Tras unos años algo errabundos en los que el Santander Music no parecía tener claro qué clase de festival quería ser (llegando al delirio de programar a Derby Motoreta’s Burrito Kachimba y a Bad Gyal seguidos en la misma jornada), en 2025 sus responsables han dado con el equilibrio en la fórmula que puede funcionarles durante muchos años: bandas nuevas que complacen a los espectadores maduros y artistas veteranos que no desagradan a los jóvenes.
La jornada del sábado 2 de agosto agotó sus entradas y la del viernes 1 no estuvo lejos de hacerlo. Gracias a, primero, el atractivo cartel; segundo, el repunte post-pandémico de la música en directo, y tercero, el boom turístico que vive (o más bien soporta) Cantabria, ahora que todo el país, sumido en olas de calor perpetuas, empieza a percatarse del refugio climático que es.
Aforo completo en el Santander Music 2025
Aunque aumente la demanda, la capacidad del Santander Music ha tocado techo porque el lugar donde se celebra, la Campa de la Magdalena, no da más de sí. La organización ha estirado el recinto hasta donde la explanada se lo permitía y ya no tiene muchas posibilidades de seguir creciendo, pues la bahía a un lado y la vegetación al otro se lo impiden. Y con su aforo completo, al festival le aprietan las costuras.
Hace años, con un único escenario en el Santander Music, las esperas entre concierto y concierto eran amenizadas por un DJ. No era una solución ideal, pero al menos evitaba un flujo migratorio de escenario a escenario dentro del recinto de la Campa, como sucede ahora. El sábado no era sencillo transitar por la explanada, pedir en las barras o utilizar los aseos, sobre todo para las mujeres. Aunque, al menos, en Santander no te deshidratas durante la espera como sucede en otros festivales en provincias con un clima más severo.
Dos escenarios
Hay una notable asimetría entre el escenario principal y el secundario, pues el segundo tiene las dimensiones del de unas fiestas de barrio y carece de pantallas y de iluminación frontal. Cuando en él actúan bandas con tirón popular limitado, no hay demasiado problema. Cuando, por conveniencia en la programación, subes a él a artistas como Niña Polaca, que ya han llenado La Riviera media docena de veces, se provocan situaciones de tensión entre un público que no quiere perderse al artista, pero no atisba apenas nada del escenario. Unas pantallas laterales aliviarían ese malestar.
El escenario principal (heredado de otros conciertos de la Semana Grande de Santander) sí está a la altura en cuanto a tamaño, visibilidad y luminotecnia. Se echa en falta, no obstante, una columna de altavoces auxiliar orientada hacia los laterales de la explanada, pues una vez que sales del radio de acción de los altavoces principales, la potencia de sonido cae en picado en apenas diez metros y entonces escuchas más la algarabía en las barras que a los músicos sobre el escenario. De hecho, los espectadores de la zona VIP lateral serán los que, con toda probabilidad, peor sonido escuchen del recinto (todo sea dicho, para regocijo de quienes detestamos el clasismo que este tipo de entradas han traído a la música en directo).
Santander Music ha encontrado su rumbo
Para concluir, Santander Music ha encontrado su rumbo y es evidente que la fórmula funciona y seguirá haciéndolo. Ahora toca repensar algunas cuestiones de infraestructura y logística para que, si no todos los asistentes, al menos sí la gran mayoría disfruten de su visita al festival (unos cuantos bancos corridos más para la gente que cena en los foodtrucks sería un gran comienzo).
Hablemos de música. La coherencia se ha impuesto en la programación y los artistas jóvenes y maduros se van alternando para satisfacer a todo el mundo y, de paso, desahogar intermitente los escenarios, pues una clase de público lo presencia mientras el otro se ausenta para comer, beber u orinar.
Ambas jornadas mostraron una curiosa simetría, quizá accidental, quizá no, en la programación de su escenario principal. A la caída del sol, tocaba el petardeo de Varry Brava el viernes y de Ojete Calor el sábado, perfectos ambos para poner en marcha a ese público que viene en pandilla al festival y se pone de acuerdo en sus estilismos, casi siempre escorado hacia la camisa estampada o hawaiana. En el prime time llegaba el momento de los históricos del pop-rock español, Mikel Erentxun el primer día y Amaral el segundo. Y, pasada la medianoche, los que te dan el chute de energía que hace falta para seguir hasta que el cuerpo aguante, Franz Ferdinand y Carolina Durante, respectivamente.
VARRY BRAVA
Varry Brava se han coordinado para ser una agresión estética de alto nivel, entremezclando el verde fosforito con el fucsia con el cuero con el rubio oxigenado. Un cuadro, vaya. Pero la unión hace la fuerza y, como dice su canción «Hortera» (que el cantante Óscar Ferrer afirmó que les costó cinco discos sentirse tan libres de prejuicios como para componer): «Si estoy contigo me da igual que todos nos llamen hortera».
Lo son, y a mucha honra. Porque lo que proyectan Varry Brava sobre el escenario es absoluta libertad para ser quien quieras ser. Y nadie se siente más libre sobre el escenario que el teclista Aarön Saez, alguien a quien no puedes cansarte nunca de mirar porque es una dinamo humana que exuda alegría.
Con su música lúdica y bailable, sus teclados ochenteros, sus guiños a la generación del bakalao, sus tempos acelerados, Varry Brava logran agitar al público festivalero de una forma que artistas más «respetables» no serían capaces nunca. Y en su disco más reciente, ‘Sharirop‘, hay algunas melodías que no se te despegan de la corteza cerebral en días. Además, su colaboración de 2022 con Soleá Morente, ‘Bajo la luz perfecta‘, es gasolina de alto octanaje para festivales.

