Kalorama 2024. IFEMA Madrid
Los festivales de música en Madrid se convierten en meme al instante mismo de concebirse. ¿Qué pasa con este tipo de eventos en la capital? Cancelaciones, accidentes, tormentas torrenciales, perderse tres conciertos para ir al baño y denuncias varias a Facua se ciernen sobre el destino de todo evento que se precie cerca del kilómetro cero. Una “maldición” que también se cebó con la primera edición de Kalorama Madrid con diversas incidencias, pero que no empañaron un notable resultado final.
Kalorama surge tras la desaparición de Cala Mijas y como festival “gemelo” del MEO Kalorama en Lisboa, con el que comparte prácticamente todo el cartel. Su propuesta parece apuntar al público extranjero y al nacional de más de 40 años, con un cartel que repasa varios de los mejores artistas de los primeros compases del siglo. Ya se preveían las canas desde que se anunció el lineup.
Jueves: doblete mágico y los cencerros de James Murphy
Se nota en el Metro quien va al Kalorama porque los menores de 40 van bajándose en todas las estaciones anteriores mientras permanecen veteranas parejas con camisetas de The Smile o Sonic Youth. Pisamos el recinto de IFEMA y llegamos a Nation of Language, banda joven deudores del sonido romántico y synth pop de los 80. Buena banda sonora para el humano atribulado. ‘On Division St’ tiene los ingredientes de un original Gahan/Gore, mientras que temas como ‘Across That Fine Line’ ahonda en otras sonoridades sin salirse de su década de referencia. La teclista parece llevar el peso musical, el cantante -con una imagen alejada del darketo que imaginabas- canta y baila sin parar camino de la deshidratación, mientras que el bajista parece infrautilizado (introduzca aquí chiste sobre Andy Fletcher).
Pasamos del escenario 1 al 2, ¿cómo es posible que un cartel tan potente no haya conseguido que ninguna marca quisiera poner nombre a los escenarios? The Kills han vuelto, pero el dúo de Jaime Hince y Alison Mosshart se presentó con caja de ritmos y pregrabados por doquier. Les salvó el carisma y buen hacer de una pareja que destila glamour maldito: ella con camiseta “Suck my dick” y camisa de flores, él con colgantes dorados y trazas de aristócrata vividor. Aunque actuar bajo el lorenzo ardiente no sea lo mejor para estos trasnochadores de la vida, canciones como ‘U.R.A. Fever’, ‘Future Starts Now’ o -nuestra favorita- ‘Baby Says’ animan la tarde con la fórmula de garage y blues que tan bien facturaron The White Stripes o Flat Duo Jets. Rock con pelotas y ovarios, tal y como le gusta a la comunidad mercadeopopera.
Death Cab For Cutie
Del 2 volvemos al 1, ninguna banda se solapa y el planteamiento no puede ser más sencillo. No hace falta ni clashfinder. ¿De verdad Ben Gibbard sacó estos dos discazos el mismo año con dos bandas diferentes? Los recuerdos nos confunden, pero una visita a la wikipedia nos lo confirma, y nos disponemos a escuchar completos ‘Transatlanticism’ y ‘Give Up’. Death Cab For Cutie aparecen de negro, y empiezan las intensidades guitarreras. En directo los temas ganan con sonido orgánico, bajo omnipresente y la buena voz de Gibbard. Temas históricos como ‘The New Year’ o ‘The Sound Of Settling’ son aclamados y el corte que da título al álbum nos maravilla con sus dinámicas mientras anochece. Hasta cayeron algunas gotas, excelente epílogo para uno de los mejores discos de jueves para todo indie romántico con gato.
The Postal Service
Quince minutos después aparecían de nuevo sobre el escenario. Nuevas luces, algunos cambios en la formación (excelsa Jenny Lewis) y todos de blanco inmaculado para convertirse en The Postal Service. La propuesta es mucho más bailable con sus teclados y los cuatro primeros cortes se disfrutan con entusiasmo. A partir de ahí se hace algo repetitivo, más por mérito del inicio del álbum que por demérito del resto. Gajes de interpretar discos completos. Quizá por esto cerraron con una correcta versión de ‘Enjoy The Silence’. En todo caso nuestra opinión es impopular, parece que fuimos de los pocos a los que les gustó más DCFC que TPS.
Para cerrar el día ocho músicos haciendo electrónica. Sí, la electrónica puede ser algo más que pulsar un botón y LCD Sounsystem lo demuestra. James Murphy y sus secuaces hicieron bailar sin parar con la mayor cantidad de aparatos que hemos visto sobre un escenario. Pareciera que también controlaban la ISS. Todo para que lo más celebrado sean sus míticos cencerros (risas enlatadas). Nosotros somos de contrastes, y pasar de ‘Someone Great’ al rock de ‘New Body Rhumba’ nos flipó. También nos encantaron los planos cenitales que pasaron por las pantallas laterales y, por supuesto, que ‘Daft Punk is playing at my house, my house’.
