Hola. Soy Bryan Adams. Soy los vaqueros en los que ya no cabes. Las camisetas roídas con olor a garito en las que ya no entras. La chupa de cuero que no te cierra. La canción esa de los mosqueteros, la del verano del 69, aquella otra de Robin Hood. Soy aquella foto en tu carpeta del insti cuando todo estaba por hacer, antes de que te pusieras a escribir tu propia versión de los renglones torcidos de dios. Te pego un guitarrazo y te arreglo el lumbago. Soy tu única opción de hacer de esta una noche para recordar: tu sabrás. Soy Bryan Adams, el de Canadá, y estoy en tu ciudad, en el WiZink Center, joder, entérate ya. Puedes, por una noche quizás, caber en tus viejos vaqueros, entrar en tus camisetas roídas, que te abroche la chupa de cuero que solo te pones en primavera porque no te cierra.
Puedes, solo por esta vez y por un rato, sentir algo como todo eso. Sentirte a tu manera eterno: 18 hasta que te mueras. Esta noche somos jóvenes hasta que nos muramos. No hay ni truco ni trato. Si acaso un atraco a mano armada a tu corazón de antaño. Es el rock convertido en elixir de la eterna juventud. Por un rato más corto que largo según con qué se compare, pero generoso para un concierto: unas dos horas y cuarto. Tiempo suficiente para salir recuperado, revitalizado, con un sentimiento compartido de euforia, esa pequeña gran victoria. Bryan Adams en el WiZink Center, un lunes que de repente es sábado en la noche, el milagro de los panes convertidos en peces.
Otras crónicas de Bryan Adams
- Crónica del concierto de Bryan Adams en Illescas en 2022
- Concierto de Bryan Adams en 2022 en el WiZink Center
- Crónica de Bryan Adams en 2019 en Madrid
- Así fue el concierto de Bryan Adams en Madrid en 2016
Una patada en el culo de puro rock para recordarte que estás vivo. Ese es el mensaje de ‘Kick ass’, que es como comenzar el viaje derrapando y quemando rueda: «C’mon, spread the word, bring all your friends. C’mon, join hands and join a kick-ass rockin’ band!» Un arranque con el motor poniendo al límite las revoluciones sin contemplaciones: ‘Can’t stop this thing we started’, ‘Somebody’, ’18 till I die’. Pim pam pum. Tra tra. Trocotó. Ponga usted aquí la onomatopeya que más le guste, pero esto ya no hay quien lo pare. Los novatos se sorprenden del rodillo de riffs y la pegada de Bryan y los suyos. Los reincidentes ya sabían a lo que venían y más de uno se ha partido ya la camisa.
La escenografía es muy sencilla, apenas alardes. Un escenario bien amplio y limpito. Un sonido estupendo. Aporrea y marca el ritmo que da gusto Pat Steward en los tambores. El teclista Gary Breit adorna y rellena espacios como el mejor pegamento. El escudero del mosquetero desde el principio de los tiempos, hace ya cuarenta años, Keith Scott, confirma una máxima básica del mundo del rock: nunca defrauda un guitarrista con una Fender Stratocaster convenientemente astillada (menuda bestia parda, vaya). Curioso que Bryan Adams, todo de impoluto blanco, empieza con el bajo, pero luego lo abandona durante buena parte de la velada sin que nadie ocupe técnicamente ese puesto (que se maquilla desde las teclas) y sin que nadie lo eche en realidad de menos. Esta es la apuesta como cuarteto.
«Es que canta como en los discos»
‘Please forgive me’ nos permite escuchar la voz sin la distorsión alrededor. «Es que canta como en los discos«, escuchamos decir a una chica al final saliendo del pabellón y no miente. La voz la mantiene. También la actitud. Los 65 del canadiense son como una ensoñación a la que contribuyen los estribillos, el aura del escenario, las luces y la ausencia de primerísimos planos en las pantallas. El tiempo se detiene en cada concierto de Bryan Adams. ‘One night love affair’ es rock ochentero del bueno, puro AOR. ‘Shine a light’, un pop guitarrero acústico de vitalidad contagiosa, que busca también la inmortalidad a través del recuerdo a los seres queridos perdidos es esta noche dedicada por Bryan a «mama», a «papa» o a los «niños de Palestina«. No se acostumbra uno, ni falta que hace, a la imagen de inmensidad del WiZink Center con miles de móviles encendidos, sintiéndote tú ahí tan pequeñito en tu rinconcito.
