Si de algo va el rock es de incinerarse en vida, y Kitai es al mismo tiempo la chispa que inicia el fuego y la antorcha que sin control lo propaga. Una banda que lleva el ‘no surrender’ en el adn y que nos pone a todos a brincar alrededor de su hoguera. Así ha sido esta noche de loco viernes en la sala en los bajos del Movistar Arena, hasta la bandera con 800 personas en el lado correcto de la historia, al mismo tiempo que Dani Martín congregaba a otras 15.000 casi sobre nuestras cabezas. Allá cada cual.

Arranca etapa Kitai con Kenya Saiz como nueva cantante. Un torbellino (me vais a perdonar la comparación tonta, pero ya quisiera sin ir más lejos Olivia Rodrigo llevar esta furia rockera dentro) que aporta una energía inédita a una de las bandas más consistentes y solventes musicalmente del rock español. Porque, madre mía, lo que tocan Deivhook, Fabio y Edu (con la suma ganadora de Juanka como segundo guitarrista). No en vano, me apetece recordarlo, Deivhook a la batería y Fabio en el bajo son la base rítmica en directo de Funzo & Baby Loud y de Natos y Waor. Y es que es normal, pues no hay dupla igual.
Una gran noche de rock con Kitai
‘Me puse a cantar yo’ como declaración de intenciones de apertura con Kenya tomando ya el protagonismo de ‘frontwoman con pelotas’ que hace falta para ponerse al frente de estos otro cuatro tipos. ‘Pero sí pero no’. ‘El bar de siempre’. ‘Ya está’. Un primer bloque contundente pero un tanto estático pues, no en vano, banda y público se están conociendo y eso siempre marca una mínima barrera, aunque puedas perfectamente visualizar que la cosa va a funcionar.
De hecho, poco a poco va a más y el personal se va desatando con la segunda ronda. ‘Todo me da igual’ como grito de guerra para lo que cada cual quiera. ‘Zombie’ acelera el pulso con ‘Bicho malo’. ‘Tú y yo no somos amigos’ es la verdad incómoda que tantas veces apetece gritar. Despelote importante con ‘Riviera Maya’ y remate energético con ‘Quierote’. Ya sí. La batería de Deiv, que empuja desde el fondo literalmente trotando feliz sobre su taburete, se mueve tanto que alguien debería lanzar una alerta meteorológica por peligro de derrumbe.
Kitai nunca se fue
Kitai no ha vuelto porque nunca se fue, pero Kitai sigue porque les va la vida en ello. O te sumas o te llevan por delante. Son tu puta banda de rock porque representan como ninguna otra lo largo, duro y difícil que esto de dedicarse a la música. Esto de vivir, en definitiva. Fabio, Edu, Kenya, Deiv y Juanka se miran, se sonríen, se tocan unos a otros. Son transparentes en su entrega y su alegría por verse de nuevo en el escenario después haber batallado tanto es obviamente genuina. Porque esta es su única opción, no hay plan-b y porque, seguramente, en no pocos momentos sintieron que no volverían a hacerlo.
Porque es bien complicado superar la marcha de un cantante tan carismático como nuestro por todos queridísimo Álex, pero esta noche está volviendo a ocurrir. Y eso es inspirador en sí mismo. Recuerda Deivhook que justo siete años atrás estaba Kitai batiendo el récord Guinness de tocar 24 horas seguidas en la Sala El Sol. Y yo subo la apuesta, pues hace exactamente diez años y un día (parece una condena, pero es una bendición) estábamos viendo a Kitai en la misma Sala El Sol, cuando nos enteremos de lo que había pasado en Bataclán. Una sensación rara de pavor nos recorrió a todos e hizo de nuestro concierto algo especialmente vitalista y veraz por purito efecto rebote.
Alegría y alboroto
No sabe nunca uno donde demonios se va a encontrar dentro de una década, si acaso no se perdió por el camino y ya solo es recuerdo para algunos, unos pocos. Pero se acaba el flashback porque estamos aquí, está pasando de nuevo. Kitai vive a través de nosotros y nos presenta una nueva canción, ‘El dorado’, que habla de perseguir los sueños pese a todo. Exactamente es eso. Desmelenamiento generalizado ya desde hace un rato, pero se viene el desparrame definitivo con ‘Cocodrilo’, ‘De algo hay que morirse’ y ‘Telaraña’ con Funzo como invitado especial de la velada.
Kenya se baja del escenario, se adentra entre el público, organiza un ‘pogo de chicas’ que acto seguido se expande hasta el último confín. Alegría y alboroto. ‘Salir a morir o no salir’ es un viejo mantra que revive cada noche en cada concierto. Con los amplis al 11, los vúmetros al rojo o casi con cubos y cacerolas, el caso es liarla, así que entre el público tocan Deiv con una pequeña batería a la que se sube Kenya ‘Los hijos de Lydia Bosch’. Desde lo más sencillo a lo más complejo, Kitai en estado puro rematando con ‘Hasta que duela la noche’ y el personal pidiendo más.
Y es que en algún momento se rompió la noche, irrumpió como un torrente la confianza y las mínimas reservas iniciales se convirtieron en certezas. El mundo es un lugar mejor con Kitai entre nosotros. Porque Kitai es la única banda capaz de pedirte perdón por estar sudados al entrar a saludarles al camerino después de hora y media de concierto entregado. Ese es el tipo de banda humilde pero extremadamente convincente que es Kitai. Después de tanta lucha, es momento de que reciban lo que merecen. El año que viene participan en el Benidorm Fest y, si no ganan, saldré a la calle a rayar coches aleatoriamente. Avisados quedáis.