Viernes: el agua no mancha y la resurrección prodigiosa
Volvemos a IFEMA el segundo día con el contador de lluvia apenas en unas gotas, lo que hizo que algún incauto se dejara el chubasquero en casa. Je. Jeje. Jejeje. Pero no nos adelantemos. Fever Ray se había caído del cartel dos días antes y la sustituyó Judeline. No lo hace mal, pero ya no estamos en 2019 y hay muchísimas cantantes luchando por ganarse ese espacio estilístico entre el flamenco, el pop y la música urbana. Quizás es porque no tenemos NPI de marketing musical, pero dedicarse a hacer versiones con sobredosis de autotune de ‘Pena penita pena’ o de la evasora de impuestos no nos parece algo positivo para su carrera.
Algo pasó entre bambalinas con Yard Act y es que sonaron fatal. Empezaron sin PA y poco a poco fueron mejorando sonido hasta terminar con 20 minutos donde, por fin, no parecía que estaban tocando en la casa de al lado. Es una banda joven con ideas interesantes y mucha energía, que practican ese pop-rock vitaminado que se hizo tan popular hace 15 años. A destacar dos coristas y bailarinas incansables y el bigote de Abraracurcix del guitarrista. ‘The Overload’ nos parece un temazo y ‘We Make Hits’ -esto es un piropo- parece un tema de Kasabian. En todo caso dejamos un ‘sin calificar’.
Gossip
Volvemos al escenario grande para ver a Gossip. Beth Ditto tardó un par de canciones en calentar la voz y ya fue imparable. No solamente tiene un chorro vocal sin igual, sino que entre canción y canción parece un personaje de musical con sus bromas y gritos. También va quitándose ropa poco a poco hasta acabar en ropa interior, descalza y sin peluca. (Alerta spoiler: 3 horas despues acabaría con ese vestuario medio festival mientras el resto de ropa se tendía donde buenamente se podía). En directo se nota claramente los temas que les funcionan: ‘Love Long Distance’, ‘Move in the Right Direction’ o ‘Heavy Cross’. Está claro, los de rollo discotequero gamberro. Menudo bajo palpitante atrona durante una ‘Standing In The Way Of Control’ celebrada por la nutrida comunidad LGTBIQ+ presente. Cuando intentan hacer otro tipo de temas sencillamente no les funciona, hasta parece que ellos mismos dudan al tocarlas.
El diluvio universal
No conseguimos conectar con la fría oscuridad de Yves Tumor. Tomamos prestado y parafraseamos a un acertado y evocador instagrammer: “Yves Tumor de día es un poco como ver a Bela Lugosi en la playa”. Por si tocar a la luz del día no fuera suficientemente negativo para su show, el diluvio se hizo, y cayó un aguacero de los de comenzar a seleccionar mamíferos por pares. Tras el shock inicial la verdad es que fue divertido, con situaciones hilarantes y buen humor en general: ¿Chubasquero como pareo mientras llevamos el pantalón en la mano? yo digo sí. ¿Refugiarse de dos en dos en un polyklyn recién mancillado? no señores, no, que el agua no mancha y la temperatura no bajará de 20º en toda la noche. Una vez habilitado un pabellón como refugio, los ingleses y las inglesas fueron los primeros en quedarse en ropa interior y cerveza aguada. Desprenderse de lo innecesario.
Con el agua aún corriendo por nuestra espina dorsal llegaron las consecuencias, no pudieron tocar Raye (tenían ya todo para empezar cuando Tláloc apareció) ni Soulwax, cuyo equipo se mojó y tuvieron que cancelar también su cita portuguesa del día siguiente. Acentuémos lo positivo, como reza el clásico del año 44, y disfrutemos de los restos del naufragio. La rave post-tormenta comenzó con Overmono, con el público más pendiente de si tocaría The Prodigy una hora después.
The Prodigy
Afortunadamente Liam Howlett, Maxim Reality y compañía pudieron actuar, y qué inicio. Probablemente ayudó la incertidumbre de pensar que no podrían tocar, pero su primera media hora fue de lo más intenso que hemos vivido en nuestras vidas. ‘Breathe’, ‘Omen’, ‘Spitfire’, ‘Firestarter’ y ‘Voodoo People’. Del tirón. Con un sonido atronador y unas luces a juego. Con una escenografía de banderas ciertamente marcial “All my spanish warriors” vivimos una bolo histórico. ¿Que habría sido mejor con Keith Flint? Sin duda, siempre echaremos de menos a la imagen absoluta del combo y diríamos que hasta de una forma de vivir. Qué mejor legado para su memoria que bailar empapados entre miles de dementes.