OJETE CALOR
No vamos a poner a Ojete Calor en la misma categoría que Varry Brava porque, obviamente, lo de Aníbal Gómez y Carlos Areces tiene más valor satírico que musical. Sin embargo, hay que estar allí, rodeado de miles de personas cantando a pleno pulmón los estribillos de himnos como «Mocatriz» o «Viejoven«, para entender del todo el poder catártico de esas canciones. Y supongo que la imposibilidad de entonar peor que los dos cantantes (Aníbal se esfuerza algo por cantar bien, con discutible éxito; Carlos se esfuerza mucho por hacerlo mal) ejerce algún poder liberador para todos los espectadores.
Con menor despliegue escénico que el de su presentación en el (entonces llamado) WiZink Center el pasado diciembre, Carlos y Aníbal se metieron igualmente al público del Santander Music en el bolsillo, a los conversos y a los escépticos. Su ya imprescindible versión del «Agapimú» de Ana Belén ayudó mucho, así como un medley que incluía duetos virtuales con celebridades como Georgie Dann, Concha Velasco o Camilo Sesto o Quevedo. Se despidieron arrojando a las primeras filas pósteres firmados de Ojete Calor que Carlos Areces se había restregado con lascivia contra su entrepierna. Y todos felices.

MIKEL ERENTXUN
Subió Mikel Erentxun a las diez y media al escenario principal, copa de vino en mano, arrullado por las voces de Bob Dylan y Johnny Cash cantando «Girl of the north country». Un listón alto, pero no tan imposible como cuando lo hacía hace dos décadas al son de la Marcha Imperial de El imperio contraataca: todo lo que suene después de John Williams se va a quedar siempre corto. Las luces cálidas y tenues del escenario recordaban también a los directos recientes de Dylan.
El repertorio de esta gira se compone de canciones de Duncan Dhu (aunque en Santander se permitió Mikel interpretar su canción «Mañana» a dúo con la cantante local Marina Iniesta, de Repion), pero la ausencia de Diego Vasallo le ha dado al tour el rebuscado nombre de «DD40 Mikel Erentxun». Da lo mismo, los promotores de festivales de provincias simplifican poniendo en el cartel «Duncan Dhu» y eso crea situaciones curiosas e incómodas; en Santander, por ejemplo, un grupo de espectadores ebrios no paró de berrear «¿dónde está Diego Vasallo?» entre tema y tema. Pues en su casa, dónde va a estar, calla un poco y respeta a los intérpretes sobre el escenario, gilipollas.
Quizá la música de Duncan Dhu, emparedada entre las actuaciones de Mujeres y Alcalá Norte, no encajara del todo en el tono de la primera jornada del festival, pero Mikel Erentxun siempre sale a flote porque cuenta con «Una calle de París», «Esos ojos negros», «Jardín de rosas» o «Cien gaviotas». Eso sí, cometió el error de dejar el escenario para realizar el protocolario bis y algunos espectadores se marcharon antes de escuchar «En algún lugar».

