Lugar: Croke Park. Dublín. Irlanda
Fecha: 22 julio 2017
Asistencia: 80.000 personas
Músicos: Bono (voz y armónica), The Edge (guitarras, coros y teclados), Adam Clayton (bajo) y Larry Mullen Jnr (batería y coros)
U2 en Dublín: Una especie de regreso a casa
Qué diferencia entre la llegada el viernes por la tarde, cuando aúllas al tocar tierra al norte de Dublín, y la mañana del domingo, cuando amaneces con un hilillo de luz incrustado en el mismísimo centro de tu cara, a duras penas soterrada bajo la almohada. Cuando llegas, no sabes muy bien lo que buscas, aunque lo intuyes. Cuando toca volver, desconcierto y melancolía porque aunque vuelves a casa, dudas de tu verdadero lugar en el mundo. Porque lo suyo es cuestionarse constantemente la vida para así avanzar al menos un poquito. Tiene un punto filosófico freak todo esto, por supuesto. ¿Por qué? ¿Para qué?
No me interesa saber la respuesta, no quiero una certeza. Solo busco sentirme como un niño en la noche que llegan los Reyes Magos. La existencia es todo lo que pasa entre espera y espera de esa vigilia previa. Y admito que debo estar a punto de descubrir que esos Reyes son los padres (por favor, que no resulte que soy Borbón, menudo bajón). El tiempo no pasa en vano y perdemos de a poquito la emoción que siempre creímos de nuestro lado. Nos hacemos descreídos. Nos la empieza a sudar todo. ¿Cómo es posible? Me niego.
Veo claras ciertas señales, eso sí. El 22 de mayo de 1993 vi a U2 por primera vez en el Vicente Calderón de Madrid. Tenía 14 años. Un mes y medio después vi a Guns n’ Roses en el mismo lugar. Fueron mis dos primeros conciertos, irrumpiendo en esto a lo grande. Mis dos bandas en su momento excelso. Han pasado 24 años, ahora tengo 38. Hace mes y medio vi a Guns n’ Roses otra vez en el Vicente Calderón, con Axl Rose y Slash inesperadamente reconciliados. Y ahora regreso por segunda vez a Dublín para cerrar un círculo. Si U2 hubieran elegido de nuevo el Calderón hubiera pensado que el universo me estaba hablando exclusivamente a mi, pero yo mismo me encargo de apretar las piezas para que encajen.
Y sí, tomo unos metros de distancia, lo observo y sentencio: es un puto círculo del copón. Y tiene olor y forma de cabeza de bebé. De Bruno, que es el resultado en mi colorista mente de mezclar dos de mis nombres favoritos: Bruce y Bono. Y allí estamos de casi treinta semanas ofreciendo al pequeño en sacrificio en el núcleo de la talibonía. Seguro que nos visteis. Uno enajenado en el pitch2 con los brazos en alto y ella con la camiseta del Best Of 1980-1990 más perfectamente redonda que nadie jamás imaginó (muy geniales las irlandesas cediéndole el sitio en los baños y alabando su arrojo, ay, si ellas supieran).
Extremadamente fantásticos también ellos pidiendo las cervezas no ya de dos en dos, sino de cinco en cinco. Y no eran para compartir, ¡eran para consumo personal! Cuando quise tomarme la penúltima ya habíais acabado con todo, ¿cómo no querer al pueblo irlandés? Pero no nos dispersemos, una idea me ronda, como bien dijo Bono en Dublín el 30 de diciembre de 1989: «Nos hemos divertido mucho en los últimos meses, hemos llegado a conocer algo de la música de la que no sabíamos (…) esto es solo el final de algo para U2. Y por eso estamos tocando estos conciertos y haciendo una fiesta para nosotros y para ti. No es gran cosa, es solo que tenemos que irnos y soñarlo todo de nuevo».