Sábado: Tocar es algo más que una intención seas Massive Attack o Sam Smith
El día en el que todo el mundo llevó chubasquero no llovió. Puta bida. El calor de las 18:00 de la tarde maridó muy bien con la propuesta de Ezra Collective, británicos pero con claros caladeros musicales en áfrica y el caribe. Reivindican -y contagian- la alegría de vivir con festivos riffs de trompeta y saxo sostenidos sobre sólidas bases de jazz. Patrones rítmicos que aúnan complejidad y groove mientras viajan constantemente entre el salseo de las claves latinas y referentes como África 70. También practican el dembow del reggaeton sin miedo al prejuicioso. Como ya predicó Fela Kuti: Water No Get Enemy.
Hablando de salseo, el jueves se pudo ver entre el público, bailando, a Harry Styles. ¿Qué hacía en Madrid? Radio patio informa que ver a su novia Olivia Dean debutar en España. Tampoco Sam Smith, programado para cuatro horas después, se perdió el concierto de una británica que lanzó su primer LP en 2023 y que en directo demostró sensibilidad vocal, dominio de varios instrumentos y diversidad en unos arreglos facturados con indudable buen gusto. Ya se escore hacia el soul o hacia el pop. Eso sí, su presencia escénica mejoraría con un fondo que no pareciera de Windows Vista y una banda uniformada. A determinados niveles la narrativa lo es (casi) todo amigos.
Massive Attack
Massive Attack lograron la mejor asistencia del festival, y no defraudaron con un show que elevó su trip-hop a categoría de arte con sus videoproyecciones. Sucesiones de conceptos capitalistas en pantallas monocromo de fuente distópica e imágenes actuales de Gaza contextualizadas con multitud de referencias históricas. Con su brazalete del holocausto de Palestina, el líder de la banda emula a Roger Waters. Todos los textos proyectados estaban traducidos al castellano y provocaron que, pese al estilo musical pausado que practican, hubiera poca cotorra entre el público. El trío Young Fathers o las cantantes Deborah Miller y Elizabeth Fraser dejaron su impronta en los temas más conocidos como ‘Voodoo in my Blood’, ‘Unfinished Sympathy’ o ‘Teardrop’. También sorprendieron con potentes versiones de Ultravox o Avicii.
Aún no habían terminado los de Bristol cuando ya no cabía un alfiler en el escenario 2 para ver a Jungle. Relegarles a este escenario fue un error, demasiada gente viéndoles desde muy lejos, donde no llegaba la mezcla sonora adecuada. Todo el mundo quería bailar sus clásicos de hace una década como ‘Busy Earnin’ o los actuales ‘Back on 74’. Además, da igual la banda o el estilo de música, lanzar pelotas es un éxito.
Sam Smith
Sam Smith ha pasado de crooner modosito a diva absoluta. Su concierto recorrió todas sus facetas con tantos cambios de estilo como de vestuario. Del rollo operístico al discotequero en gay bar, de una balada romántica a una coral clásica o del gospel a una rave techno. Su presencia escénica se debate entre el negro de todos sus vestidos y la luminosidad que él mismo despliega. Por un momento, música disco, bigote y vestimenta espacial, hasta nos recordó a Tino Casal, reafirmándose 30 años después. Como número final su transmutación durante ‘Unholy’ nos traslada a la transformación final de la película Black Swan. Belleza en estado puro.
Aprovechamos los últimos minutos del festival con Peggy Gou, que pasó de un inicio UK garage al techno con ascendencia noventera que la ha hecho conocida en el mundillo, especialmente gracias a ‘(It Goes Like) Nanana’.
Despedida y cierre
Kalorama se libró del gafe. Veremos en el futuro si esta apuesta tiene continuidad, pero a nosotros nos pareció un festival cómodo -igual porque no metieron al público que esperaban- y con un nivel de calidad de sonido excepcional, rara avis en este tipo de eventos. Por algún motivo que desconocemos hubo una inmensa cantidad de policías y de personal de seguridad, pero -algún infraser aparte- la convivencia fue buena. El recinto de IFEMA no tiene césped/arena/barro para lo bueno y para lo malo. Los charcos desaparecen casi al momento y el transporte es bastante eficiente.
Teniendo en cuenta el cartel medio de un festival en España parece un milagro que Kalorama no haya presentado ningún grupo indie-nacional-llena-aforos. Aunque nos parece lo más lógico cuando para recibir subvenciones vía turismo lo que debería primar es el asistente foráneo, que además tiene la particularidad de que entiende mucho mejor que el local la imprevisibilidad de ciertos elementos atmosféricos. Ni Kalodrama ni Tormentarama. Nada de drama más allá de los últimos rescoldos de algún amor de verano a punto de extinguirse.