Nadie puede parar esto que empezamos. ‘Take me back’, ‘Heaven’ (con unos nuevos arreglos más cinemáticos), ‘Go down rockin’. El habitual recuerdo a Tina Turner en ‘It’s only love’, en este caso con guiños a ‘Simply the best’ y ‘What’s love got to do with it’. ‘You belong to me’, con su acercamiento al rockabilly, convierte el pabellón en una fiesta con la gente quitándose la camiseta por petición del cantante, un momento divertido en el que el público toma protagonismo saliendo en la pantalla gigante. ‘Cloud number nine’ nos devuelve al Bryan Adams acústico en solitario, justo antes de ‘Rock and roll hell’, una de las canciones que compuso para Kiss allá por los ochenta. ‘The only thing that looks good on me is you’ mantiene el pulso de los sonidos más duros.
Como diría Tina Turner, Bryan Adams es simply the best. Better than all the rest. But it's only love and that's all pic.twitter.com/6FzIATN9Xn
— Mercadeo Pop (@mercadeopop) November 19, 2024
El concierto más grande de Bryan Adams en Madrid
‘Here I am’ a guitarra y piano inaugura el tramo oficialmente acústico. A pesar de su desnudez sin electricidad, con Bryan cantando solo con su acústica, la deliciosa melodía pop de ‘When you’re gone’ pone al gentío en pie. 15.000 personas, aforo completo, el concierto más multitudinario que ha hecho jamás el músico canadiense en Madrid, tal y como él mismo remarca agradecido (en 2022 ya tocó en un WiZink lleno, pero con sillas en la pista por cuestiones pandémicas, con lo que la cosa se quedó en 12.000. Y en 2019 también tocó en el mismo lugar, pero la taquilla quedó algo inferior). Un triunfo a la edad de la jubilación que hace justicia, pues no gozó siempre de esta popularidad por estos lares, con algunas épocas pasadas en las que costaba de más vender las entradas. Superadas las dificultades pretéritas y una vez traspasado el rubicón, Bryan Adams ya va a ser joven hasta el final.
‘Always have, always will’. El momento sentido de ‘(Everything I do) I do it for you’. Sonidos acústicos pero contundentes en ‘Back to you’ y ‘So happy it hurts’ -título de la gira y del más reciente disco-. Delirio colectivo con la vuelta de la electricidad y el volumen al once para ‘Run to you’ y ‘Summer of 69‘. El flamenco mamporrero de ‘Have you ever really loved a woman?’ corta en seco la energía desbordada que vuelve a elevarse con el cántico colectivo de ‘Cuts like a knife‘. Los que no querían beber ninguna cerveza por aquello de ser lunes ya hace rato que van por la cuarta o la quinta, ese tipo de despreocupación. Pero la cosa se va acabando a ritmo de baladón con ‘Straight from the heart’ y Bryan Adams de nuevo solo con la guitarra acústica para entonar, tristemente sin Rod Stewart y Sting (vaya), ‘All for love‘. Un momento bonito, extrañamente íntimo, con el cantante dando la espalda al gentío para mirarle a través de la pantalla gigante del fondo.
Está prohibido envejecer
Superadas con holgura las dos horas, el fin de fiesta lo pone la versión a piñón de rock discotequero de ‘Can’t take my eyes off you‘, original de Frankie Vallie reinterpretada incontables veces por artistas de lo más dispares. Nadie quiere que se enciendan las luces del garito, nadie quiere volver a la cruda realidad ni que el tiempo vuelva de nuevo, inexorable, a galopar. Pero se encienden, claro. No pasa nada, es ley de vida, alguna vez habrá que volver a casa, pero al menos reconforta ver las caras sonrientes de todos los que abandonan el WiZink Center. Puede que lo de salir rejuvenecido sea solo un lindo espejismo, pero uno siempre sale satisfecho y contento de un concierto de Bryan Adams, porque mientras dura está prohibido envejecer. Y eso, queridos niños, tiene siempre un puntito de volver donde uno fue feliz y sentirse eternamente joven.