Viene Bad Religion a Madrid para celebrar su 45 cumpleaños y no nos dan feriado en la ciudad. Vamos, no me jodas. Ni el día siguiente libre en el curro. Así nos va, esto es un atropello laboral. Pero da igual, ahí está el personal, irreductible hasta el estertor final. Si hay que festejar, se festeja, y a la mañana siguiente que cada palo aguante su vela. La eternidad, eso de sobra ya lo sabíamos, era punk rock y cerveza.
El aniversario se monta como un pequeño gran festival en el que desde primera hora de la tarde se suceden las actuaciones hasta la eclosión final. A saber: Belvedere, Crim, Strung Out y Agnostic Front calentando el ambiente, haciendo callo, recibiendo con los brazos abiertos a los invitados que van llegando. Mientras tanto, el gentío va igualmente pero diferente caldeando el ambiente, haciendo callo, trasegando, brindando, compartiendo recuerdos en los aledaños.

Bad Religion, Madrid, el Tony Hawk, tú y yo
Porque casi medio siglo da para bastante. Para mí, Bad Religion son noches interminables con amigos aleatorios que íbamos rotando en las casas que nos dejaban vacías los padres en ausencia vacacional más o menos prolongada. Adolescentes tardíos. Horas bien empleadas en la consola con el Tony Hawk, mogollón de humo de origen variopinto, cintas de casete, profundísimas discusiones, nunca suficiente hielo, videoclips musicales en la tele en bucle. Aquellos maravillosos noventa sin más preocupación que reunir a la luna con el sol sin que la música (seguramente NIrvana) dejara jamás de sonar.
El riesgo principal era entregarse involuntariamente al sueño más segundos de lo necesario en algún sonrojante escorzo, no fuera que te perdieras la payasada de la velada que quedaría a fuego grabada para todos los presentes. El gran peligro era prolongar de más la caída de párpados, no te fueras a despertar de repente en, no sé, 2025. Pero así fue. Nadie consiguió aguantar tanto, todos terminamos cayendo, y sin darnos cuenta llevamos consumido el primer cuarto del siglo XXI aunque, por fortuna, la música sigue sonando. Y la banda sonora es exactamente la misma.

‘Recipe for Hate’, ese discarral
Incluso yo me veo igual, en pie en la pista del Palacio de los Deportes de Madrid, mientras Bad Religion arrancan quemando rueda con ‘Recipe for Hate‘. Pues ya estaría. Precisamente el disco del mismo título, de 1993, es de los que más sonaban en aquellas jaranas ya hace, hay que joderse, tres décadas. Rodeado por casi 5.000 iguales desconocidos, a los que no conozco pero reconozco en sus camisetas, sus gestos y sus maneras de vivir, siento de alguna manera el tiempo detenido. Nosotros somos los de entonces, al menos hoy sí, sí esta noche. ‘You are (the goverment)’, ‘No control’.
Lo que en tantos otros es un trote cochinero, Bad Religion lo transforma en un elegante galopar de zancada larga. Apretando el acelerador en ‘New dark ages’ o ‘My sanity’, sacando el pecho melódico menos revolucionado cuando toca con ‘Struck a nerve’ o ‘Faith alone’. La cabra tira en cualquier caso al monte con un mensaje claro: ‘I want to conquer the world’. Hablamos de distopía como algo irreal e imaginario, sin saber lo que significa, mientras ese mundo por conquistar se va a la mierda y hay mogollón de señales. Veamos: Bad Bunny diez Metropolitanos y Bad Religion solo pista en el Palacio en Madrid. Pues ya nos lo cantaba entoces Greg Graffin y lo vuelve a hacer en nuestra cara: ‘Fuck armageddon, this is hell!‘
Un ejercicio de estilo
Lo de Bad Religion es un ejercicio de estilo que 45 años después es vieja escuela porque el pogo, como el mar, persistente como la edad, no cesa. Se modula que te cagas, eso sí. El pogo, digo. Allá delante, en primera línea, toman el relevo los que tienen que tomarlo. Los demás, los que tenemos tanta larga duración como la propia banda, como una TDK de 90 a doble cara, tomamos perspectiva dando un paso atrás. La última vez que vi a Bad Religion en este mismo lugar, en mayo de 2019, me robaron el móvil del bolsillo delantero derecho del pantalón vaquero por venirme arriba de más. No iba a volver a pasar, vamos, no me jodas. Os diré que ya estamos todos en paz.
‘Do what you want’, ‘You’, ‘Generator’. Ese acercamiento casi al pop que puede llegar a ser ’21st century (digital boy)’, la única de ese discazo que es ‘Stranger than fiction‘ (1994). Si hay algo reprochable a todo esto es que está medido de más, como un encofrado de hormigón con el que ya no hay vuelta atrás. Se endureció y ya. A piñón. Cada concierto es igual y eso es en sí mismo contrario al punk, que necesita respirar para desvariar. Pero es una forma de longevidad sin claudicar. La banda es un cañón y ahí siguen los históricos Brett Gurewitz y Jay Bentley, con Greg Graffin y su pinta de profesor de literatura inglesa del siglo XIX que muta cuando llega la noche en icono del hardcore. ¿El sonido, dices? Siempre va por barrios, en el mío bien, gracias. El montaje, desde luego, mínimo e imprescindible, una declaración de intenciones en sí misma.
El lado correcto de la historia
En el tramo final ya es carrusel de hits, aunque cada cual tiene los suyos. Yo personalmente echo en falta no pocos que se quedan en el camino, igual que algunos de aquellos amigos aleatorios que a saber donde andarán (abrumadora minoría los perdidos, en realidad). Parafraseando (a little) a La Hora Chanante, hijo de p*ta hay que decirlo más y esta es una vía tan válida como otra cualquiera de canalizar esa necesidad. Un telón negro, el nombre del grupo en perfecto rojo y los músicos tocando debajo (menudo contraste bárbaro con el show de Dua Lipa la noche antes). En esencia todo se reduce a eso: canciones consistentes y gritar ‘Fuck you‘ (que hay que decirlo más) por los motivos adecuados. Bad Religion sí es el lado correcto de la maldita historia. Chimpún.
Mas no es chimpún. Quedan un par. ‘Sorrow‘ nos trae al recuerdo y al pulmón, cada cual por sus motivos, a los padres que como Juan forman ya parte de la inabarcable eternidad. Brindis en alto. Ochenta minutos después del comienzo, pasa lo de siempre: ahora la peña quiere más pero ya no hay. Bueno, venga, una y ya. Por aquí llega ‘American Jesus‘, la primera canción de Bad Religion que escuché en mi vida y la que me trajo hasta aquí. Gran clásico para todos nosotros, claro, de ‘Recipe for hate’. Porque esta cita con Bad Religion en Madrid trata, en última instancia, de cerrar círculos constantemente sin que se nos escape la vida por las grietas. No hay otra manera de no morir.