AMARAL
Nadie abandonó el concierto de Amaral el sábado porque el poder de convocatoria del dúo zaragozano sigue siendo enorme, dos décadas después de su momento de mayor gloria mediática y de ventas. De hecho, fueron los únicos que no recortaron su repertorio en el Santander Music, llegando a las mismas 28 canciones en dos horas justas que interpretaron en Madrid dos semanas antes. Y tenían que actuar en el escenario grande por narices porque su despliegue escénico, en el que Eva llega a ser elevada a las alturas durante «En el centro de un tornado», no hubiera permitido otras dimensiones.
Un setlist que incluye todos los temas de su último elepé, ‘Dolce vita‘; quince canciones, nada menos. Demuestra mucha confianza en su presente (merecidamente, porque el disco tiene temas como «Rompehielos» o «Los demonios del fuego» que van a permanecer muchos años en los conciertos), pero quizá sea testar de más al público de un festi una noche de sábado estival.
La portentosa voz de Eva Amaral
Se lo pueden permitir. Eva Amaral sigue cantando de tal forma que podrías coger su pista de sonido en directo y reemplazar la voz de estudio sin que se notara. Y no precisamente porque permanezca quieta durante el concierto. El único respiro se lo concede Juan Aguirre cuando interpreta «Tardes», de su primer disco, a la media hora de espectáculo. No vamos a alabar las cualidades vocales del voluntarioso Juan porque mentiríamos, pero sí hace que el público reciba con más entusiasmo la vuelta de Eva.
Y aún con Dolce vita inundando el repertorio, queda espacio para los muy radiados singles de ‘Estrella de mar‘ y ‘Pájaros en la cabeza‘; e inevitablemente, para la canción que le dio una carrera a Amaral, ‘Cómo hablar’. Carrera que aún tiene camino por recorrer.
FRANZ FERDINAND
No estoy muy seguro de que lo mismo pueda decirse de Franz Ferdinand porque, en justicia, en 2025 son más bien The Alex Kapranos Band. A excepción del cantante greco-escocés, el único miembro original que permanece en la banda es el bajista Bob Hardy, a quien se percibe un tanto desconectado de todo lo que sucede en el escenario, dejando brillar a su colega y a los músicos más jóvenes.
En Santander, Alex Kapranos empezó con mal pie. Sonó levemente acatarrado desde el principio, y a la tercera canción se le partió un diente; cosa que no le hizo muy feliz, como es lógico. Un rato después recogió del suelo la pieza dental y se la guardó en el bolsillo. Bravo por el cantante por sobreponerse a ello y dar un concierto digno. Con la edad, por cierto, su tupé indomable y sus expresiones faciales exageradas le aproximan a veces a Klaus Kinski.
No son estos Franz Ferdinand el cohete que eran hace dos décadas y no se han comido el mundo como prometían con esos dos primeros discos, pero no parece esta una mala vida, rodando sin descanso como cabezas de cartel de festivales medios como el Santander Music. El nuevo disco, ‘The human fear’, ni les ayuda ni les perjudica en este sentido, pues con «Take me out», «Do you want to» o «No you girls» garantizan siempre la satisfacción del público. «This fire», que tenía que haber sido el cierre apoteósico, sonó desinflada, alargada en exceso, pero nada que arruinara su concierto.

CAROLINA DURANTE
Un buen puñado de espectadores jóvenes guardaron sitio en las primeras filas del escenario principal a la una y media de la madrugada del sábado. Para hacerlo, tuvieron que perderse el concierto de Niña Polaca en el escenario secundario, lo que resulta paradójico. Al fin y al cabo, estas dos bandas jóvenes muy probablemente compartan fans.
Los que eligieron esperar se entretuvieron viendo cómo los pipas montaban en menos de una hora esa falsa oficina que sirve de decorado a los espectáculos de Carolina Durante en esta gira (y en la que solo chirriaba una bandera palestina que a ver qué empresa te va a dejar poner en tu despacho porque, parafraseando a Ojete Calor en «Extremismo mal»: «Mejor término medio y ser tibio al responder, fascismo es excesivo y democracia también»).
Momento dulce de Carolina Durante
El cantante Diego Ibáñez salió agitando su ya icónica muleta y jugándose la salud a base de dar brincos durante el concierto. El disco ‘Elige tu propia aventura’, publicado el pasado otoño, monopolizó el repertorio de una hora con una decena de sus temas, pero al público no le importó y los coreó con ganas.
Están Carolina Durante en un momento dulce, tanto que podrían prescindir de «Cayetano» y aun así salir airosos. Pero por qué iban a privarse de esa bala perfecta para festivales. Volvieron al Santander Music después de seis años (en aquella ocasión, tuvieron que actuar un jueves después de Bad Gyal y para la cuarta parte del público que los vio el sábado pasado) y los cántabros lo celebraron con alegría.

Relegados al segundo escenario del Santander Music quedaron bandas que merecían algo más, como Mujeres, Alcalá Norte, Veintiuno o Sexy Zebras. Ojalá el año próximo ese escenario cuente con pantallas que hagan menos patente su inferioridad con respecto al escenario principal.