Seis años después, The Cult regresan con nuevo disco, el undécimo, titulado ‘Under the midnight sun’. Un muy buen trabajo, digámoslo sin rodeos, que confirma algo que vengo defendiendo desde hace ya unos lustros: Ian Astbury y Billy Duffy están haciendo sus mejores álbumes cuando nadie lo esperaba. Ahora, en pleno siglo XXI.
Y es que el combo disfrutó en los ochenta de un innegable éxito comercial, que no fueron capaces de mantener en los noventa, ni tampoco en el siglo XXI. Pero su capacidad para hacer grandes canciones mantiene a vocalista y guitarrista unidos para siempre en una madurez en perpetuo ascenso, que mantiene a su vez a su base de seguidores siempre expectante. No es un grupo agotado, como tantos otros de su generación que llenan más en sus conciertos y que no nos vamos a molestar en nombrar.
Buena prueba de ello es este ‘Under a midnight sun’ que entronca con su celebrado ‘Love‘ de 1985. No en vano, la inspiración para el título y su contenido viene de una puesta de sol durante un concierto en 1986 en Finlandia que desde entonces persigue al esotérico y espiritual vocalista. Un nuevo reinicio cuando The Cult está a punto de cumplir cuarenta años como banda.
Siempre en búsqueda, el grupo deja lejos la crudeza rock de ‘Choice of weapon’ (2012) y la pegada directa de ‘Hidden city’ (2016, producido por el afamado Bob Rock). Para ello, se aliaron durante la pandemia con el productor Tom Dalgety para abrir nuevos caminos sin dejar de ser ellos mismos. Es una frase un poco hecha, pero The Cult suenan a The Cult siempre hagan lo que hagan, e incluso aunque solo pongan una cabra en la portada como en su celebrada obra homónima de 1994 (vaya discarral aquel).
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Aquí estamos ante un trabajo profundo, denso y que, paradójicamente, es brillante en su propia oscuridad. La versátil expresividad de la voz de Ian Astbury solo conjuga a estos niveles con la heroicidad de las guitarras de Billy Duffy. Eso lo saben ambos y eso es, en última instancia, lo que tantos discos (y disputas) después les mantiene juntos: que su unión es lo único que les hace insondablemente únicos.
Un disco que empieza con un «forget what you know» solo puede ser un reinicio. Pero repite incesantemente Ian Astbury sus gritos de «love, love, love», tendiendo un puente lírico directo con aquel mencionado y exitoso álbum. Hay ecos de aquellos primeros años post punk, hay épica rock cercana al ‘Sonic Temple‘ (1989) y el ‘Ceremony‘ (1991). Hay melodrama rock como solo los mantras de Ian y la caligrafía sonora de Billy saben escribir.
Eso es exactamente lo que hacen durante los ocho cortes de un álbum que cuenta con arreglos orquestales, un poquito de electrónica por ahí e incluso algún fugaz acercamiento acústico a la bossa nova (‘Knife Through Butterfly Heart’). También hay pelotazos como ‘Give me mercy’ y guitarrazos a diestra y siniestra con sobrada maestría (‘A cut inside’). Esto es rock, queridos niños.
El tema titular es, como debe ser en la vieja escuela, el colofón y el corazón de toda esta luz que brota de la oscuridad. Toda esta música evocadora de atmósferas inabarcables que pintan en la mente del oyente multitud de imágenes. Amaneceres, acantilados, callejones, atardeceres, largos paseos nocturnos sin rumbo… cualquier cosa es posible bajo el estimulante sol de la medianoche, iluminados por el brillo del rock mayúsculo.