No hay nada como 15.600 personas dejándose llevar cantando ‘Hey Jude’. Aquel lunes de diciembre en el que vitoreamos lo que fuimos. Todo el mundo sonríe y aúlla con los brazos en alto. Hay algo en ese coro que es la vida misma. Estar vivo era esto, habitar para siempre este momento. Es aquí, es ahora, está pasando. Paul McCartney está en Madrid llenando de genuina felicidad un WiZink Center hasta la bandera. Con entradas nada baratas vendidas de manera instantánea no para una, sino dos noches. No es para menos. Este tipo se peleó con John Lennon (también crearon juntos un montón de obras de arte) y ahí está, tan pichi, en pie sobre el escenario.
Habían transcurrido hasta ese momento dos horas largas de concierto con una treintena de canciones principalmente de los Beatles y los Wings. También algunas (pocas) de su extensa y longeva carrera solista. Muy pocas. Pero es que es muy fuerte escribir esto: canciones de los Beatles cantadas por Paul McCartney en en año 24 del siglo XXI. Todo el pop del universo en este señor desconcertantemente juvenil de apenas 82 años (chúpate esa, Mick Jagger). ‘Hey Jude’. «Re-mem-ber». «Na na na nananana, nannana». Aplauso, jaleo, vitoreo, viva la jarana de la madre que te parió, Sir Paul McCartney.
No hay nada como 15.600 personas cantando 'Hey Jude'. Categórico lo de Paul McCartney esta noche de lunes en la ciudad. Y tú, como si no fuera contigo. Larga vida a los Beatles pic.twitter.com/4oMYmtFz6h
— Mercadeo Pop (@mercadeopop) December 9, 2024
La típica impuntualidad británica del demonio
Con inesperada impuntualidad británica empieza la velada con quince minutos de retraso. Saluda Paul con la mano como el pontífice que es. Y arranca la velada más que revolucionada con una ‘Can’t buy me love‘ muy guitarrera. La primera en la frente. Luego ‘Junior’s farm’. «Hola España. Estoy muy feliz de estar aquí de nuevo. Ouh yeah», dice en perfecto castellano (menos el ouh yeah, que es mazo guiri). ‘Letting go’. «Esta noche voy a intentar hablar un poquito de español. Pero mostly english» (risas enlatadas).
A fondo el acelerador con ‘Drive my car‘. Dos de los Beatles y dos de los Wings. Esta es la apuesta ganadora. Es repertorio de la noche es el siglo XX cayéndote encima. Entero. Pum. Bendito aplastamiento. Pum. Se escucha el eco desde el paso de cebra de Abbey Road hasta el monolito de Dalí en la plaza de Felipe II, que se tambalea. Para Bruno, que tiene siete años, Paul McCartney es literalmente un tebeo. Y yo le digo: «Que no, que lo estoy viendo». Y se lo enseño por videollamada. No sé si me cree del todo.
‘Got to get you into my life’. ‘Come on to me’. ‘Let me roll it’. Este tramo rebaja la excitación a niveles más asumibles y razonables, pues es para la facción más iniciada. El público que quiere los hitos de los Beatles tiene que esperar, aunque llegarán. Mientras tanto, más rock que pop, las cosas como son. Hasta Paul cambia el bajo por una Gibson Les Paul y menciona a Jimi Hendrix. Potencia en un escenario muy abierto que permite tener público hasta muy los laterales. ‘Getting better’. En ‘Let ‘em in’ se sienta al piano y silba estupendamente este muchacho (eso también).
Un lunes como otro no habrá
«Escribí esta canción para mi hermosa esposa Nancy. Ella está aquí con nosotros esta noche«, enuncia de nuevo en castellano. Ella es, por tanto, ‘My Valentine’ (con Johnny Depp haciendo lengua de signos en la pantalla grande del fondo y las dos laterales). ‘Nineteen hundred and eighty-five’ es tan saltarina como procede. La elegancia de ‘Maybe I’m amazed’ resulta deliciosa y portentosa, porque tiene un desarrollo instrumental que deja al WiZink aplastado por contemplación. ‘Ive just seen a face’. «¿Lo estáis pasando bien?», pregunta. Para ser lunes ya te digo yo que sí, querido. Pues añade: «Esta es la primera canción que grabamos los Beatles» y se marcan ‘In spite of all the danger’, de cuando eran The Quarrymen en la Liverpool de entonces.
