Arcade Fire (2018) WiZink Center. Madrid

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Lugar: WiZink Center. Madrid
Fecha: 24 abril 2018.
Asistencia: 13.000 personas
Teloneros: Preservation Hall Jazz Band

Fiesta efervescente desde el ring hasta las calles de Madrid

A eso de las once de la noche, una quincena de músicos se bajan del escenario en forma de cuadrilátero instalado en el centro de la pista del WiZink Center y se adentran entre el gentío interpretando una extensión del himno Wake up en plan orquesta jazz de Nueva Orleans. Se encaminan hacia una de las salidas, atraviesan el aparcamiento y andan escaleras arriba hasta la calle acompañados por decenas de personas que buscan la fiesta infinita.

Así acaban Arcade Fire, acompañados por sus teloneros, Preservation Hall Jazz Band, tocando literalmente en la calle para gozo de los que estaban dentro del pabellón, que se arremolinan a su alrededor para captar el momento y seguir bailando, y pasmo de quienes pasaban por allí sin saber qué demonios estaba pasando. Así termina un concierto de dos horas en el que el grupo canadiense mantuvo el nivel de energía constantemente muy arriba, con su propio ring de boxeo como epicentro.




De boxeo o de lucha libre, da igual, pero un ring con sus cuerdas al que Arcade Fire llegaron también caminando entre el público, anunciados por un presentador de esos de velada pugilística. Porque ese es el leitmotiv de una noche en el que los músicos pelean sin descanso para generar la mayor cantidad de energía posible, mantenerla siempre arriba y, en última instancia, dirigirla hacia el público de manera fulminante para lograr el noqueo definitivo.

Para eso, ya desde la intro, mucho baile. Primero con el clásico de la música disco A fifth of Beethoven de Walter Murphy and the Big Apple Band (1976) para sintonizar al personal y, acto seguido, comienza el baile con Everything now, canción titular de su más reciente disco, con esa clarísima y premeditada influencia de ABBA, a la que sigue Rebellion (Lies) de su álbum de debut, aquel aclamado Funeral de 2004.

De la música de baile hasta el indie rock de estadio en dos canciones para sentar las bases estilísticas de una noche en la que la música no cesa ni entre canciones, con los músicos intercambiando instrumentos y posiciones en el cuadrilátero. La sensación es de frenesí, de que siempre está pasando algo ahí arriba y además no una única cosa.

Here comes the night time vuelve a poner el toque electrónico y bailable, pero la épica de No cars go vuelve a mirar hacia el pasado más contundentemente rockero con alrededor de 13.000 personas coreando como en un estadio deportivo. La diferencia con el fútbol, por ejemplo, es que en las gradas la gente no para de bailar en un contoneo perpetuo que seguramente a más de uno aún le dure un par de días por purita inercia.

Le toca entonces cantar a la magnética Régine Chassagne cantar la futurista Electric blue con su falsete imposible, a la que suceden Put your money on me, Neon Bible, My body is a cage y la grandilocuencia de Keep the car running. Un tramo central contundente en el que Arcade Fire reivindican sus demoledores inicios con las rockeras (Antichrist television blues) y Neighbourhood #1 (Tunnels), ambas con cierto toque Springsteen que viene de lujo al pulso del pabellón.




The Suburbs provoca no pocos aullidos y al vocalista Win Butler ahora le toca sentarse al piano, mientras que Régine le da a la batería. Ready to start pone fin a este bloque de rock y cobran protagonismo las dos bolas de discoteca gigantes que hay a ambos lados del escenario para crear ambiente en Sprawl II (Mountains beyond mountains), con Règine ahora cantando y bailando literalmente entre el público.

Prosigue el ambiente discotequero de los setenta en la poderosa Reflektor, que gana mucho en directo, a la que suceden Afterlife y Creature Comfort, en un pasaje de subidón maquinero que a estas alturas, lógicamente, provoca mucha satisfacción entre la concurrencia cada vez más sudorosa, pues la temperatura en el interior del WiZink Center es tan elevada como precisamente Arcade Fire buscan. Porque ellos todos ellos, los nueve que no paran de moverse, son los más empapados.

Neighborhood #3 (Power out) enlaza el baile con el músculo rockero y finiquita el concierto propiamente dicho en la enésima eclosión sonora de una velada en la que ya resulta imposible contabilizar los instrumentos tocados por los músicos, que aparte de cambiar de posición en cada canción, también disfrutan intercambiándose los papeles. Todo ello genera un dinamismo diferenciador que hace de Arcade Fire una máquina de directo básicamente infalible. Cabalgando sobre canciones añejas que siempre funcionan y mejorando otras más modernas acerca de las que se pudieran tener dudas.





Brevísimo descanso antes de que Win Butler se adentre entre el público para dejarse toquetear y, de paso, cantar We don’t deserve love desde un lateral de la pista mirando las pantallas que le dictan la letra. Otro punto de un montaje ágil y efectivo que se disfruta desde la distancia con su combinación notable de imágenes y luces. Ah, y Régine hace la percusión tocando unas botellas.

Se enfila ya el final y suben al escenario los teloneros, la Preservation Hall Jazz Band de Nueva Orleans, para un ‘reprise’ de Everything now que cierra el círculo desde una perspectiva totalmente diferente. El cierre es inevitablemente Wake up, que pasa por ser una de las canciones definitivas del rock de estadio, coreada con vehemencia por toda la concurrencia en uno de esos coros colectivos que quedan en la memoria visual y de la piel para siempre.

Con semejante contundencia rematan la faena Arcade Fire, agarrando toda esa energía que a estas alturas está ya en el techo del WiZink para bajarla y hacer al público lo más pequeñito posible. El K.O. está más que hecho pero como lo bueno de la música es que en realidad ganamos todos, es cuando todos los músicos deciden abandonar el concurrido escenario y salir fuera a seguir tocando un poquito más. Desde el cuadrilátero de la fiesta infinita hasta las calles de Madrid.


Rostros de felicidad y ok generalizado en respuesta al ‘ko técnico’ perpetrado por la banda. Reflexiones básicamente positivas en la cerveza post concierto en la calle Fuente del Berro, admitiendo en nuestro círculo que Arcade Fire es probablamente el grupo nacido en el siglo XXI que más chicha sigue teniendo, pues muchos otros se han quedado en el camino y andan ya celebrando el 15 aniversario de tal o cual disco. Arcade Fire siguen adelante marcando su propio camino, aunque tampoco parezcan ellos capaces de ocupar el dichoso trono de U2, ese al que tantos empiezan aspirando pero se acaban conformando con mirar de lejos. Sea como fuere, divertida noche con esta panda de canadienses.
Ah, sí, y que cuando nos íbamos ya a casa como gente de bien, resulta que vemos gente aún arremolinada en la puerta trasera del pabellón, la de Fuente del Berro por la que siempre salen todos los artistas. Nos acercamos a curiosear y justo podemos saludar fugazmente a Win Butler. Una guinda inesperada y jovial para una noche que dio más de lo que muchos esperaban. Bien pues.



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