos favoritos. El mapa cambia porque desaparecemos, no porque no existamos. Estamos aquí, estamos vivos. Esta noche La Nueva Cubierta es un garito infinito. Y no es baladí, porque es exactamente eso, con Mariskal pinchando hitazos. Es la traslación de Rock FM a un lugar físico donde quejarte de que siempre ponen las mismas, solo que esta noche sí, esta noche quieres que pongan las putas cuatro mismas. Como en tu garito favorito, donde ibas a pedirle al pincha una que seguramente había puesto hace tres minutos. Pero es que era importante.

Miguel Costas, decíamos. ‘Somos Siniestro Total’ y ‘Bailaré sobre tu tumba’ para empezar. No está nada mal. Joder, ya te digo. El sonido, lo dicho, mal. Pero la actitud correcta. De manera que ya estaría. Un sábado loco de los de antes (si os cuento cómo regresé a casa alucináis, quizás fue en helicóptero). Ya no quedan tantos y seguramente no llevemos encima los suficientes estupefacientes. Nos arrepentiremos de todas las noches de sábado que no hicimos el capullo. Desde la residencia donde mi padre busca mi mano os lo digo en esta mañana resacosa de domingo. Nos estamos ya arrepintiendo. Sin duda. Sale Rulo. ’32 escaleras’ (que es que se dice escalones, Rulo, joder, con las licencias literarias, menudos debates genera esto, jaja). ‘Me gusta’ y ‘Buscando en la basura’. Dan ganas de meter un pavo en el futbolín y retar a alguien.

Porque eso también hacíamos. Unos futbolos, unos billares. Todo eran excusas para escuchar una y otra vez los mismos temazos. Yo soy de la época del ‘A pelo’ de Platero y Tú. Cuando ponían cualquiera de estas no es que hiciéramos pogos, es que hacíamos castellers. Rock urbano y grunge, todo a la vez, en tu bar de referencia. Dónde mierda quedó todo eso. Si hasta tenía un bar debajo de casa, en el metro de Eugenia de Montijo, que se llamaba Nirvana. Y menudas colas había los viernes con la chavalada. Suena todo un poco pureta porque supongo que al ponerlo negro sobre blanco tienes la constancia de que tienes el pelo más blanco que negro. Uno siente esas cosas, pero esta noche estamos reviviendo otras.

Porque sale El Drogas. Que es una cosa loquísima lo que mola. Mola tanto que hasta se le escucha bien en el burladero donde estoy. Porque claro, estoy tan abajo, donde nos ponen a la prensa, que escuchamos las baterías sin microfonar, lo cual siempre me ha molado mogollón. Pero al mismo tiempo se hace una bola de sonido que tapa todo lo demás. Pero a El Drogas se le escucha. Tal es su jerarquía. ‘Blanco y negro’. ‘No hay tregua’. ‘Balas blancas‘. Oye, tú, madre mía. El Drogas es diferencial, eso tengo anotado en el móvil. Con su grito de guerra que es totalmente acogedor: «¡A gusto!» El mejor.

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Sale Yosi y la velada torna legendaria. Es Yosi. The one and only. Se hostió en el verano de 2016 y eso precipitó el final de Los Suaves. Verle sobre el escenario con 76 palos, aunque sea renqueante y con severas dudas sobre la conveniencia, es vida. Es la constatación de que creímos en algo válido. La validación de miles de vidas. Uno de los momentos más infernales de mi vida agobiado por la multitud fue viendo a Los Suaves en las Fiestas del PCE en la Casa de Campo. Eso pasó y lo recordaba mirando al cantante que lanza su grito de guerra: «¿Hay alguien ahí?» Saca fuerza de donde no las tiene, aunque las debe tener, y levanta el pie de micro, alza los brazos. Indudablemente es Yosi.

‘Dulce castigo’ de Los Suaves. Buah. Casi siento las bolas de billar volando sobre nuestras cabezas y estrellarse en la pared contraria ante el estupor generalizado de todo el garito. Alguien pilla unos minis y pega tres gritos. Ya está. Estamos en paz. Lo que pesan esas bolas. Menudo desastre podría haber sido. ‘Dolores se llamaba Lola‘. El logo del gato en el fondo del escenario. Tropecientas baterías aporreando al unísono, como en un ritual que bien puede ser un entierro o un bautizo de fuego. La muerte o la vida en un estribillo. Hay pocas canciones que abran la tierra. Muy pocas. Pero las hay. Igual ni si quiera esta es una de ellas, pero sí esta noche. Este himno procede de las gónadas de la nostalgia existencial.

Está fuera de toda duda que Marea son algo así como la última band standing. Claro que hay más bandas de rock, pero Marea es la que sigue esa tradición hasta donde pueda llegar por conexión y por popularidad. Y no veas la presencia que tiene Kutxi. ‘Esta puta soledad’. ‘Que se joda el viento’. Y contra lo que se pudiera pensar, estas son las más jaleadas por un público que sí tiene relevo y está totalmente entregado. No hubo más remedio que cerrar los bares, pero no es verdad que todos los chavales estén a otra cosa. Nos venden algo determinado y todo parece estar ahí, nos pilló con el pie cambiado, aquí se canta muy alto ‘La luna me sabe a poco’. Con Kutxi y Carlos Escobedo, de Sôber, primogénito y pirotécnico de todo esto, a dúo con el de Marea. Buen par.

Es Carlos quien pone el broche final con ‘Náufrago’, ‘Arrepentido’ y ‘Loco’. Sois muy jóvenes para recordarlo, pero hubo una vez que Sôber fichó por un sello filial de Prisa porque estaban súper de moda a la estela de Héroes del Silencio. Se lo merecían. Se lo merecen. Siempre me gustaron mucho por esa potencia y esa melodía. Esos grandes sellos ya ni se plantean fichar bandas buenas, solo pantochadas. Los billetes están donde están. Pero la gente está donde siempre estuvo. En los conciertos y en los garitos echándose miraditas lascivas o agresivas o ambas a la vez. Y de fondo suena un pelotazo de rock.

En los garitos es donde pasan las cosas. Y esta noche La Cubierta es el garito, no porque yo lo diga, sino porque esto debería estar recogido en la RAE: «Un garito es un lugar donde suena ‘Maneras de vivir’ y la gente lanza vivas a Leño«. Exactamente así fue. Retransmitiendo desde Carabanchel, desde la calle donde vivía nuestro vecino Rosendo hasta retirarse a la montaña, para todo el universo.

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