Aún me falta un año y medio para cumplir cuarenta años, pero un poco sí fui hasta Irlanda para tratar de descubrir si lo podré soñar todo de nuevo. Es imposible que sea una despedida porque no sé hacer otra cosa en la vida. Puede que nada cambie ante vuestros ojos, aunque yo ya soy otro muy distinto al que empezó esto del Mercadeo Pop (Popmart, reiteremos siempre de donde nace todo) en abril de 2007. Son diez años y ni lo he celebrado porque mi cabeza a saber donde estaba ese día, esa semana, ese mes. Igual habéis notado que esto no es una crónica de un concierto al uso, pero acabo de decir que no sé hacer otra cosa. Y no miento, realmente no tengo ni idea de cómo alguien puede vivir sin escribir sobre lo que siente en los conciertos.
Así que vamos al lío, vamos a por otra más, la penúltima durante un tiempo que puede ser de dos días o de dos meses. Qué más da, joder. Lo que mola que te cagas es que hayas llegado hasta aquí en estos tiempos en los que los periodistas musicales escribimos o noticias de seis líneas o listas en las que el personal pasa de leer los contenidos. Pues precisamente por eso, por mi trabajo en Europa Press, no sabía si podría ir a Barcelona el 18 de julio, un maldito martes. Y como ya he visto allí a U2 cinco veces desde 2001 y Dublín caía en sábado, la jugada era obvia: si Mahoma no va a la montaña, la montaña va a La Meca. O algo así.
No estábamos ni embarazados cuando compramos las entradas. El círculo era imperfecto entonces. Ahora, desde Carabanchel, es una circunferencia de fuego en el cielo. Debe ser eso, porque anoche en Dublín llevábamos chubasqueros y en Madrid el rollo es como por lo menos quince grados más hacia la caldera de la Tierra. Pero que da igual, que no hay nada que pueda detener ciertas cosas, ciertos impulsos irracionales. Nunca estuvo la duda sobre la mesa. Eso sí, nos pusimos el 22 de julio de 2017 como límite temporal para que el futuro heredero del imperio de Mercadeo Pop no llegue ya con irremediable sordera y palpitaciones bombásticas crónicas. De manera que hemos entregado el resto y nos hemos dejado el último aliento en Dublín.
Cuanto más lo escribo, más perfecto me parece todo. Y por eso empecé por dejarme unos cuantos millones de euros (desde que las Visa se pasan solo acercándose al aparatejo, asusta mirar los movimientos a la mañana siguiente, yo personalmente por ahora no quiero) en los bares engullendo Guinness desde el viernes por la noche, con alineación de gala, pues en nuestra expedición no íbamos en absoluto solos, que va, algunos miembros del ‘staff’ están desde 1997 cuando nos dejamos parte de nuestra longevidad en el Vicente Calderón en aquel fabuloso delirio llamado Popmart. Otros son fichajes recientes que no hacen otra cosa que enriquecer un equipo de Champions (con la victoria de este sábado en Croke Park, yo ya llevo once desde 1993, que igual no parecen muchas, pero eh, son mías).
Cantando incluso ‘Stuck in a moment’ con sus colegas y un porrón de desconocidos de diversos países en ese parque de atracciones temático de U2 que es Temple Bar uno empieza a descubrir cosas. La primera, que no hay otro lugar en el planeta donde pudieras estar que te hiciera más tonturronamente feliz. El concepto de tribu desordenada adquiere estupenda forma humana en una ciudad en la que el capitán general es el que lleva la camiseta de la gira más antigua. Yo tuve una guapísima del ZOO TV pero también tengo una madre que decidió que iba mejor para limpiar el polvo así que la destruyó. Ni que decir tiene que también destruyó mi corazón pero, ay, la tía repitió con otra estupenda de Popmart. Como dicen los del Atleti cuando tratan de sentirse especiales, no tratéis de entenderlo. No tratéis de entender a mi madre, digo.
