Arde Bogotá, ardió el WiZink Center y más pronto que tarde arderá la Torre Picasso (que por si no lo sabéis también es del pavo de Inditex, de ahí la analogía anticapitalista que me acabo de marcar en consonancia con la canción, pero esa es otra historia). Todos los tiempos verbales conjugados por estos chicos de Cartagena que orbitan alrededor de su propio exoplaneta y que anoche, aprovechando que era viernes en la ciudad, con todo lo que eso implica, bajaron a la Tierra para dar el concierto de sus vidas. Han dado otros muchos antes y todos los que vendrán, pero ya nunca habrá ninguno igual. Ni para ellos, ni para nosotros, pues nos movemos con impertinente persistencia en el espacio-tiempo, pero principalmente para ellos, porque es el techo que ellos mismos le pusieron a sus propios sueños.
«Si alguna vez llenamos el WiZink Center me tatúo vuestros nombres en el culo», confesaba Dani Sánchez (guitarrista) en TVE el otro día compartiendo una de esas conversaciones de local de ensayo (hace no tanto, apenas nada, poco más de un lustro) en las que uno imagina por encima de sus posibilidades. Pues Dani, querido, ayer 15.000 personas te vieron en dos pedazo de pantallas gigantes a los lados de un escenario bien hermoso dándole caña a las cuerdas en el WiZink Center.
Ten cuidado con lo que deseas, diría aquel aunque, no obstante lo cual, esto nos recuerda también la importancia de fantasear de más como única manera de que nuestros sueños se hagan realidad. Y si no lo conseguimos, algo altamente probable según la altura de las dudas de cada cual, al menos viviremos permanentemente en lucha. Yo no conozco otra.
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Ver la ciudad arder desde la colina (desde el parque de las siete tetas, concretamente) es un anhelo necesario. Más los lunes que los viernes, pero pertinaz. El finde todo pesa mucho menos, por eso los bares bullen y el gentío apura hasta el último minuto para entrar al gran pabellón. Si te detienes un instante, puedes ver claramente que todo el mundo va a toda hostia y es milagroso que confluyamos aquí y ahora, a las 21:00 del viernes 13 de diciembre de 2024.
Y Paloma que no llega. Y empiezan puntuales, joder, para una vez que nos venía bien una mínima demora. Pero se apagan las luces, aulláis, hacéis chas y aparece a mi lado. Algún día, igualmente más pronto que tarde, Madrid nos aniquilará de estrés. Pero no esta noche que estamos más vivos que nunca y somos plenamente conscientes de ello, no lo damos por hecho. Ahora sí, ya estamos IN.
Un fundido en negro
‘Veneno’ para empezar. «¡Buenas noches a todo el mundo!». Un mini fundido en negro. Pensaba, en el andén esperando el Metro un par de horas antes, en aquella mañana de mayo de 2021 en la que hice caso a Claudia y entrevisté por vez primera a Arde Bogotá. Imposible imaginar lo que estaba por pasar. Ricardo, fotógrafo igualmente pertinaz y persistente y mucho más inteligente que yo, lo vio claro: «Estos tiran».
Por el foso del WiZink anda retratando el futuro, como siempre le digo, pues el presente se le queda corto de miras con ese gran angular que lleva por cabeza. Acaba el mini fundido en negro. ‘Abajo’ pone a botar a todo el personal. «Bienvenidos al sueño y la ilusión de cuatro muchachos y la fiesta de miles de muchachas y muchachos», dice Antonio García al micro.
Se les ve constreñidos, no paralizados en absoluto, pero sí algo aplastados por el peso del momento. Paralizados batallando por ser sencillamente ellos. Tenéis muchos sueños, buscáis la fama. Pero la fama cuesta. Pues aquí es donde vais a empezar a pagar, con sudor. Aquí. Esta noche. Todo lo anterior fue un simulacro, hay que joderse. ‘Quiero casarme contigo’. ‘Nuestros pecados’. La entrega de la banda en lucha por liberarse es total (y lo logra poco a poco), pero la del gentío es aún mayor.
Sin embargo, algo flaquea: el sonido no es toda la hostia en la puta cara que queremos. Como tengo los oídos triturados, observo el gallinero allá arriba en lo alto, casi en Segovia, trotando con los brazos en alto cantando ‘Qué vida tan dura’. Es verdad también que el cinco días antes Paul McCartney sonó tan jodidamente perfecto que no vale la pena comparar (su buena pasta invierte en eso, claro, es lo que tiene ser un Beatle).
La prueba del algodón
Algo de chicha falta, más que nada porque la prueba del algodón no falla: se escucha a demasiada gente hablar. Y esto ocurre por dos motivos: hay demasiado insolente maleducado de mierda y el sonido no les tapaba la puta boca como merecían. Gajes del oficio resueltos con todavía más oficio, porque es así como se aprende. Sobreponiéndose y venciendo. Porque este concierto de Arde Bogotá en el WiZink Center es una victoria, eso siempre por delante.
