El kilómetro cero de Alcalá Norte es ahora, con el Teatro Eslava, como se llamaba en tiempos de Lorca, quemando sus pies. El suelo es lava, vaya. Porque no hay NADA como ver a una banda en una sala en SU MOMENTO. La energía que se genera, la bola de fuego que se eleva, el pogo que no termina de terminar y vuelve a empezar. 20N. El Power Ranger verde. Miles de caballos patas arriba. Y su cantante, Álvaro Rivas, contemplando desde arriba su obra como medio pasmado como si fuera un accidente. Que en absoluto lo es. Pero eso es. Y ya estaría.
Nos pasamos la vida viendo grupos que antes molaban. Todos molábamos antes mucho más por mucho o poco que molemos ahora. Solo que entonces no lo sabíamos. Todos fuimos alguna vez Georgina Temporada 2. No lo queríamos saber porque saberlo es una manera loca de aceptar la muerte. El enésimo subterfugio. Alcalá Norte mola ahora, en este preciso instante, porque no piensa en la muerte. Esa libertad es la que nos llega, la que nos apela, la que nos vuela la cabeza. Esa es la conexión, el cable a Tierra a su vez rampa de lanzamiento contra el universo. There is no them, it’s only us.
Un contraataque que acaba en gol
No hay, ni habrá, un concierto de otra gente que empiece con un brindis con una bota de vino acto seguido arrojada contra la concurrencia enfervorecida. Lanzamiento de puros como en los bautizos de antaño, celebrando, efectivamente, veis, la vida contra la muerte. Que el público cante desde el minuto cero todos los lololós es la prueba del algodón de que un concierto te va a pasar por encima. Eso es así y otra cosa son las secuelas de cada cual la mañana siguiente. Ya cada cual. Ocurre con el Teatro Eslava coreando el punteo melódico de ‘Los chavales’, que es como un contraataque madridista en Champions que acaba en gol de Cristiano Ronaldo en plena remontada imposible. Ese tipo de batallón, esa eufórica sensación.
‘420N’ desaprovechó la oportunidad de alargar el final maquinero para triturar no pocas almas. ‘Codere’. «Tienen un rollo de puta madre», dice algún desconocido en mi oreja. No era para mí la reflexión, pero estamos como sardinas en lata. Tal es la expectación -entradas agotadas en cero coma y segunda fecha este sábado, podrían haberse saltado varios pasos, pero son inteligentes-. Porque una cosa es tener rollazo y otra tirarse el rollo. No es lo mismo.
Goebbels y Bob Marley
Tienen un disco de debut que no ha terminado todavía de calar todo lo que puede, y eso se nota cuando suena ‘La sangre del pobre’. Clásico instantáneo. ‘No llores Dr G’ acaba con Rivas dejándose danzar como los zíngaros del desierto, seguramente empujado sin saberlo por el espíritu del único Franco bueno, Battiato, como si estuviera convenientemente pisoteando la tumba de Goebbels convertido en un revivido Bob Marley (justo así bailaba). Podrían en algún espacio-tiempo todo loco, quizás, el puto nazi y el dios del reggae bailar esta copla agarrados. Donde demonios fuera, sonaría de fondo Alcalá Norte.
La banda está todavía aprendiendo el oficio. Y eso mola muchísimo. Por eso, más que de pericia (que la tienen) es una cuestión de energía (que les sobra). La voz se podría haber escuchado mejor, el sonido en general bien, pero mejorable. También, por supuesto, de tener en la cabeza las melodías. Está, además, ese punto veraz que da ser de barrio (lo siento, yo soy de Carabanchel, a esto no me vais a ganar y de esta valla a la que me acabo de encadenar no me vais a separar jamás). ‘La calle Elfo’ es perfectamente Nuestra Señora de Fátima, igual que la calle Illescas. El mapa urbano de una ciudad que anhela canciones que cantar y que justo para eso se congrega en la calle Arenal, siguiendo la batseñal desde Ciudad Lineal.
‘Barbacoa’. ¿Acaso crees en dios, Superman?. ‘Langemarck’. La visceralidad de las primeras filas empieza a sentirse detrás. No estábamos tan atrás, de hecho, pero sin darnos cuenta estamos ya al final. Un concierto es un ser vivo que se revuelve contra su propio destino finito. Se viene ‘La vida cañón’ y eso pone nervioso al personal, porque es el ‘Wonderwall’ de toda esta variopinta congregación que no sigue un patrón, que lo mismo tiene gente que acaba de hacerse su primer DNI como otros que ya gozan de su merecida pensión. Esta amalgama rara somos Alcalá Norte porque hay algo que trasciende las canciones. Sin pretenderlo, se entiende, porque entonces sería imposible. Pero ocurre que es así.
Los pogos nos harán libres. Os lo tengo dicho. Es la exhumación última de las almas. Empujones, sonrisas, algún desperdicio de birra especialmente cara, personas demasiado altas, canciones y cada cual con las mismas por donde vino. Esto era, después de todo ‘La vida cañón’. Que para nosotros es, a nuestros 45, en la comodidad que da la mitad de la tabla, salir a por un viernes como los de antes, tomar unas cervezas y una ración de oreja por La Latina. «¿Te has dado cuenta de que nadie hablaba en el concierto?». «Joder, ya te digo, la teníamos todos bien dentro». «Eso dijo Errejón». La vida cañón.