¿Y lo que es acostarse sabiendo que al día siguinte lo vas a partir? Te compras un ticket to ride que te da literalmente todas las opciones posibles cuando llega el día. Y para que un concierto vaya bien, es indispensable que haya una previa a la altura de la convocatoria.
Y es que más que a los conciertos, que por supuesto también, echo personalmente de menos la exaltación del antes. Echo de menos a los conciertos que te cagas con locura, pero ese par de horas (que a veces son días) previas en las que tu móvil revienta pidiendo ubicaciones son decenas de corazones palpitando a la vez.
Cuando estás currando y sales por patas a toda hostia porque vas a ver a quien sea y ya en el Metro pones «voy». O cuando es finde y sales desde el barrio y dices: «Voy con estos, ya vamos tocaos». La respuesta a eso siempre es una puta ubicación que, lejos de ser impersonal, es humanidad pura, pues no es otra cosa que las puertas del averno abriéndose de par en par para tu goce y disfrute. Eso es un concierto.
El piscolabis de antes es parte necesaria de un concierto. A veces es más desfase, otras es solo un poco de charleta. Pero esa interacción es esencial: sin eso no es un puto concierto. Personalmente, siempre me decanto por el desmadre más o menos inesperado, porque para eso movemos nuestros culos hasta reunirnos a las puertas de donde sea. Y eso hay que regarlo.
Me voy a marcar un poquito de rant ahora: un concierto no es verlo por streaming por mucho que se lo curre la banda, aunque si te mola es guay apoyar. Un concierto no se ve desde el jodido coche. Un concierto es pagar bebida carísima, cantar lo que sea y sentir la libertad del preso recién salido de prisión. Un concierto es lo que a ti que asistes te dé la santa gana.
Dicho lo cual: tengo miles de historias de las previas de miles de conciertos. Destacaría la de la foto superior porque cuando se reunieron los Guns y volvieron al Calderón teníamos un chat desde meses antes con sesenta o setenta personas (puretillas). Cuando hice la fiesta previa en casa vinieron treinta y tantos (puretillas): ni tan mal. El día del conci sí que estuvimos todos y no cabíamos en la maldita foto: rock.
En el último de Bon Jovi en el Wanda el jodido Josemi se empeñó en que pidiéramos roncito y se nos piró ya antes de entrar. Con Muse igual. Y con todos los concis que se os ocurran, porque la cabra tira al monte (la cabra soy yo). Me gusta brindar antes pero, brindar en mitad de un temazo a todo rabo, ojo, es ya me enajena locamente.
Si la cosa está muy top, es probable que alguien amenace con pasarse a copas a la primera de cambio (vuelvo a ser yo). Una vez éramos tantos antes de los Red Hot que al fondo se metían rayas de azúcar (ese no soy nunca yo) y parecía que daba igual. ¿Sabéis lo que quiero decir? Ese tipo de libertad en el que todo está permitido y todo saldrá bien: «Eh, estamos de concierto».
Y os preguntaréis: ¿pero entonces a qué coño vas a los conciertos? Oye, que yo hice muchos años cola como el que más. Desde las 5 de la mañana una vez por U2 en Barcelona. Yo voy a los conciertos por las canciones y para escuchar el latido de mi corazón, pues a veces en el suburbano de la capital debe ser que no hay cobertura, porque la rutina lo silencia. Pero también voy a los conciertos a ser delirantemente libre.
Lo que ocurre es que, a partir de unas canciones que nos hacen latir a todos a la vez, se nos pira la puta pinza y nos da por brindar y brincar y comportarnos como mandriles. ¿Acaso no va de eso la vida? De eso va la vida y cuando lo puedes hacer con música tocada en directo por otros mandriles es el acabose.
Personalmente, yo echo de menos todo el paquete. Como en la noche de La Polla Records en el WiZink, que estaban tan hasta la bola los bares que arramplamos con todas las latas de birra de las tiendas de chinos. Y volvimos a ser punkies adolescentes en ese rato, bebiendo en la calle y cantando «ellos dicen mierda nosotros amén».
Doy por hecho que hay gente que se salta la previa, vale. Pues qué pena. Porque al menos un ratito antes es necesario para ponerse en situación, adecuarse, hidratarse, mentalizarse, enajenarse. Entrar corriendo al concierto porque se te hace tarde en los bares es otra de esas sensaciones que molan. Luego entras y se retrasa, vale, pues ya (con los Guns en 2017 en el Calderón casi nos comen el culete con la hora).
Un concierto son las canciones, pero un concierto también es todo lo que acontece alrededor de ellas. A todo eso que muchas veces está al borde de la legalidad y claramente se posiciona fuera de toda lógica me refiero en estas líneas. Porque de las cosas que más me ponen en la vida es ver llenos los bares aledaños del WiZink, La Riviera, la Joy… antaño el Calderón (el Wanda menos, aunque ya hay historias allí y eso es bonito dentro de la fealdad).
No puedo por menos que recordar los previos de AC/DC, que empiezan literalmente un par de días antes, pero que explotan ya llegada la fecha. La cantidad de cerveza que se mueve ahí, madre mía. Antes, digo, en los aledaños. Cuanta más gente se junta más me gusta el concierto, seguramente porque eso tiene algo que ver con la celebración atávica.
Ahora que estamos deseando volver a salir de cañas, yo lo que quiero son los previos de los conciertos. Y que vayamos creando nuestro propio espacio de libertinaje cada cual con sus pequeños grandes vicios. Lo importante, en cualquier caso, es que seamos libres dentro de las canciones y, al mismo tiempo, con un latido inesperadamente unísono, pongamos al mundo a girar en la dirección bonita.
Esas sensaciones de desamparo son las que me llevaron a empezar un hilo-sección con un porrón de conciertos a los que asistimos cuando podíamos ser multitud desenfrenada. La idea siempre fue tener presente lo buenos que podemos ser cuando vamos todos a una. Y, la verdad, nunca vamos tan a una como cuando hay un previo de un concierto que nos va a molar de la hostia. En ese punto de excitación aspiro habitar.
Un buen concierto sin un buen previo es peor para todos. Pero eh: chin chin.