El sonido es estupendo con una banda más que solvente integrada por los habituales Paul ‘Wix’ Wickens (teclados), Brian Ray (bajo, guitarra), Rusty Anderson (guitarra) y Abe Laboriel Jr (cómo pega este hombre a los tambores). La guinda la pone el trío de metales Hot City Horns (que apareció por primera vez entre el público en la grada más alta). Todos saben lo que tienen entre manos y le sacan el máximo jugo, aupando al prota todo lo humanamente posible, que no es poco: la edad se nota, solo faltaba, pero aquí todos firmaríamos ser octogenarios con semejante rollazo (la voz se resiente, pero aguanta razonablemente).
No se prodiga mucho Paul por aquí
Ocho años han pasado desde aquella noche de primavera fabulosa en el Vicente Calderón. Otros doce años más hay que retrasar el reloj para la anterior visita a Madrid (y a España). No se ha prodigado a lo largo de los años por estos lares tanto como los Rolling Stones, pero le perdonamos porque aquí estamos cantando ‘Love me do’, clásico pop de 1962. El primer single de los Beatles, lanzado hace justo, qué curioso, 62 años. Nada menos. Pero es que él ya tiene 82 y se parece poco a aquel chaval que en 1965 llegaba a Barajas con John, George y Ringo con el mundo por montera para tocar en España por vez primera. Es imposible no sentir el cosquilleo: es historia viva de la música popular de nuestro tiempo. El mayor icono pop que aún queda entre nosotros. Por eso un buen porcentaje de público se tira medio concierto llorando de emociones que no sabía ni que tenía y que afloran sin avisar a través de cualquier melodía. Multitud de adultos (muchos) viniéndose felizmente abajo. Algunos muy adultos: pues esos más, es directamente proporcional.
‘Dance tonight’ con la mandolina ahora. Se aproxima la traca final con la delicadeza de ‘Blackbird‘ y ‘Here today’ (para su amigo John) interpretadas en acústico en solitario sobre una gran plataforma que ya quisiera Taylor Swift. Luego la recientemente rescatada y publicada como inédita ‘Now and then‘ con imágenes de los Beatles de todas las épocas en la pantalla. Más brincos con ‘Lady Madonna’. ‘Jet’ es un cohete, efectivamente. ‘Being for the benefit of Mr Kite’. A partir de ahí, poco menos que el delirio con ‘Something‘ (dedicada a su «hermano» George, al que agradece esta beautiful song).
El trote que no cesa
‘Ob-La-Di, Ob-La-Da’ es el trote directo a la noche. Ya se viene todo. ‘Band on the run‘ (banda en ruta y destilando rock) y aún un escalón más de enajenación colectiva con ‘Get back‘, el tronío que no cesa. Bueno, sí, un poquito con ‘Let it be‘ (así que esto era detener el mundo, pues sí, es), momento baladón turgente antes de la explosión con toda la épica imaginable de ‘Live and let die‘ (en esta ocasión, oh, sin la pirotecnia salvaje que revienta estadios por aquello de estar en un recinto cerrado, un poco comedida aunque parezca mentira). No pasa nada, no hay tiempo para pensar en eso, estamos cantando ‘Hey Jude’ todos juntos. Los Beatles son nosotros. Todos nosotros. Todos libres cantando esta noche en la ciudad. Está ocurriendo y tú como si no fuera contigo. Pues brincamos y pisoteamos y taconeamos.
Una treintena de temas a los que aún hay que sumar un generoso bis que va a todo trapo con ‘I’ve got a feeling’ en dueto virtual con Lennon, el reprise de ‘Sgt Pepper’s Lonely Hearts Club Band‘, el incendio de ‘Helter Skelter‘ (madre mía) y el jovial desenlace con ‘Golden Slumbers’, ‘Carry that weight’ y todavía una más: ‘The End’, que marca el punto y final a una velada de algo más de dos horas y media bien generosas en las que evidentemente hubo mucha nostalgia, pero en la que también se reivindicó el presente, el aquí y el ahora como camino hacia la eternidad. ¿Acaso hay otra cosa en una canción?
El público que abarrota hasta la bandera el WiZink Center (no es para menos, esto es un concierto íntimo en realidad para McCartney, por eso este martes repite y hace doblete) sale contento. Feliz. Transformado. Despreocupado del mañana, que ahora queda extrañamente lejos aunque ya hacemos equilibrios sobre la medianoche. Pero es que, claro, ¿a quien le importa el mañana cuando se siente cerca de la vida eterna? Que hemos cantando ‘Hey Jude’ una vez más todos a una, caramba. Seguro que ha sido la penúltima.