Ante la duda, una banda de rock siempre debe poner el volumen al 11 cueste lo que cueste. ‘El beso’. ‘Tijeras’. ‘Sin vergüenza’. La más nueva, ‘Flores de venganza’, suena muy Queens of the Stone Age (de hecho, no nos engañemos, que estamos en confianza, los de Cartagena ya se van acercando progresiva y adecuadamente a su adorado Josh Homme, que anda un poco popero de más últimamente, al final se van a cruzar). ‘Big Bang’. ‘Clávame tus palabras’.
Lo que no flaquea para nada es el montaje escénico, bien bonito y ambicioso. Eso cuesta mogollón de perras y es para unos pocos conciertos de este fin de gira que arrancó en Murcia, festejó con Madrid y culminará en Barcelona. Las dos grandes pantallas en las que se ve no solo a Dani, sino también a Pepe dándole duro al bajo (como diría Broncano, está fuerte el tío) y Jota aporreando como el demente de los tambores que es.
Una base rítmica consistente (completada por el quinto hombre, segundo guitarrista, Pedro Quesada) sobre la que Antonio literalmente se eleva en, ahora sí, ‘Exoplaneta’, ante un círculo rojo que recuerda por estética escénica (salvando las lógicas distancias pero con ese tipo de determinación) a Pink Floyd. ‘Te van a hacer cambiar’ es el preludio de esa cosa codiciosa de rock que es ‘La Torre Picasso’, que mantiene la atención de la concurrencia durante ocho largos minutos con sus altos y sus bajos. Acho.
Un cuarteto de cuerda
Con las barreras de los peajes y todos los semáforos en verde a la vez es razonablemente sentirse como ‘Cowboys de la A3’. ‘Escorpio y Sagitario’. Al montaje se le suma en ‘Virtud y castigo’ un cuarteto de cuerda que lleva a otro nivel canciones también tan egregias como ‘Copilotos’, ‘Flor de La Mancha’ o la coreadísima y muy querida por la parroquia ‘La salvación’. Esto también es ambición y no imaginar por encima de tus posibilidades, porque la banda ya tiene buenos posibles, sino fantasear distinto.
Cuando no sabes cómo mejorar lo que tienes o lo que haces, muchas veces la salida es mirar diferente. «Sobrecoge un poco enfrentarse a algo así. Queríamos montar este pifostio para estar a la altura de vuestra confianza y cariño en un lugar como este. Somos los mismos chavales de un polígono de Cartagena haciendo más o menos esto y soñando más o menos esto. Muchísimas gracias por hacer nuestras ilusiones realidad», confiesa Antonio, ya más liberado y confiado en este oficio que tan poco tiene que ver con ser abogado (o quizás sí, pensémoslo).
Pienso, a su vez, en esos padres. Coincidí en la taquilla de La Riviera meses atrás con los padres de Diego Veintiuno y me gustó escucharles y contemplarles. ¿Qué sentirán viendo a sus hijos tocando ante multitudes? ¿Creerían en ellos de verdad o les costaría un porrón? Tengo una batería en el salón que Bruno con siete años toca cada tarde. Me pregunto tantas cosas. De nuevo, ten cuidado con lo que deseas.
Mi mente, como el mar, no cesa, y por eso intento volver a aquellos momentos en los que acompañábamos a Vetusta Morla o Supersubmarina desde la sala más pequeña hasta el Palacio de los Deportes o incluso algún estadio. Con Arde Bogotá estamos pasando de nuevo por todas las fases y por eso es importante esta noche, como lo fueron todas las anteriores. Acompañar a una banda en este periplo es, y mira que no te llevas nada y en realidad solo inviertes, pero un orgullo y una monárquica satisfacción. Pero ojo, que he dicho inviertes, no gastas. No es lo mismo. Creces en cada paseo así, aunque ni tu origen ni tu destino sea el mismo que el suyo.
Soltad a los perros porque me he escapado
Todos estos pensamientos sobrevuelan porque estamos ya en el bis. Soltad a ‘Los perros’ porque me he escapado. Momento rock de estadio, este sí sin ambajes, a pulso de bajo, cabezazo contra el tambor y la motosierra del riff. Ah, oh, ay, el viejo truco de Bono de mirar a los ojos a la cámara para amplicar tu mirada desafiante a todo el lugar. Lo tenemos. Ah, oh, ay. ‘Antiaéreo’ hay que decirlo más, igual que ‘entra mejor por detrás’, preludio siempre de las peores decisiones. Dos horas después nos queda más, una más: ven a bailar, cariño, nuestra canción de mierda. Y si este no era el himno que necesitabas, no me llames cariño y, como cantaban Pimpinela, olvídame y pega la vuelta.
Ya está. Para mal o para bien (para bien, joder, quede claro), ya pasó. Cumplir tu sueño a lo grande merece, como poco, un buen ataque de pánico. El crecimiento una vez superado semejante brete ya solo es exponencial. La del 13 de diciembre de 2024 fue, ya para siempre, aquella noche que vimos por primera vez a Arde Bogotá en el WiZink Center. Ojalá poder habitar perpetuamente en todas las primeras veces, sentir el pavor y la euforia en bucle constante día y noche. Todo esto va, en definitiva, de eso: de un concierto notable que nos recuerda la importancia de estar vivos y hacer lo imposible por cumplir nuestro sueños. Sin confeti, ni golpes de efecto. Solo canciones. Que no es que sean poco, es que lo son todo. Y esta es la gran victoria.