Ella no termina de pillarme el rollo y muchos de mis colegas tampoco. Ya les vale, con lo fácil que es. Solo es un sentimiento infantil, ya lo dije. Pureza. Y con eso rebotándome dentro, camino por las calles de la capital irlandesa abrazando a los míos, aplaudiendo al cielo, mirando el reloj ansioso por que empiece pero un tanto inquieto por lo que pasará después, cuando ya todo sea pasado. Otra Guinness, venga, la penúltima, en los aledaños (me jode especialmente que no fuera posible el encuentro con los Eastlinkers, y mira que el teléfono echó humo, pero cuando no cuadra, no cuadra, shit). Gran acierto, porque allí un grupo de lugareños aparentemente rudos y curtidos deciden que llevo la mejor camiseta de la ciudad. Y les cuento su historia, que la compramos unos cuantos en los alrededores del Palau Sant Jordi en 2001 y que les tengo ahí al lado. Y hay abrazos y un cheers de puta madre. Y un trago largo y que nos vamos, que es ya.
Tenemos entradas guapas sencillamente porque cuando las compramos en u2.com resultó que la pista estaba divivida en dos y, lógicamente, nos abalanzamos sobre las de la parte delantera. Así que entramos justo cuando empieza ese telonerazo que es Noel Gallagher y estamos bien colocados por decreto. Siempre habrá gente por delante porque necesitan agarrarse a la valla, que Bono les mire, que The Edge les abra una brecha en la ceja con una púa. En fin, eso. Pero esa no es nuestra movida, así que escogemos la zona que intuímos más fácil para tener espacio y ver guay y ahí plantamos campamento. Y cantamos ‘Wonderwall’, ‘Little by little’, ‘Don’t look back in anger’, las tres de Oasis, y algunas de su carrera solista. Que me mola, que ya le he visto dos veces en La Riviera madrileña, pero hoy no puedo.
En la grada izquierda de Croke (según miras al escenario) se abalanza la gente hacia un extremo por el que antes fuimos al baño pero ahora ya no podemos, porque por ahí van a entrar. Me molesta un poco porque quiero ir por última vez al excusado, pero entonces pienso que U2 van a pisar el mismo suelo que yo y, entonces, entonces me mosqueo aún más. Me voy a chivar a Facua, copón. Aunque luego pienso, bueno, es que es Bono, copón, y por la mañana nos hemos hecho fotos en una tienda de sonotones (Bonavox, 9 Earl St N, North City, Dublin 1, D01 F252, Irlanda) que es el lugar de peregrinación más extraño que nadie pueda imaginar. Está céntrico, menos mal, eso nos excusa de alguna manera, supongo.
Eso sí, cuando la peña encaramada a las vallas de ese lado del estadio empieza a hacer fotos y a aplaudir, algo cambia. Mi cerebro se desconecta de mi corazón, que pasa a tomar el mando mientras las arterias oscilan cuales péndulos. Y suena ‘The whole of the moon’ de The Waterboys y cambia la temperatura. Ya no estamos realmente en Dublín, estamos en un lugar indeterminado, quizás un limbo VIP. Y empieza el carrusel de imágenes para siempre en el disco duro, con Larry Mullen cruzando la pasarela y sentándose en su batería, permitiéndose incluso una pausa dramática antes de aporrear sus tambores como antaño, cuando formaba parte de The Artane Boys Band.
Y no aporrea cualquier cosa, pues hablamos de ‘Sunday bloody sunday’. Al inapelable redoble se suma rápidamente la reconocible guitarra de The Edge, antes de que el vocalista Bono ponga a las 80.000 personas congregadas en Croke Park a corear. Es como marcar el gol de la victoria en el minuto 1. Claro que sí, claro que es fácil, claro que es nostalgia. Por supuesto que no nos gusta que U2 se contradiga en eso de «fuck the past, kiss the future». Aún nos queda algo de criterio pero, ay amigos, es que la movida continúa con ‘New year’s day’, la ampulosidad de ‘Bad’ y el karaoke de ‘Pride (in the name of love)’. Y por mucho que los die hard fans repitan que esta última es una canción agotadísima, el estadio revienta.
