Josh Homme en el concierto de Queens of the Stone Age en Noches del Botánico de Madrid en 2024

Por donde pasan las Reinas de la Edad de Piedra no vuelve a crecer la hierba

Crónicas

Estoy delante de Josh Homme. A la distancia seguramente perfecta. En el maldito centro, encima de todos los cables de la P.A. Pero algo me llama. El macho cabrío te incita. Tengo una edad, me decís todos. Aprieto los puñitos. No vuelve a crecer la hierba por donde pasan las Reinas de la Edad de Piedra. Y mira que hay hierba y plantas y yedras en el Botánico. ¡Es un jardín! Queens of the Stone Age en las Noches del Botánico adelantándose a las hogueras del solsticio de verano. El placer de contemplar algo arder. Sentir en tu cuerpo los codos ajenos, el sudor, el aplastamiento. El dolor corpóreo del rock que es salvación.

Un crack en la cabeza, que no un click. Un crack. Un catacrocker. Y te dices: «padentro». Según entras te dan en el costillar derecho. ‘Mala idea’, piensas. Acto seguido te dan en el izquierdo: ‘Equilibrio’. Pues palante. No sabes cómo ha sucedido pero trastabillado acabas aplastado contra la valla mientras a tu espalda la gente baila en círculos como poco satánicos porque exige, efectivamente, ver el mundo arder en una preciosa noche de verano. Hay gente para todo. Podrían pasear por ahí con alguien de la mano. Pero eso no es suficientemente romántico para nosotros: hemos venido a tocarnos diferente.

Relacionado con Queens of the Stone Age en el Botánico

Vinimos de la Edad de Piedra, Nacimos para correr. Es posible que estemos ante el último gran grupo del rock, lo cual viene a significar de los años noventa del siglo pasado. La urgencia de ‘Little sister’ y de ‘In my head’ para empezar así lo proclama mientras el gentío se posiciona y se apalanca. Fue un concierto esencialmente perfecto, pero aún con esta presentación se le puede sacar el pero de cierto acomodamiento. Alguien de la vieja escuela me susurra al oído y me eriza el pelillo: «Es que ya casi no queda desierto aquí».

Todas las fotos son de Ricardo Rubio.

Y tiene toda la razón porque la vieja escuela sabe de donde viene todo y por eso siempre se eleva no ya sobre nuestras cabezas, sino sobre lo que sabe que estamos sintiendo. ‘Smooth sailing’ es puro groove. ‘Paper machete’ nos pone en la tesitura de si estamos ante los U2 que suenan en la cabeza de Bono (y nadie más) o el Lenny Kravitz más zzzz reiterativo. Todo bien, se me entienda. Pero hay quien opina que donde está aquel grupo, qué fue del stone rock de puta madre.

Aclarada esta disyuntiva que puede ser de cualquiera pero es nuestra, prosigamos. Por supuesto, estamos ante una banda de rock mayúscula. Musculosa, potente, sólida, sexy, sinuosa (muy sexy y sinuosa y muy macha también). Y talentosa y tocona, porque hay que ver lo que tocan. Un valor seguro a tipo fijo en tiempos de volatilidad económica, social, política, moral y musical. Almeida, tío mierda, haz algo bien por una puta vez y entrégale a Josh Homme las llaves de la ciudad para quedarnos todos fuera con él y encerraros a todos vosotros dentro mientras ponemos Queens of the Stone Age a toda hostia para tu molestia y la de tu gente. Y tiramos la llave al Manzanares donde más cubra para que no llegues.

Un Caballo de Troya de manual. Impoluto, contundente, poderoso, la fortaleza de tus días finales de retiro en un archipiélago perdido del mundanal ruido. El rock devolviéndote la vida que le diste. Saramago tuvo Lanzarote. Nosotros la urgencia del Botánico esta noche. El oasis de los mortales que enamora a Josh Homme, que parece ese toro enamorado de la luna. Porque la mira, la señala y lo comenta. Es verdad, está ahí arriba, el sol de medianoche de los 4.000 congregados. Rodeados de naturaleza coloreada de morado.

‘My God is the sun’. ‘Emotion sickness’. Por lo visto hay una pareja entre el público que se ha prometido. Josh, que está claramente feliz, ahonda en esa anécdota durante un rato. Brinda. Es divertido que proclame que «love is in the air» mientras nosotros nos pegamos debajo del escenario. Es otro tipo de amor, en esto estoy frontalmente a favor. ‘I sat by the ocean’. No os creáis que el gentío se mueve mucho. Es algo que resulta desconcertante, pero es el repertorio escogido. Sí que tengo en mi cabeza el Mad Cool 2018, cuando Josh nos arengó a saltar a la zona VIP y aquello fue un descontrol. Y el del año pasado, con un setlist tan concentradito que resultó ser una epifanía.

Quiero que se me entienda. Más allá de lo que me susurren al oído las meigas, que haberlas hailas, esto ha sido un señor bolaken. De menos a más. Muy de menos a más. De disfrutar ver a unos troncos tocar que te cagas de bien. Lisergia, se decía. Puede que el último disco, ‘In Times New Roman’, mole, pero comparativamente oye, puede que no tanto. Porque ‘The way you used to do’ es ya otra cosa. ‘Into the hollow’ revienta descomunal. Es cierto también que hay como un escalón en la pista, una línea mental: hasta aquí estamos a salvo, a partir de aquí que tengas suertecita. Yo luego vi que esa línea estaba en mi cabeza, pero no os lo quiero contar para dejar cierta magia de peli de terror.

Cuando dije que Queens of the Stone Age son sexis me refería por ejemplo a ‘Make it wit Chu’. Pero vamos, que no tenemos cinco años como para tener que expicarlo. Estamos en el pogo de una noche de verano. Ya no se hacen pogos como los de antes. Así es como solíamos hacerlo. El martillo pilón que no cesa esta noche. Todos los tinnitus del mañana. All the tomorrows parties. El martillo pilón que no cesa esta noche en el concierto es el tinnitus que te hará sonreír mañana en tu cabeza. Canciones para sordos no muertos.

Se nos va la puta bida, niño. Y nunca sabe uno. ‘No one knows’. Que mi epitafio sea un ‘lololo’. Y otro ‘lololo’. Quizás otro ‘lololo’. Se abre el suelo que todos pisamos. Algo invocamos. Desconozco el qué. Pero es tribal. El mismo ulular que me llevó al epicentro del pogo ahora me centrifuga en una vuelta infinita que quizás decida expulsarme y en la que los codos en el costado son los extraños logros que vemos reflejados en la Avenida Complutense en la que tantas cosas nos pasaron y de la que quizás nunca debimos salir. Porque allí estaba encapsulado todo lo que ahora recogemos. Que mi epitafio sea un ‘lolololo’, definitivamente. O una llamada desesperada al 112 en pleno concierto de Queens of Stone Age.

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