Muse (2019) Wanda Metropolitano. Madrid

Crónicas
Muse en Madrid. Fotos de Ricardo Rubio

Muse en Madrid: Matthew Bellamy nos va a follar a todos sin mirarnos a los ojos

«Yo pensaba». Así se empieza una crónica, coño. Con un buen yo y luego un pensaba. Egolatría dubitativa. Pues bien, yo pensaba que Muse estaban acabados. Sí, no sé. O sea, no acabados. Pero sentía una desconexión muy tocha con su movida. Y eso que ‘Simulation theory’ me sorprendió para bien después de lanzar esos singles anodinos que no me decían nada.

Pero luego llega el día grande. En 2016 tuvimos doblete en el WiZink Center y allí que estuvimos ambos días -el plural mayestático me representa– y a la mañana siguiente amanecimos temprano para ver el debut de Axl Rose con AC/DC en Lisboa. Tres años después y después de tantos conciertos –Time is running out, no lo perdamos, cojones-, uno ya es capaz de predecir el ochenta por ciento de lo que va a pasar: el móvil en llamas, cervezas que nadie deja calentar, fotos, abrazos, recuerdos, prisas, nervios, alguna pedrada en la puta cabeza. Un concierto tocho, en definitiva. Y de esos no hay tantos.

Me obsesiona generar recuerdos. No puede ser que en una semana no pase nada. Eso es la muerte. Muse son un vehículo para eso. En anteriores visitas nos hemos llegado a juntar cincuenta, tal es el poso generacional de Mateo y los suyos. Como ya estamos en los cuarenta, pasa que hay bajas, pero fuimos veinte bien majos. Nos hidratamos, nos besamos, nos hicimos fotos, me pedí un mini de ron con coca cola zero. Como diría Lou Reed, un perfect day.


Apuramos los minutos, nos etiquetamos como adolescentes perturbados. Amenazamos con la mirada con follarnos en la nebulosa del rock. Hacemos lo que hace cualquiera un viernes por la noche en la ciudad en una big city night. Y se nos hace eterna la espera después de tanto correr porque salen taaaarde. Pero para cuando los ‘muse dancers’ se posicionan y aparece el líder supreme ya lo tenemos. Surge el pavo de la nada, en el escenario pequeño del mediocampo, rodeado por su cohorte de cascos a lo Daft Punk y ya lo tienes.

Llevo media mañana discutiendo si fue antes el huevo o la gallina. Llevo toda mi vida discutiendo esto mismo con U2. A ver: salvo que seas Bruce Springsteen, no puedes salir ahí a pelo ante 55.000 personas -eso dice la organización, pero yo no me lo creo, ya voy pilotando el Wanda y calculo muuucho menos, se les fue la mano a los de Live Nation con la mamandurria esta vez- solo con una pantalla detrás. Por mucha resulición que tenga, eso es de valientes o, como es el caso citado, de gente con un puto don.


Para que un estadio de este tamaño coma, beba y lama de tu mano, debes salir a por todas con mucho más que eso. Porque no eres Bruce Springsteen. Venga, si hasta Bono lleva media vida haciendo trucos de trilero. Mateo siempre estará lejos en mi corazón del irlandés errante -de restaurante en restaurante por la Costa Azul, concretamente-, pero convengamos algo: Hostia tú.

Que digo que me escuches: Primero ‘Algorithm’ orquestal y luego trá trá con ‘Pressure’ -regulera- y ‘Psycho’ -riff tremender aquí-. ‘Break it to me’ me gusta más de lo que imaginé, ‘Uprising’ me sube a los taburetes de los bares como antaño, ‘Propaganda’ es resultona y ‘Plug in baby’ me excita hasta el delito. Así está planteada la movida, con una de aquí y otra de allá, una de cal (viva) y otra de arena. Mola la estética retrofuturista y cyberpunk en este ambiente de por sí faraónico en el que el tamaño sí importa.

Muse lo sabe de sobra. El tamaño les importa tanto que les acompleja y puede llegar por momentos a ser una losa para las canciones mismas. No lo es si eres fan, pero si eres ocasional, recordarás los rayos láser, las imágenes, el confeti, el enorme robot Murph, y no podrás decir ni un título. Es el rock de estadio, en definitiva. Es el circo romano para las masas. Personalmente, por supuesto que estoy con los conciertos en salas, pero sería estúpido por mi parte no afirmar que el rock de estadio es mi máxima expresión de felicidad y libertad.