Y yo mismo la salto cuando la escucho en mi privacidad, pero resulta que la magia de la música en directo está muy lejos de agotarse. Por mucho que veas vídeos en YouTube, por muchas grabaciones piratas, nada iguala todavía a la experiencia de tu grupo favorito tocando ante tus narices sus mejores canciones. Y estas cuatro son cuatro pepinos. Y el personal está fuera de sus casillas, con el cuarteto tocando en el escenario con forma de arbolito que se adentra entre el público, a plena luz del día, con la pantallaza apagada. Sin artificios, casi como fue entonces, en 1987, cuando no había pantallas, ni marcianadas, ni grandes despliegues de tecnología. Solo una bola de música elevándose ardiendo sobre las multitudes con U2 ascendiendo al olimpo del rock night after night after night after night, como diría aquel (el de la primera parte del nombre de Bruno, el de New Jersey).
Y lo que viene a continuación es uno de los mejores discos de la historia del rock, interpretado por sus cuatro creadores originales en su purita totalidad. ¿Que es nostalgia? Innegable. Los motivos dan igual, no le importan una mierda al gran público que paga las entradas y llena estadios a rebosar. Ese público quiere cantar, quiere vivir. Y esto es lo más parecido a la vida plena. Es ahora cuando U2 se va al escenario principal, enciende la pantalla que llena todo el fondo del estadio y procede con ‘The Joshua Tree’ en su treinta aniversario. Y la mejor canción de la historia (porque este Scattergories, al final, amigos, es mío), la más grande epifanía del rock de estadio, ‘Where the streets have no name’, nos hace mejores y se convierte en casa.
Un lugar en el que habitar para siempre, ajenos, con tres aviones de los Irish Air Cops sobrevolando nuestras cabezas dibujando en el aire la bandera irlandesa en el atardecer. Uno de esos momentos de grandilocuencia que te empequeñecen y solo te sale un guau (guau, qué chachi es montar las cosas con mogollón de pasta para hacer lo que se te ocurra, eso también). Pero es que 80.000 personas cantando a la vez y empujando en la misma dirección impresionan mucho. Y pasan a acongojar si les da por ‘I still haven’t found what I’m looking for’ y ‘With or without you’, os lo puedo asegurar. Se me rompió la voz varias veces pero es como cuando jugabas al escondite y tocabas pared. Estabas a salvo.
Where the streets have no name, complete with tricolor flyover. Special moment in #CrokePark for #U2TheJoshuaTree2017 #U2 pic.twitter.com/WdJm1uDNP0
— Croke Park (@CrokePark) 23 de julio de 2017
Hasta aquí, siete canciones a gran altura, con público entregado, una banda con actitud, tratando de ganar por derecho y no por decreto. Un sonido limpio y potente, todo lo grande que debe sonar la música de U2. Y la tan controvertida voz de Bono, notable. Muy de cantante, que es como me gustan a mi los que se ponen delante de un micrófono (no todos merecen ese calificativo, pero en el caso del irlandés, sigue siendo indudable a sus 57 años, tanto por aptidud como por ímpetu y carisma). Lógicamente, habrá quien aparezca para tratar de hacer más sangre, pero en realidad es absurdo, pues Bono es uno de los cantantes más indiscutibles de la historia del rock y escucharle en directo sigue, por supuesto, siendo una delicia. No tiene 27 años, tiene 57 años.
Los que le escuchan también han atravesado el tan jodido túnel del tiempo, aunque parece que en su tránsito no hubo espejos. Pero eh, volvamos al relato: la cosa decae ligeramente a pesar de la contundencia de ‘Bullet the blue sky’, más que nada por comparación con lo anterior. ‘Running to stand still’ siempre será un must para los fans de U2 y es un gozo que vuelva a sonar después de tantos años. Aún más fantástico es que por fin en vivo se atrevan con ‘Red hill mining town’, convenientemente acomodada a las capacidades actuales de un hombre treinta años mayor, pero igualmente capaz de atraversar un estadio a rebosar porque interpretar no es solo cantar delante de un micrófono amplificado. Es generar electricidad y transmitirla hasta el otro lado del recinto. Y eso Bono lo hace como muy pocos.
