Van Morrison en las Noches del Botánico de Madrid el 5 de junio de 2025

Van Morrison en Madrid: El León en invierno y el Botánico en primavera

Crónicas

«¿Dónde está enterrado Van Morrison?» es una de las primeras preguntas de usuarios que aparece en el buscador de Google cuando tecleas el nombre del irlandés. No tan deprisa, amigo. Es cierto que León de Belfast encara la llegada inminente de su octogésimo aniversario en la Tierra y tendrá presentes las famosas palabras que recitó Dylan Thomas:

No entres dócilmente en esa buena noche,

Que al final del día debería la vejez arder y delirar;

Enfurécete, enfurécete ante la muerte de la luz.

La ironía es que el León (o el Tío Vinagre para los españoles, que somos capaces de encontrarle la gracia a todo) se está amansando al llegar al invierno de su vida. Ya no ruge tan fuerte y ya no humilla públicamente a sus músicos como solía, algo que tampoco era grato de presenciar, por otra parte. Los cuatro mil espectadores de su segundo concierto en Noches del Botánico pudimos incluso ¡oírle reír! durante la presentación de los miembros de la banda. Y ese breve instante de ruptura del estoico personaje humanizó al viejo Van a nuestros ojos, dejándonos entrever al anciano detrás del icono.

Las fotos son de Anna García.

El Botánico arranca con doblete de Van Morrison

Volveremos luego sobre la mortalidad de Van Morrison, algo que no se menciona tan a menudo como las de otros de sus contemporáneos porque él decidió hace décadas interpretarse a sí mismo, caricaturizándose levemente incluso, y ya es difícil descifrar quién es sin las gafas de sol, el traje y el sombrero. Es posible que pueda caminar sin problemas por la Gran Vía si se desprende del disfraz de Van Morrison y se convierte en otro turista de piel sonrosada de los que compran camisetas de 150 euros en la tienda oficial del Real Madrid.

Los dos conciertos de Morrison inauguraban por todo lo alto el ciclo de Noches del Botánico, que se prolongará hasta finales de julio. Los madrileños, acostumbrados al maltrato de recintos y promotores, no acabamos de creernos la maravilla en la que se ha convertido este festival y estamos todo el rato esperando a que caiga el otro zapato. Pero el hecho es que cada año mejora.

Y hasta los encargados de los foodtrucks parecen contagiados del buen rollo que genera trabajar en un entorno tan idílico; por ejemplo, el hombre que ayer me invitó a unos nachos mientras exclamaba «los grandes no pagan» al confundirme con Álex de la Iglesia. Tentado estuve de preguntar por qué dirigir Veneciafrenia te daba algún derecho a comida gratis, pero comprendí que todos ganábamos con la farsa y lo dejé correr. Prueben los nachos sin gluten (sobre todo si van a ver a Morrissey, que ha prohibido la venta de carne en el recinto), están excelentes.

Ay, el postureo

La única pega que tiene Noches del Botánico, aunque en realidad no sea culpa de la organización, es que es un imán irresistible para postureístas, gente que acude por razones extra-musicales y a los que no es difícil detectar durante los conciertos: son los que están hablando a gritos dando la espalda al escenario y solo prestan atención cuando tienen que grabar con el móvil la canción que les suena. ¿Cómo esquivar esta lacra cuando los conciertos suceden en un recinto tan encantador y fotogénico? No tengo la respuesta, pero muy sordo tendría que estar Van Morrison para no haber escuchado ayer el incesante murmullo de fondo del público durante sus temas menos estruendosos.

Las fotos son de Anna García.

Cierto que no toda la culpa es nuestra. Morrison (o su técnico de sonido) tiene siempre un control férreo sobre el volumen al que suena su música en directo, algo que ha provocado grandes cabreos en el pasado cuando la amplificación en grandes recintos como el Palacio de Deportes era insuficiente. En el Botánico sonó perfecto… para un público atento y sentado en sillas en pista. Como no era el caso, durante la primera mitad del recital espectadores y banda forcejearon por hacerse oír los unos por encima de los otros. La cosa quedó en tablas.

