Todas las colas que hicimos en los conciertos

Todas las colas que hicimos en los conciertos

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Pero qué tipo de maldita mierda de vida es esta que nos roba lo más sagrado y lo convierte en la putísima enésima lucha de clases para quitarle su valor. Eso es, exactamente y cero dudas, lo que ha hecho la industria musical con la forma de vivir de todos los que estamos aquí en este momento leyendo estas palabras. Estamos leyendo estas palabras.

Se le quitan a uno las ganas de ir a un concierto random un poco grande. Ahora hay pista A, pista B, pista SU PUTA MADRE. Luego no sé qué VIP, lo otro y lo aquello para cuatro gilipollas. Gente de mierda, que la hay a expuertas, que lo último que desea es estar en ese concierto que tú ansías. Dónde demonios han quedado todas las colas que hicimos en los conciertos.

Una mañana me levanté, sin dormir apenas, a las 5AM. To palote ya. Iba a ver a U2, coño hostias. En el Vicente Calderón, en mi Carabanchel. ¿Quién podría domar una emoción así tan de caballos salvajes? No yo. Espero que nadie. Porque es humanidad pura. Hacer una putísima cola enorme para entrar a un concierto en un estadio te hace mejor ser humano.

Las zonas de precios

Como siempre me dice Jorge Arenillas, al que leéis más en conciertos que a mí porque yo, aquí donde me veis, soy padre de familia numerosa (hago niños guapérrimos), es una cuestión de clases. Un gran concierto antaño, acogía a todos. Ahora, la verdad, es que no. Las diferentes zonas de precio no es que le quiten la gracia, es que segregan.

Vuelvo. Yo, porque hablo de mí, madrugaba. No dormía. Iba de empalmada. Un basililsco de nervios. Tengo 46 años y no siento nada así ni por asomo, pero me niego a olvidarlo. Hubo muchos conciertos que nos hicieron sentir vivos, que nos dieron la vida y que nos proporcionaron una identidad de la que ahora se empieza a carecer.

U2 y Bruce

Fijarse en este detalle nada menor. No hay nada que te diferencia donde van todos los demás. Y diréis, coño, pero si tú eres de U2 y Bruce. Pues sí. Pero hasta qué jodido punto se habrá pervertido el sentimiento de pertenencia que a esos conciertos íbamos «nosotros». No había infiltrados. Ahora es de coña. Algunos habremos muerto en vida, pero coño, seguimos.

Claro que hay una comunidad de fans de U2 y Bruce Springsteen y siempre somos los mismos que no para de crecer. Eso es cojonudo. Pero bajemos una línea o pensemos en cuando ellos no estén. Es que no hay nada. Desaparece el suelo bajo nuestros pies.

Una mañana me levanté contento de cojones porque iba a ver a Guns n Roses. Era el 6 de julio de 1993. O Van Halen, santodios, el 14 de junio de 1995. Me recordaba Paloma antes cuando vimos a My Chemical Romance en el DCode. O cuando aquella última de Oasis en el Palacio de los Deportes en 2009.

Música consanguinea

La música es esencial y consecuente al torrente sanguineo. Es una putada esa. Porque para los que van es vida para enriquecerse como seres humanos y para los que esperan que vayas es vital para enriquecerse como fulanos. No es lo mismo. Qué coño va a ser lo mismo.

Que un concierto te lo curras. Que te levantas, te duchas, te tocas si hace falta. Te tiemblan las piernas. Llevas meses esperando. Necesitas la verdad revelada. Conocías a gente eterna en esas colas. Yo mantengo no pocos fans de U2. No puede ser y estoy hasta la polla ya, que todo sea dinero. Lo comprendo, pero reniego de mí mismo al decirlo. Yo madrugaba para hacer cola en mi concierto.

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