Es en este punto donde hay que admitir que se dispersa la propuesta y la diáspora entre la parroquia les reparte entre las barras y los aseos. Puede resultar inconcebible para el fan acérrimo, pero es que el fan acérrimo vive en su pajote mental constante sin final feliz. Al gentío le da igual si hay disco nuevo de por medio o si se trata de reverdecer viejos (billetes) verdes. El gentío quiere rock y quiere cantar y quiere brindar, pero eso lo encuentra solo a medias en temas como ‘In God’s country’ y ‘Trip through your wires’, sin duda los momentos más complicados de la velada, ya con noche cerrada. ‘One tree hill’, dedicada a Greg Carroll -asistente de Bono muerto en 1986- en el disco y aún otra vez esta noche, retoma la senda ascendente aunque hay quien sigue sin ubicarse del todo.
A la joya anterior se suma ‘Exit’, sin duda una de las canciones más deseadas por los más talibonos entre los talibonos, que en esta noche de falso verano atrona sin piedad y nos devuelve al Bono más interpretativo, poniéndose en la piel del asesino psicópata protagonista y bramando al aire eso de «even the hands of love!». Momentazo incomparable para una canción muy injustamente olvidada por U2, a la que sigue la intensidad emocional de ‘Mothers of the disappeared’, otra vez interpretada con el vocalista quitándose la chaqueta y paseando con las manos en la nuca como camino del patíbulo.
Pareciera que aquí deja de tener sentido la propuesta de este ‘The Joshua Tree Tour 2017’, pero ocurre algo interesante, pues tras la dudosa transición de una ‘Miss Sarajevo’ descafeinada (si Bono no se atreve con la ópera, mal vamos), ‘Beautiful Day’ resulta el complemento lumínico perfecto a la oscuridad en la que nos ha adentrado la cara-b del afamado álbum. Es una explosión de luz que encaja, encadena y, sobre todo, despierta a los despistados (que hablando de un estadio, no son en absoluto pocos). Un momento de reconciliación multidireccional que se ve apuntalado por la energía de ‘Elevation’, canción que curiosamente es denostada por la talibonada pero que provoca una de las reacciones más incontestables de la velada. Con un puntito divertido además con Larry Mullen haciendo un corazón con las manos a la cámara antes de girarse y dejar leer en su camiseta la palabra ‘Home’ impresa en la espalda.
#U2TheJoshuaTree2017 #Dublin Elevation Larry pic.twitter.com/l8ENnKWeMU
— Wolfgang Willms (@wolfgang_willms) 23 de julio de 2017
Este momento de desprejuiciada locura aún sube un peldaño más gracias al punk de estadio de ‘Vertigo’ que, ya sí del todo, hace que el público transgeneracional de U2 vuelva a aplicarse en una única misma intención. Que no es ni de coña la de talar el Joshua Tree, como decía Bono al presentar Achtung Baby (1991), sino la de apurar el concierto manteniéndolo lo más alto posible. Por eso aunque la versión en esta gira de ‘Ultra violet (Light my way)’ no sea de las más memorables, sí que se aprecia ya una ruptura total con las leyes de la objetividad con el público rendido a lo que sae, mientras Bono dedica la canción a todas las mujeres (a las madres, a las hijas, a las integrantes del equipo del grupo, llegando a leer sus nombres mientras en la pantalla aparecen ilustres féminas).
‘One’ es solo la enésima de las canciones durante las que necesito dar varios pasos atrás para encontrar un lugar ‘solitario’ en el que separarme del resto y sentir el calor de hogar que solo da la soledad. El resto del estadio se une en un canto comunal al que inevitablemente me apunto pasado un rato, pero esta también es solo mía for a while. Pero esto es una fiesta y entonces Bono sigue agradeciendo a la gente del equipo de U2 (ya antes dio las gracias a todos los irlandeses por apoyar causas contra la pobreza en plena recesión) y hay incluso un happy birthday para un miembro del staff que cumplía 50 años. Dos horas se cumplen entonces sin sorpresas, sin ‘A sort of homecoming’, qué gran lástima, clásico olvidado tantos años y recuperado en los primeros conciertos de esta gira para luego ser de nuevo relegado al mega poblado cajón de las canciones de U2 olvidadas.