El rock de estadio lo tiene todo y Muse lo domina aunque jamás llenará un gran estadio en España. Que no nos mientan. En Barcelona en 2013 el Olímpico se quedó en 35.000 y anoche el Wanda no estaba ni de coña lleno. Para la organización decir que fueron 55.000 y que hicieron una gran caja es estupendo, pero solo se cumplió lo segundo con ese rollo que tiene ahora Live Nation de ir ocultando y mostrando entradas a su antojo con precios cambiantes para sacar el beneficio máximo. En el Wanda, Muse no hizo sold out. Fin. Y eso por no hablar de los centenares de boletos que se vendían en redes sociales en las horas previas.




Todos los que tienen que ganarlo ganarán más, pero este concierto podría haber sido lleno real. No les dio la gana y, oye, mejor para nosotros, pues en la pista se estaba de lujo. Y otra cosa que os cuento: en un momento dado, por el lado izquierdo aparece un notas blandiendo pulseras para la zona vip. Remolino, cuatro de nosotros pillamos y para dentro. No puedo dejar de pensar en quienes pagaron una gran pasta por estar delante -el early entry supongo, pues no había golden circle como tal- y en los otros muchos que hicieron cola todo el día para lo mismo. Pues nada chicas, que sepamos que no era preciso.

Igual me salto alguna pero qué más da. Recuerdo cuando ‘Supermassive black hole’, que nos quedamos descolocados allá por 2004. Y ahí sigue en el repertorio con dos cojones, justo delante de la pretenciosa ‘Thought contagion’, que vale más por su lirismo que por su música. ‘Hysteria’ sí, claro, menudo chorrada, con el personal entregado y el desenlace a ritmo de ‘Back in black’ de AC/DC. Mis dieses. Luego ‘Unsustainable’ y el momento ‘Dig down’ rollo góspel desde el centro del estadio con Matt al piano. Bien, todo diferente, bien así, en esta noria dar vueltas sin más resultaría melifluo y mierdero. Así no se redefine el rock de estadio, y eso es justo lo que sí hace Muse cada noche.

Porque lo que inventó Pink Floyd hace medio siglo es lo que bien aprendió Muse y en su lucha llevan ya una década larga. Tratando de idear locuras nunca antes hechas que hagan del dichoso rock de estadio algo diferente. (Me llaman, nos bajamos, receso, vamos al bar toda la crew).




ESTO SE ESCRIBIÓ ANTES DE LAS SEIS DE LA TARDE Y AHORA PROSIGO DESPUÉS DE UNAS CAÑAS CON LOS CRÍOS Y TAL EN UNA TERRAZA CUALQUIERA DESPUÉS DE PAGAR BOLAS DE ESAS DE REGALOS DE LOS BARES A UN PAVO Y TODA LA PESCA TRADICIONAL (Y YO LES GRITO ‘QUE NO OS VAYÁIS LEJOS’ O ‘VENID A COMER BRAVAS’)

Pero de qué coño estamos hablando. Pues claro que Muse revienta el rock de estadio. Opino sinceramente que son el último dinosaurio, no lo hubiera escrito (en Europa Press) si pensara lo contrario. Claro que hay otros grupos que van a llenar para multitudes pero no, no a este nivel de ambición y exigencia. ¿Foo Fighters? Vale, pero esos van de rollo Bruce Springsteen en plan carnal y desnudo. Sacando todo el arsenal ya no hay. ¿Imagine Dragons? Eso no es rock ni es na, coño.

Ya noto el efecto de las cañitas, claro que sí. ¿Dónde nos habíamos quedado? No lo voy a mirar. Creo que iba por la mitad de lo que quería contar. Veamos. Retomemos en ‘Madness’, joder, recuerdo cuando el madridismo venció a la farsa en una final de Copa del Rey con aquella cabalgada de Gareth Bale por la banda. Bien: aquella noche pusimos Muse en casa de George en bucle porque sencillamente nos hacía gracia. Una treintena de veces. Era 2014 y yo iba por la casa, aparte de festejando la victoria blanca, gritando que ‘Madness’ era un clásico. Pues ya lo es.

‘Mercy’ me pareció siempre pomposidad por el puro gusto de la pomposidad, con toda la afección que eso conlleva. Y me mola. Pero claro, es que la casa se viene abajo con ‘Time is running out’, una de esas canciones que tocan donde duele y que yo qué sé la de veces que habremos escuchado todos juntos y por separado, ¿no? Me pone los pelos de punta solo escribir el título, esa es la verdad, y se me agolpan las historias desde que viéramos a Muse por primera vez en La Riviera en 2003 -acabo de encadenar ‘Pressure’ y ‘Break it to me’ en Spotify y oye, atiende, ya las quiero-.

