Somos las cintas de casete que ya nunca pondremos

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Nos enrollamos, fundamos familias y nos jodimos las vidas con las TDK mucho antes de Tinder. Y en tu cabeza sonaba todo antes, durante y después. Y nadie nos advirtió de que el formato casete seguramente retumbaría para siempre.

¿En qué momento perdimos la puta cabeza y le dimos autoridad ninguna a una playlist? Nosotros invertimos horas en grabar nuestras canciones favoritas de nuestra emisora favorita para recopilarlas en mala calidad para nuestra persona favorita.

Los sentimientos puros siguen siendo, por supuesto, los mismos. Somos lo justo de puretas, pues vivimos en el siempre juvenil rocanrol. Pero cuanto antes consigues algo, antes lo olvidas. Nos pasa con las canciones, con las personas, con todo lo que nos venden a toda hostia.

Yo caminaba un buen rato para comprar cintas TDK sin en realidad saber qué iba a grabar en ellas. Necesitaba la seguridad de tenerlas preparadas por si pasaba algo en mi vida digno de registrar. O por si había una chica a la que intentar conquistar.

Ahora que estoy disfrutando tanto de ‘Sex Education’ en Netflix veo claramente la importancia que tuvieron esas cintas de casete en nuestras vidas. Porque nos hicieron hablar cuando no sabíamos lo que queríamos decir.

Y sí que creo, de verdad, que cuando todo se basa en buscar corriendo una canción a la distancia de un click y añadirla a una playlist pues, bueno, puede valer como sucedáneo. Pero no es exactamente lo mismo. Es un poco algorítmico.

Como no es lo mismo escuchar un disco en streaming que ahorrar, ir a la tienda e invertir tu dinero con ilusión en esa compra eterna. Es jodido, supongo, que los mayores siempre tuvieran razón: pero lo que más te cuesta más te representa (algo así, da igual).

Evidentemente, el sentimiento amoroso permanece inalterable. ¿Pero y si en la elección de comprar una cinta de cromo más cara (hostias, era un salto cuantitativo importante) residiera cierta decidida determinación hacia esa otra persona? El VIP de verdad de antaño es el falso premium para todos de ahora.

Las primeras casetes que regalé ya no sé donde andarán, espero que vivan. Luego nos pasamos a los CDs y unos dedicados terminaron tirándomelos a la cara años después y los tuve que hacer desaparecer yo mismo. Me jodió. ¿Veis como significaban algo? Y eso que ya eran CD. Ese seguía siendo el gesto de «eliminar» a alguien.

Ahora la peña pues elimina a amigos, borra fotos y ya está todo hecho. Antaño, me gusta pensar, había quien aún de una mala hostia suprema, decidía conservar ciertas cintas de casete. Porque nos definen en un momento concreto y, cuando pasa el tiempo, todos, más o menos, miramos atrás sin ira. Y mola tener ciertas cosas.

Yo tengo un porrón de cintas. Todas y cada una de ellas me representan. Las tengo en el salón en lugar prominente y siempre a la vista. Así no se me olvida de donde vengo, lo que fui, las que monté, las vidas que dejé cruzadas. Así tengo mi vida presente de manera constante sin necesidad de escucharlas: yo soy esa estantería.

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