En Dublín era lo suyo, porque muchos hicimos una especie de camino de vuelta a casa. Mas no. Eso sí, nos quedó el adelanto del eternamente postergado ‘Songs of Experience’, ese disco que va camino de ser el nuevo ‘Chinese Democracy’ a poco que se descuiden. Aunque parece ser que la cosa no será tan loca y que en septiembre tendremos un single y el álbum en diciembre. Ah, el adelanto, ‘The little things that give you away’, una canción marca de la casa, con comienzo baladístico y crescendo progresivo hasta la explosión expansiva de The Edge… parece poca cosa así escrito, pero lo cierto es que hay mimbres y la letra de Bono está repleta de certezas como «the end isn’t coming, it’s not coming, the end is here, sometimes».
Un epílogo interesante que, aunque pisa terreno conocido, nos permite vislumbrar aún algo de ganas de avanzar y no solo quedarse en el hedonismo de la lucrativa mirada al pasado. ¿Me gustó el concierto? Me flipó, lo gocé, lo lloré, lo temblé. Traté, como siempre, de memorizar todo lo que veía pero, esta vez mi obsesión era mantener para siempre la sensación de vida incomparable. Siempre soy extremadamente feliz dentro de un concierto de U2 y me encantaría que no se me olvidara, para así poder volver a ese rincón en mi interior cada vez que lo necesite. Para tocar pared y sentirme en casa. Porque mañana vienen los Reyes Magos y se me sale el corazón por la boca. Sangra, claro, pero no asustarse, es solo vida que brota. Es otra rama del árbol que nace.
PD: Son ‘The little things that give you away’. Siempre viviremos en cada nueva canción de U2.
Imagino que U2 actuando en casa darían lo mejor de sí. En Barcelona el pasado martes yo vi a una banda por momentos desganada y con menos energía que nunca.
La excusa de la edad no me sirve porque convendrás conmigo que hay muchas bandas y artistas que los superan en edad y son huracanes sobre el escenario.
Dos de mis canciones favoritas: Running to stand still y Ultraviolet (que siempre en directo habían sido tramos épicos del viaje) fueron interpretadas con absoluta dejadez.
Que sí, que es uno de los grupos de nuestras vidas y a pesar de los bajones luego tienen momentos que te ponen la carne de gallina (el "Bad" mezclado con "Heroes" ya es de mis momentos favoritos de cualquier concierto de U2 que haya visto)… pero todo este tinglado de la gira aniversario del Joshua Tree creo que es algo que les ha provocado pereza una vez arrancado, cuando quizás fuera demasiado tarde para dar marcha atrás y hacer una gira "convencional".
A la salida del show otros asistentes que habían estado pocos días antes en otros conciertos de la gira confirmaron mis sensaciones asegurando que llevaban con ese tono toda la gira y que en EEUU incluso les habían criticado por ello.
Pero insisto, en Dublín jugando en casa imagino que todo será mejor.
Muy buen artículo, me identifico con muchas cosas, incluso tu primer concierto también fue el mío ☺. Espero algún dia poder disfrutar también de uno en Dublin.
Sobre el primer comentario tan solo quería dar mi opinión sobre el concierto de Barcelona y es que precisamente a mi no me pareció que estuvieran desganados, si no todo lo contrario, cuando hablaba Bono parecía que le fallaba la voz y sin embargo cantando lo daba todo,es mi apreciación.
SalU2
Me encantó tu artículo!Soy de la ciudad de Salta en el interior de Argentina,y pude ver los 2 shows de U2 en Octubre.Quedé sencillamente MARAVILLADO y mucho más fanático que de que era antes!Coincido en la mayoría de los q escribiste .Salu2 ��