Voy a pasar directamente a ‘Starlight’ porque me apetece hablar de un single pop. Aquí, en el Wanda, donde Jon Bon Jovi se marcó dos horas de concierto sin cantar una jodida nota en su sitio ni a su altura. Pop con guitarras, eso es Bon Jovi. Pero fíjate que Muse es melodía pop y rock en su interior. No sé si me pilláis lo que quiero decir. Pues que Muse es presente y futuro y tiene pelotas, eso quiero decir. Y eso que no las tenía yo todas conmigo porque, lo dicho, no iba yo especialmente a muerte -por la mañana digo, luego ya por la tarde soy imparable por pura emoción infantil tanto en Bon Jovi como en Muse y con quien quiera que toque esa noche, por eso soy así y estoy aquí-.




‘Starlight’, copón. Pues eso, karaokazo del revés. Matthew Bellamy me recuerda a Napoleón de siempre. Explicarlo es una obviedad, opino. Se come los estadios el notas o qué. No es un Bono, no es un Mick Jagger, no es un Axl Rose, pero se sale el cabronazo. Vuestros padres no le van a conocer en la vida pero llena estadios -no en Madrid, no en España, eso parece ya misión imposible, recordemos-. Muse es el dinosauro de nuestra generación.

‘Algorithm’ fue la sorpresa del último disco de Muse, ‘Simulation theory’. Me la clavó de primeras y esta noche es la banda sonora de nuestro imperio. Luego ya el despiporre porque está el medley jevata con ‘Stockholm syndrome’, ‘Assasin’, ‘Reapers’, ‘The handler’ y nada menos que ‘New born’. Caña muy bruta, móviles volando, seguratas nerviosos, todo falsa alarma, solo era un momentary lapse of reason. No me hagan ni puto caso, ante todo mucha calma y toda esa mierda, que se viene ‘Knights of Cydonia’.

En verdad no sé qué se puede decir ya a estas alturas del himno de Ennio Morricone-Muse. Bueno, pues que en mayo vi al compositor italiano en el WiZink Center y cuando le dan al hombre con la armónica se me caían las pelotas como si en lugar de 40 tuviera 80 años. La verdad es que es un flipe, es un acabose y es, al mismo tiempo, paradigma del exceso que es Muse en vivo. Un espectáculo que piensa todo lo grande que puede y que, algunos dicen, jode justo por eso la parte musical. No lo creo, que esa mierda ya la debiéramos haber superado hace mil años.

Si te gusta Muse y tienes ese show, te vas a casa bien follao. Si no te gusta Muse y tienes este show, te vas a casa follao. Si te gusta Muse y pasas del show, ya has follao más que la mayoría de los que están en el Wanda. Si no te gusta ni Muse si el rock de estadio, quédate en casa y tócate. En un momento dado, alguien a quien admiro con desmesura afirma en nuestro chat de whatsapp: «¡Matthew nos va a follar a todos!». Y aquí estoy recogiendo justo ese guante, dándome por risueñamente follado. Y nos folla sin quitarse las malditas gafas, sin mirarnos a los ojos ni en el instante crucial. Jodó.

Lo importante es, en definitiva querid@s niñ@s, que os cepilléis los dientes y esteis preparados para el rocanrol en cualquiera de sus lúbricas manifestaciones. De malfollad@s está el jodido mundo lleno pero ay, de conciertos de Muse andamos cortos. Y ayer tuvimos uno y fue un polvazo de puta madre: Aullido colectivo, standing ovation, mazo de aplausos, suspiro, reverencia, abrazo, beso en los morros, sudor y fin. El polvazo de una noche de verano.


Y ya que habéis llegado hasta aquí, os cuento mi vida con Muse y os mando trallones de besos y abrazos:


– 2003 en Madrid (La Riviera)
– 2004 en Madrid (Vistalegre)
– 2006 en Madrid (Palacio de los Deportes)
– 2009 en Madrid (Palacio de los Deportes)

– 2010 en Madrid (Vicente Calderón)
– 2012 en Madrid (Palacio de los Deportes)
– 2013 en Barcelona (Estadio Olímpico)
– 2015 en Bilbao BBK Live

– 2016 en Madrid (BarclayCard Center)







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