Crónica del último concierto de la carrera de Joaquín Sabina, celebrado el domingo 30 de noviembre de 2025 en el Movistar Arena de Madrid

Joaquín Sabina dice adiós en Madrid y el mundo ya es un poquito peor: «Es el concierto más importante de mi vida»

Crónicas

Canta Joaquín Sabina en una de sus canciones más recientes que las tardes de domingo siempre acaban mal. Es verdad que los domingos tienen un punto siempre culminante, pero a veces acaban, por lo menos, regular. Algunas, seguramente las menos, incluso, fenomenal. Fue la del 30 de noviembre de 2025 una de esas, de las menos, de las especialmente importantes como cita definitiva no ya de una gira, sino toda una vida.

Crónica publicada originalmente en infoLibre.

Porque llegaba Joaquín Sabina al Palacio de los Deportes de Madrid por décima vez en esta su última gira, llamada Hola y adiós. Y lo explica mejor, claro, él: «Esta gira esta noche ya se llama solo adiós. Un adiós enormemente agradecido porque yo he ido viendo al viajar cómo han viajado y crecido mis canciones y yo con ellas, y cómo han conseguido de un modo misterioso colarse en la memoria sentimental de varias generaciones. Todo eso tengo que agradecéroslo a vosotros. Sin vosotros las canciones no existen».

Fotos de Ricardo Rubio.

Ovación de gala ante estas palabras, claro. Ovación de gala nada más salir al escenario, de hecho, bombín en mano en señal de respeto al respetable. 12.000 personas respetables con todo vendido en una velada de esas que podemos llamar histórica. Porque para la historia queda. Yo me bajo en Atocha para empezar, lo cual no deja de tener su gracia, porque algo empieza mientras el que canta se baja. Como si todo lo que pasara a partir de ese momento no le perteneciera y lo contemplara él mismo desde la distancia que da estar sentado en el centro del escenario. Curiosa distancia.

Lágrimas de mármol. Lo niego todo. Mentiras piadosas. Ahora… Calle Melancolía. Menudo festín es 19 días y 500 noches, una de esas canciones que detienen el tiempo y que cantarán las futuras generaciones incluso sin saber quién en vida la cantaba. Semejante premio. Y venga aplausos, y venga a cantar, y venga arriba todo el mundo de sus asientos. «Gracias a todos por esta gira que yo sabía que era la última, así que este concierto en Madrid es el último y por lo tanto el más importante de mi vida, porque lo recordaré en los próximos años con mucha emoción», confiesa Joaquín.

¿Quién me ha robado el mes de abril? Sonaba tanto esta en mi casa allá por los últimos ochenta. Tan de un mundo que ya no está pero que vuelve a estar durante cuatro minutos esta noche. Tal es el poder de las canciones. Emoción a raudales antes del momento rock de Más de cien mentiras, presentación de la banda incluida. Y toma la voz Mara Barros para cantar Camas vacías y luego Jaime Asúa para pisar el acelerador con Pacto entre caballeros.

Diríase que tiene la firme intención Joaquín, una vez ya dicho lo dicho, de que este sea un concierto más de la gira. No necesariamente especial, aun obviamente siéndolo. Y se nota en el ambiente, quiera o no, pues los aplausos parecen sonar de una manera diferente. Hay reconocimiento, hay celebración, hay júbilo. La despedida de los valientes que se van siendo lo que son, sin más pompa que la estrictamente pertinente.

Aunque sí es verdad también que mira Joaquín al horizonte y sonríe diferente. Es la última, pardiez. De purísima y oro, Peces de ciudad, Una canción para la Magdalena de nuevo con Mara a dúo. Por el bulevar de los sueños rotos. Títulos que, así escritos, pueden retumbar con el eco del vacío para los impíos, pero que evocan no pocas vidas para los ya iniciados. Esos que se levantan al término de cada tema, que alzan los brazos, que se abrazan, que corean.

Y sin embargo. Jo. Noches de boda y Nos dieron las diez, así seguidas. Guau. Jo. Jo, porque se acaba, ya estamos en los bises. Y se acaba todo. La canción más hermosa del mundo, cantada por Antonio García de Diego. Tan joven y tan viejo es todo un maldito manifiesto. 76 tiene Joaquín, que se dice pronto, y ahí está, cantando estupendo, tocando la guitarra cuando efectivamente toca. Las despedidas no son necesariamente tristes, esa es una tontería mayúscula, porque siempre algo queda del que se va. Y, en el caso de Sabina, quedan todas las canciones.

Contigo, por ejemplo. Hay quien se rompe la camisa por ahí de puro ardor. Pero ojo, que se viene el rock de estadio para terminar con Princesa y todos los presentes trotando. Dos horas de despedida no es poca cosa. Esperan los presentes algo más, algo para contar a los suyos, pero no hay más, aparte de un último giro de Joaquín para contemplar, si acaso fugazmente y ampliamente sonriente, el fruto de su obra. Que no es otro, una vez desgranado el repertorio, que el aplauso en pie unánime de un palacio de los deportes hasta la bandera. Así, como si tal cosa. Hola y adiós.

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