Alice Cooper (2019) Palacio Vistalegre. Madrid

Crónicas

Alice Cooper en Madrid: No queremos ser como los demás


Si hay algo que hace relevante a Alice Cooper es que es único. Que nunca quiso ser como los demás porque la uniformidad es un coñazo insoportable -algo que sin duda aprendió a modular gracias a amistades inimitables como Groucho Marx, Eugenio Salvador Dalí o Frank Zappa-. Eso es lo que le mantiene vivito y coleando más de medio siglo después. Y a tenor de lo visto en la noche de este sábado en el Palacio Vistalegre, con buena salud y solvente tirón popular.


No en vano, en el pabellón carabanchelero se congregan unas 8.000 personas -de un aforo total de 12.000-. Una cifra más que respetable y que reconfirma por enésima vez la fidelidad del público rockero hacia sus grandes iconos. Y Alice Cooper, nacido Vincent Fournier en Detroit en 1948, lo es. De hecho, sigue siendo un nombre imprescindible de la cultura popular de nuestro tiempo, a pesar de que sus grandes obras daten de hace ya varios lustros. Y justo por eso, 8.000 personas no son en absoluto poca cosa.


Noche de rock en el barrio, en definitiva. Muchas camisetas negras, muchas cervezas, mucha celebración en los bares. Es momento de batallitas, de recordar, de sacar galones por haber perdido la cuenta de los conciertos vividos en el pasado. Nueve años después de última visita a Madrid, este sábado 7 de septiembre pertenece al golfista Vincent, que por un tiempo guarda sus palos de golf y vuelve a recorrer Europa para alegría y alboroto de los parroquianos.


El ambientazo imperante nos lleva irremediablemente a perdernos a Black Stone Cherry como teloneros, pero a la hora señalada estamos como clavos. Y con puntualidad de Michigan, empieza la movida ya tirando alto con ‘Feed my Frankenstein’ y ‘No more Mr Nice Guy’. Dos de los grandes clásicos de Alice Cooper, quien domina el escenario paseándose aquí y allá sabiéndose carismático y magnético. Interpretando su ya milenario personaje.




El sonido es razonablemente salvable teniendo en cuenta que la hostilidad de Vistalegre es por todos conocida -aunque siempre hay quien niega la mayor y se enroca en que hay que demoler el pabellón-. La banda es, claro, eficaz y rotunda, con la guitarrista Nita Strauss llegando incluso a robar un alto porcentaje de las miradas al mismísimo maestro de ceremonias de la velada.


Alice disfruta interpretando. No en vano, lo suyo es más que rock: Lo suyo es puro teatro. Espadachín, con chistera, con bastón, con muleta, cambiándose de camisa y cazadora cuando toca, timonel de barco pirata… Una puesta en escena que ayuda a agigantar el impacto de canciones como ‘I’m eighteen’ o ‘Poison’ que, en cualquier caso, se defienden por sí mismas puesto que son coreadas con vehemencia por el público.


El punto culminante de este ‘shock rock’ es el relato construido durante ‘Steven’, ‘Dead babies’ y ‘I love the dead’, cuando el vocalista, tras quitarse una camisa de fuerza, intenta practicar sus dotes como carnicero con un bebé pero termina él mismo guillotinado entre aullidos y aplausos. Luego una enfermera pasea su cabeza entre vítores del público y ante un océano de teléfonos registrando una escena que aún siendo conocida y esperada, siempre es efectiva.


‘Teenage Frankenstein’ finiquita el tramo principal del concierto y da paso a unos bises festivos con la pegadiza ‘Under my wheels’ y el cierre con puños en alto de ‘School’s out’, muy pertinentemente unido al ‘Another brick on the wall’ de Pink Floyd. Un colofón que deja un buen sabor de boca a tenor de la sonrisa generalizada de todos los que abandonan el recinto tras hora y media de función.


Y es que lo de Alice Cooper sigue siendo infalible, principalmente gracias a un buen puñado de himnos atemporales del rock, de esos de estribillo vivaracho y contagioso. La puesta en escena, la interpretación, la tramoya, lo hace aún más especial para apuntalar la idea de que la uniformidad es una puta mierda. En tiempos de lo políticamente correcto y los malditos ofendiditos de las redes sociales, este viejo rockero de 71 años personifica el triunfo del diferente, del freak, del que rompe la norma y va más allá. Porque, en definitiva, Alice, ya lo sabes, no queremos ser como los demás y lo que piensen los demás nos da absolutamente igual. Esto es rocanrol.

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