Crónica del concierto de Leiva el jueves 7 de septiembre de agosto en la Campa de la Magdalena de Santander ante más de 10.000 personas a tope

Leiva en Santander: Rock para todos los públicos

Crónicas

Mientras un reloj en pantalla marcaba una cuenta atrás de diez minutos hasta que Leiva y su banda subieran al escenario en Santander, me dio por pensar en todas las veces que había visto al músico madrileño. Siendo conservadores, media docena de veces con Pereza y otra media en solitario. En sitios como Siroco, El Sol, La Riviera… y también en esta misma explanada de la Península de la Magdalena. Aunque rodeado de mucho menos público que el que convocó anoche, como explicó el propio Leiva a mitad del concierto para justificar sus nervios a pesar de haber tocado allí multitud de veces.

Leiva tiene esa cualidad de parecer siempre un recién llegado, pero llevamos ya dos décadas acompañándonos mutuamente. Y no pretendo fingir que tengo una relación especial con él o con sus canciones que no tenga el resto del mundo. Mirando al público a mi alrededor en la Campa de la Magdalena constaté que los seguidores de Leiva en 2025 ya no tienen edad: abarcan desde niños y adolescentes hasta jubilados. Muchos vienen en pandilla o en familia. El rock de Leiva hoy, como el de Fito Cabrales desde el cambio de siglo, es apto para todos los públicos.

Nadie se siente fuera de lugar en un concierto de Leiva

De forma accidental, me he topado esta semana con la crónica del concierto de Pereza en Las Ventas que escribí en 2008, en la que decía esto: «La primera consecuencia de llenar esos aforos es que el público se vuelve heterogéneo, algo que no gusta a los fans de largo recorrido, que se sienten desplazados por una horda de adolescentes chillonas. A Pereza les ha ocurrido eso. Los espectadores que hacían cola para entrar al ruedo seguían luchando con los estragos de la pubertad, y su numerosa presencia hacía que los varones treintañeros nos sintiéramos unos viejos verdes fuera de lugar». Bien, esto ya no ocurre. Nadie se siente fuera de lugar en un concierto de Leiva.

No me dio tiempo a reflexionar mucho más sobre el pasado porque la Leiband se desplegó sobre el escenario a las once y pico (bendita laxitud veraniega de provincias: los madrileños ya hemos normalizado lo de ir a conciertos de rock con el sol todavía en alto) mientras sonaba en el hilo el estribillo de ‘Gigante‘. Todos vestían de traje blanco salvo el último en subir, ese cantante de silueta escuálida tan reconocible por los andares, la nariz y el sombrero de ala ancha. Al trasluz, parece su propia versión en cómic.

Leiva en Santander. Fotos de Anna García.

Un salto en la producción evidente

Sabemos que no es físicamente posible que Leiva esté mucho más delgado que hace dos décadas: solo lo parece. Pero no vamos a darle muchas vueltas a este tema porque, visto lo recurrente que es en su cancionero reciente («otro agujero más en el cinturón», «desnudo parezco un insecto») y sabiendo de la hipocondría del madrileño, no seamos como esos amigos que después de mucho tiempo sin verse se ceban con lo malo. Yo llevo ocho años sin ver a Leiva en directo y lo primero que percibo, claro, es el salto en la producción.

Parece que en España hemos llegado a otro nivel en los directos: esta misma semana he visto a Arde Bogotá y a Amaral con presentaciones de un calibre sin nada que envidiar a estrellas anglosajonas. Hace una década, Fito & Fitipaldis eran la excepción; ahora, por fortuna, muchos artistas españoles de éxito se han puesto a su altura. Con todo, y para disgusto de los fotógrafos de prensa, no había anoche en Santander un cañón que iluminara frontalmente a la estrella.

Pareciera como si el tímido Leiva quisiera esconderse siempre bajo el ala de su sombrero, como si tratara (fútilmente) de esquivar las miradas de las 10.000 personas allí reunidas. Por cierto, casualidad o no, los fotógrafos solo podían ubicarse en el lateral del escenario por el que Leiva, tuerto del ojo izquierdo, sí es capaz de ver. Como si no quisiera perder comba de todo lo que pasaba frente a él.

Leiva en Santander. Fotos de Anna García.