Inicio a pleno sol a las 20:23

La otra dificultad añadida que se puso a sí mismo Morrison en su segundo concierto en el Botánico (y, por lo leído en otras crónicas, también en el primero) fue pisar el escenario a una hora tan cómicamente temprana como las 20:23. Como si Dios quisiera castigarle por ello, el único de los músicos que recibió hasta el último rayo de sol fue él, cociéndose a fuego lento dentro de su gruesa chaqueta azul. La mitad de la grada que encaraba la puesta de sol tuvo que fruncir el ceño para escudriñar algo en el escenario durante, al menos, el primer tercio del espectáculo. Rigurosamente cierto que ayer (nótese que no digo anoche), Van Morrison, al bajarse del escenario a la hora y media estricta de comenzar, hizo mutis por el foro antes que el astro rey.

Y, para acabar con lo malo, la disposición escénica parecía una infranqueable legión romana que no podías asaltar desde ninguno de sus ángulos: todo espectador que no estuviera en el centro mismo estaba condenado a perderse a la mayoría de los músicos, ocultos tras una barricada de atriles, pies de micro y hasta teclados puestos por delante sin consideración para el auditorio.

Pero Morrison, a pesar de los detalles feos, de su laconismo y su hosquedad, respeta a su público. La prueba es que en el segundo concierto del Botánico apenas repitió seis canciones con respecto al primero. Dos tercios del repertorio permutaron porque el irlandés sabe que muchos de sus fans están dispuestos a pagar cientos de euros por verlo dos tardes seguidas en Madrid.

Las fotos son de Anna García.

Van Morrison se mantiene estupendamente

Se repitieron la apertura con «Only a Dream» y el cierre con «Gloria«; además de la rallante, nunca mejor dicho, «Broken Record«. También sonó ambos días «Days Like This«, ampliamente coreada quizá porque era lo más parecido a un hit durante la primera mitad del concierto. Morrison fue alternando el saxo (con un propósito a veces cosmético, dado que sus músicos no requieren de ninguna ayuda con los metales) con la armónica, e incluso llegó a sentarse frente a las teclas en «Someone Like You» y «Northern Muse (Solid Ground)«. Esta última elevó un punto la energía arriba y abajo del escenario, cosa que empezaba a ser necesaria después de unas cuantas canciones que navegaban por un río musical demasiado tranquilo.

Morrison conserva la garganta intacta de una forma que ya quisieran Paul McCartney o Bruce Springsteen. Cierto es que ya no sale tanto aire de sus pulmones, pero con su particular fraseo lo disfraza bien y sus coristas saben cuándo estar ahí para apoyar. En esencia, el Van Morrison de 2025 es el mismo que vimos hace una década o hace dos. Claro que ni este ni aquellos eran el volcán que documentara Martin Scorsese en 1976 en The Last Waltz, pero en cuanto a vejeces escénicas dignas pocas pueden equipararse a la de Van Morrison. De cuando se baja del escenario y se pone conspiranoico y antivacunas no procede hablar aquí.

¿Los últimos conciertos de Van Morrison en Madrid?

Tras una desinflada «Jackie Wilson Said (I’m in Heaven When You Smile)» y una rápida consulta al repertorio, el pulgar en alto de Morrison les indicó a los músicos que hoy sí tocaba interpretar «Moondance«. En ambas citas madrileñas se quedó fuera «Brown Eyed Girl«, para disgusto de algunos (en defensa del irlandés, la ha tocado frecuentemente en sus visitas a Madrid en este siglo). La concatenación de «Moondance» y «Gloria» para terminar creó el trampantojo de que el concierto había tenido más grandes éxitos de los que en realidad tuvo. Bueno, cualquiera que asistiera a los de Bob Dylan de hace dos veranos en el mismo Botánico constatará que los repertorios del León de Belfast son mucho más agradecidos que los del Bardo de Minnesota.

Ya con Morrison camino de su hotel (o del aeropuerto para coger el último vuelo a Irlanda), la banda alargó «Gloria» como suele, elevando la intensidad del concierto durante diez minutos extra. Incluso el trompetista guiñó el ojo al público soplando unas notas de la escamoteada «Brown Eyed Girl«. Los espectadores más jóvenes quizá albergaban la esperanza de que Morrison reapareciera, pero los veteranos de otros conciertos sabían que era hora de lanzarse a por alguna de las hamacas dispuestas por el festival frente al riachuelo del Botánico.

La caja que los foodtrucks no pudieron hacer antes del concierto por la temprana hora de inicio la hicieron después, y Noches del Botánico dio el pistoletazo de salida a dos meses de espectáculos con estos que, quién sabe, quizá sean los últimos conciertos de Van Morrison en la capital española. Aunque esa cantinela la hemos oído antes, con muchos, y aquí seguimos todos en 2025.

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