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Cuando un concierto se acaba

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Todos intuimos lo emocionante que es algo que se viene. Más o menos lo imaginas. Sea un concierto, sea un apretón loco. Hay unos segundos que parecen horas porque no se puede desear más algo.

Luego, lo que sea que estéis haciendo, explota. Y va fluyendo y está fenomenal. Pero como ya comentamos, no hay nada como ese preciso instante previo. Pero el durante es lo de menos.

Es capital tener ese instinto perturbado que te lleva al inicio. ¿Cuánto cuesta la entrada? Lo que sea. ¿Dónde hay que ir? Donde sea. Esa actitud ya es de por sí delirante en la entrega de uno mismo hacia otro.

Y mientras está ocurriendo, está bien. Es una cosa formidable. Pero de alguna manera todo está en esa salida: en ese Bono del ZOO TV, por ejemplo. En ese Bruce saliendo a pelo: ¡Hola Madrid!

Es imposible mantener esa excitación que dura apenas unos segundos pero le da sentido a todo. Casi me atrevería a decir que el durante es lo de menos: es lo menos sincero que hay en nosotros.

Nosotros somos los críos impacientes. Los niños insolentes que reclaman más cuando se acaba. Y en ese momento, cuando se acaba, es cuando estamos más solos.

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Recuerdo perfectamente varios ejemplos. Uno: en Dublín en 2009 tras ver a U2. Nos despedimos en Grafton Street porque se iba la mitad del equipo. Joder, menuda congoja me dio. No hay nada después.

¿Acaso no hay nada después más allá de un siguiente concierto cuando sea? No lo sé. Tampoco es necesariamente así. También está el típico después en el que corremos al bar más cercano a chin chin con hielos.

De manera que lo que ocurre es que lo que esperamos con tanta ansia nos abandona igual de rápido. Porque si esa excitación fuera permanente nos volveríamos aún más locos de lo que ya estamos.

Y la soledad que sentimos después de un pedazo de concierto -en ocasiones es también euforia, por supuesto- es inversamente proporcional a las ganas que le tuviéramos. Debe parecer que llevo mogollón de rato sugiriendo movidas de cama: bueno, igual se trata de eso.

Igual acudir con alguien a un concierto y compartir esas canciones es más íntimo que la definición misma de intimar. De ahí la soledad sobrevenida. Y puede ocurrir con grupos de amigos como, de hecho, ocurre.

Tengo una vieja costumbre que me apasiona: contemplar estadios vacíos después de un concierto. Y pabellones. Y salas, cuando no te barren para que entren los del rollo discoteca (esa esa otra historia).

Contemplar un campo de batalla yermo es inspirador. Porque casi puedes ver la cantidad de vidas que se han cruzado ahí. Y de entre todas las infinitas combinaciones, cada cual se lleva la que descifra. Os contemplo y me gustáis porque sois rock.

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