Triunfo de Leiva en Santander

La mayor alegría que se estará llevando Leiva en esta gira es que las canciones que interpreta de su nuevo disco (como la sabiniana ‘Ángulo muerto’ o la robeniana ‘Caída libre’) están siendo bien recibidas y coreadas. Abrió la noche con ‘Bajo presión‘ y al tercer tema sonó ‘Gigante’, cuyo estribillo ya había escuchado y coreado el público durante la intro; quizá habría que repensar eso. La exuberante ‘El polvo de los días raros’ fue también ampliamente cantada y grabada con los móviles.

La Leiband está llena de talentos que compaginan el proyecto de Leiva con los suyos propios y los de otros. El más conocido, claro, Juancho, que «hace malabares con el calendario» (palabras de Leiva) para estar al lado de su hermano y al frente de Sidecars. Aunque no menos pluriempleados están el saxofonista Tuli, el baterista José «Niño» Bruno o el teclista César Pop. Pero ahí siguen todos, gira tras gira, lustro tras lustro, rodeando al más exitoso de la pandilla, José Miguel Conejo.

Leiva en Santander. Fotos de Anna García.

Una bandaza

Para Leiva, es una bendición tener una banda hecha tan a su medida como la E Street Band lo es para Bruce Springsteen. Ahora bien, ¿qué le ocurrió al Boss a finales de los 80? Que ese sonido tan característico de su grupo le impedía crecer musicalmente y no le quedó otra salida que desmantelar la formación durante una década. No sé si Leiva hará algún día algo parecido, pero es legítimo preguntarse si, hoy por hoy, no estará componiendo sus canciones (y sobreproduciéndolas a veces) para seguir justificando salir a girar con esta bandaza suya. Comercialmente, no hay reproche posible, pues a la
gente le encanta cómo suenan sus directos; artísticamente, la Leiband puede acabar siendo un corsé demasiado prieto.

A mitad del concierto, se permitió la formación el capricho de interpretar ‘You never can tell’, de Chuck Berry, solo porque, como explicó Leiva, le «pone contento». Era la misma adaptación al español -de título ¿Quién lo iba a suponer?»- que los hermanos Auserón hicieron hace dos décadas para su proyecto Las Malas Lenguas. Para estos menesteres de rock clásico, la Leiband funciona de muerte y salta a la vista que todos lo disfrutan.

Leiva en Santander. Fotos de Anna García.

Al terminar el tema de Berry, el grupo se bajó del escenario, dejando solo durante unos minutos a Leiva; quien, antes de atacar ‘Vis a vis‘ con su guitarra acústica, pidió al público que se abstuviera de grabar con sus móviles. Lo hizo con más elegancia que Bunbury cuando, hace unas semanas, detuvo su concierto para abroncar a un espectador que no paraba de filmar desde la primera fila. Eso sí, advirtió Leiva: «Naturalmente, solo es una petición, el que quiera es libre de grabarlo todo y arder en el puto infierno«. La broma funcionó: el 90% del público de la Campa guardó respetuoso silencio y prestó atención a la interpretación (que Leiva dedicó al «paisano» Quique González, presente en el concierto).

El desenlace Pereza

La concatenación de «Como lo tienes tú«, «Estrella polar» y «Lady Madrid» antes del bis nos trasladó a los años de Pereza. ¡Quién podía imaginar entonces que la última de ellas se convertiría para Leiva en lo que «Princesa» es para Sabina o «Soldadito marinero» para Fito! Antes de un último reprise del estribillo de «Lady Madrid», la banda hizo un corro alrededor del cámara y este se dedicó a dar vueltas sobre sí mismo mostrando a todos los músicos en las pantallas verticales hasta acabar en Leiva (con notable precisión técnica). Es un fenómeno muy de 2025 que ya he observado en otros directos como los de Parcels o Arde Bogotá: convertir al operador de cámara sobre el escenario, antaño un paria oculto entre bambalinas, en casi un miembro más de la banda.

En el bis, Leiva dejó cantar al público estrofas enteras de «Caída libre«, deleitado porque sus composiciones más recientes sigan calando en sus fans, e intercaló la presentación de los miembros de la banda entre el estribillo de «Princesas«; quizá no lo más idóneo para el clímax del espectáculo. Terminó el concierto a la una de la mañana exacta, después de una hora y cincuenta minutos de música casi ininterrumpida. Los aplausos demostraban que a los espectadores no les hubiera disgustado un cuarto de hora más de canciones, pero es probable que todos los asistentes repitan la próxima vez que Leiva pase por la ciudad. Porque el de Alameda de Osuna inspira esa clase de lealtad.

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