Las provincias dan la verdadera medida del alcance de una banda de éxito. Uno puede llenar WiZinks (perdón, Movistar Arena) a base de exposición mediática y luego hacer perder dinero a promotores locales por toda la geografía española. Sí, Madrid es la ciudad de los grandes números, la de los ocho WiZinks (y dale) de Dani Martín, la de los diez Metropolitanos de Bad Bunny, la de los 7.291 muertos en residencias de Ayuso… pero luego hay que salir de esa burbuja y demostrar que puedes conquistar el resto de España. Arde Bogotá metieron anoche a cerca de 15.000 personas en una atestada Campa de la Magdalena, en Santander.
Las colas para acceder al recinto a las nueve llegaban hasta la Playa del Sardinero, a casi un kilómetro de distancia. Y lo más interesante de todo: entre el público que aguardaba para entrar (y que agotó las entradas desde varias semanas antes) podía verse al menos a dos generaciones de espectadores, algo singular en los seguidores de un grupo que sacó el primero de sus dos elepés en 2021.

Podría pensarse que los más talluditos venían acompañando a sus retoños (así era en algún caso), pero muchos traían su camiseta del grupo adquirida previamente y las letras bien aprendidas. Que artistas jóvenes con apenas un lustro de carrera discográfica convoquen, además de a sus contemporáneos, a cuarentones y cincuentones, es la mejor prueba de que tienen «ese algo».
Empezó el concierto de Arde Bogotá en Santander con un cuarto de hora de retraso para dar tiempo a la masa humana a acceder a la Península de la Magdalena. Alabaría más tarde Antonio García, la inconfundible voz de Arde Bogotá, la naturaleza y las playas que rodean al recinto donde tuvo lugar el concierto; aunque los espectadores no alcanzaban a ver mucho de esto dentro de la polvorienta explanada. La temperatura, como casi siempre en Cantabria, agradablemente fresca.
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Apenas atacó el cuarteto (quinteto en directo por la ayuda del segundo guitarrista Pedro Quesada) ‘Veneno’, el primer tema de la noche, comprendimos que el grupo, su management y/o su discográfica van a por todas con el proyecto Arde Bogotá. El despliegue escénico era digno de una estrella del calibre de Enrique Bunbury, lo que sorprende en una banda que hace año y medio estaba girando por salas.
Conscientes del poder de su imagen, potencian Arde Bogotá en esta gira (últimas fechas de presentación de ‘Cowboys de la A3‘, publicado hace más de dos años) la iluminación dramática y la realización en las pantallas. Para esta última, había dispuestas por el escenario varias cámaras en grúas y raíles, e incluso un operador de cámara perseguía al cantante por el escenario sin rubor. Nada se dejó al azar y consiguieron algunos planos sensacionales en las pantallas verticales, como el de Quesada tocando su guitarra visto a través del reflejo de un retrovisor.

Más fascinados por la carretera que Springsteen
¿Un retrovisor? Sí, la iconografía de carretera parece fascinar a la banda más que al mismo Springsteen. De hecho, durante un pasaje del espectáculo, el escenario llega a convertirse en una estación de servicio. Y Antonio juguetea con la boquilla de un surtidor de gasolina de una forma que, consciente o no, pero igualmente hilarante, recuerda a Zoolander y sus amigos empapándose unos a otros de combustible.
No creo que a Arde Bogotá les moleste hacerte reír. Saben que a veces, como les ocurría a Héroes del Silencio, caminan por el alambre a punto de despeñarse por la autoparodia. Por ejemplo, el guitarrista Dani Sánchez luce su guitarra Gibson de doble mástil más por imagen que porque añada algo al sonido en directo de la canción (lo mismo podríamos decir de Richie Sambora en sus años en Bon Jovi, claro). Y, en fin, un cuarteto en el que tres de sus miembros lucen bigote como en un perpetuo movember ya intuirá que se convierte en blanco fácil de ironías y sarcasmos.
En ese sentido, nadie se expone más que el cantante Antonio García. Se desliza por el escenario como si caminara sobre patines en línea (en realidad lo hace sobre unos buenos tacones) y retuerce su cuerpo a la búsqueda de su propia silueta icónica. Sabe mirar a la cámara para que esta proyecte a los espectadores el melodramatismo de su interpretación. Parecen obviedades, pero cuántos cantantes se hacen pequeños cuando sienten esas cámaras y esos miles de pares de ojos apuntando en su dirección. Al cantante de Arde Bogotá no le ocurre, más bien se siente energizado por la atención. Especialmente si la brisa santanderina, como ocurrió anoche, agita su melena de la forma más fotogénica posible.

Sonido falto de potencia
El público, de resaca aún por su Semana Grande, venía con un espíritu festivo que hizo que su atención fuera intermitente, pero cantaron a pleno pulmón cuando tocaba. En su descargo, faltó una potencia y una claridad en el sonido que los atraparan durante las dos horas de concierto. Ignoro si se debe a legislaciones locales de ruido, pues el escenario, en cualquier caso, apunta hacia mar abierto y no hacia la ciudad.
Tristemente, el emplaste sónico se cebó con el septeto de cuerda que se unió a la banda en las cuatro últimas canciones antes del bis. Las pantallas mostraban a esos músicos coloreando dramáticamente cada tema, subidos a lo alto del escenario, con una luna de sangre en la pantalla detrás suyo; pero apenas escuchábamos un hilo de todo ese esfuerzo saliendo por los altavoces. Una espectadora al lado mío exclamó «ah, que hay una orquesta» cuando ya llevaban casi diez minutos sobre aquel andamiaje, significativo de la pobreza sónica y de la pérdida de atención que provocó en algunos espectadores.

Arde Bogotá se consagran como estrellas para Santander
La velada fue un éxito, en cualquier caso, gracias a que Arde Bogotá imprimen un ritmo constante -a veces frenético- a su espectáculo, y a que son casi una impresora 3D de estribillos pegadizos que sigues tarareando un día después del recital. El bis, con la concatenación de ‘Los perros’, ‘Antiaéreo’ y ‘Cariño’, puso a 15.000 espectadores extasiados a saltar.
Para Santander, fue la noche en que Arde Bogotá se consagraron como estrellas. Antes, el cuarteto había proyectado en las pantallas una foto de su actuación en la ciudad en 2022, para un aforo mucho más humilde, en el Palacio de Congresos. ¡Qué diferencia suponen tres años! Quién sabe si la próxima vez que pisen suelo cántabro no llenarán el Estadio del Racing. El tercer elepé, ya en camino, será decisivo para eso.