Bruce Springsteen & The E Street Band (2016) Rock in Rio Lisboa

Crónicas

Rock in Rio Lisboa pide perdón a las víctimas y entrega las armas a Bruce Springsteen

Lugar: Parque da Bela Vista. Lisboa
Fecha: 19 mayo 2016
Asistencia: 67.000 personas
Precio: 72,80 euros
Músicos: Bruce Frederick Joseph Springsteen Zirilli (voz, guitarras y armónica), Garry Tallent (bajista), Max Weimberg (baterista), Roy Bittan (piano y sintetizador), Steve van Zandt (guitarras, mandolina y coros), Nils Lofgren (guitarras y coros), Soozie Tyrell (violín y coros), Charles Giordano (teclados y órgano), Jake Clemons (saxo)…

Los caminos de Rock in Rio son inescrutables. Ya sea en Brasil, en Estados Unidos, en España (donde no cuajó) o en Portugal, pareciera claro que la música es lo más importante, pero surgen dudas al respecto ya antes de adentrarse en esta ciudad musical construída a mayor gloria de decenas de marcas comerciales que difunden su mensaje con aún más contundencia que la música que no deja de atronar ni un instante desde los todos los rincones.

Y el público, aparentemente encantado, deambula de un lado a otro exponiéndose a un acoso publicitario extremo que le lleva, por ejemplo, a esperar 30, 45, 60 o los minutos que hagan falta para conseguir un sofá hinchable rojo de una conocida marca de telefonía móvil. Y colecciona folletos, y se lanza por la tirolina, y se monta en la noria, y entra en el juego con inquietante desparpajo, quizás sin saberse rehén de una mercadotecnia que, aunque es verdad que está presente en todos los festivales, en Rock in Rio se multiplica exponencialmente.

La organización vende el festival como una experiencia que va más allá de la música, pero tal vez sea ese precisamente uno de los motivos por el que en España no se asentó a medio plazo. El acoso consumista llega hasta al extremo de que el festival tenga su propia tienda Fnac para vender (alguno caerá) discos de los artistas participantes y algunos otros. Y vaya por delante que si el público que paga la entrada lo disfruta, en realidad no hay nada que reprochar. Pero chirriar, chirría.

Y bueno, la música, ah sí, eso. No es que resulte complicado centrarse en ella si ese es tu interés, pero desde luego es fácil despistarse. Pero ahí aparecieron Black Lips al final de la tarde para poner algo de cordura a la propuesta en un escenario secundario que degustó su frenesí con la necesidad de quien ansía algo que llevarse a la boca entre tanta vorágine. Y cuando mejor estaban comenzaron los galeses Stereophonics en el escenario principal y les robaron la cartera.

Stereophonics son uno de esos grupos que en algún momento estuvieron cerca de la Champions League pero, oh recodo inesperado, se quedaron en la Europa League. Y aunque muchos les habían perdido la pista, huelga decir que en vivo siguen siendo una garantía de buen rock para todos los públicos, con algunos momentos notables como ‘Local boy in the photograph’, ‘Maybe tomorrow’, ‘White lies’, ‘Graffiti on the train’ y la soberbia ‘Dakota’.

A los de Kelly Jones les costó hacerse con el gran gentío, algo que sí consiguieron sin aparente esfuerzo Xutos & Pontapés, héroes locales que en España vendrían a ser algo así como una mezcla de Reincidentes, Marea y Platero y Tú. Ciertamente curioso y enriquecedor formar parte de una masa que venera y corea a un grupo del que tu apenas habías oído media docena de temas ocasionalmente sin darle más importancia. En Portugal son clásicos totales y su tirón hizo que incluso los más despistados se centraran totalmente en la música.

Durante su concierto, este que escribe se dedicó más bien a observar a la muchedumbre y a mirar el reloj, pues tres años son demasiados años sin la pertinente ración despreocupadamente rejuvenecedora de Bruce Springsteen & The E Street Band. Porque angustia demasiado la necesidad de volver a sentirse como un niño confiado, liberado durante unas horas del atormentado miedo a vivir que todo lo oprime y todo lo condiciona.

Y la celebración de la vida a través de la música llega a siete minutos de la medianoche cuando sin demasiada ceremonia comienzan a desfilar los músicos, con Bruce en último lugar, sin tiempo que perder para encadenar un comienzo matador con ‘Badlands’, ‘No surrender’ y ‘My love will not let you down’ ante un mar de brazos alzados en busca del maná que dicen los más preclaros que cae del cielo. Y yo personalmente, solo por estar ahí otra vez, vuelvo a sentir la vulnerabilidad del que se deja las uñas tratando de agarrar la vida que pasa y pasará. Agitación, impresión, conmoción.

Llega después el empacho de teclados en ‘Cover me’ y la densa intensidad de ‘Darkness on the edge of town’, antes de que ‘Hungry Heart’ ponga a corear a los 67.000 asistentes que pueblan el Parque da Bela Vista, mientras el maestro de ceremonias se adentra entre el público con su habitual colección de sonrisas, carantoñas y efectivos gestos de complicidad, agigantados para el resto de mortales a través de las enormes pantallas que están a ambos lados del mastodóntico escenario y también repartidas por diversos puntos del perímetro consumista del rock.

Quien haya degustado a la E Street Band en varias ocasiones habrá notado ya a estas alturas que no están especialmente finos esta noche, a pesar de lo cual, seamos claros, siguen siendo una garantía absoluta de calidad difícilmente igualable en conciertos de esta envergadura (y más pequeños también, qué demonios). Pero cogen ritmo con esa dupla ganadora que es ‘The promised land’ y ‘Out in the street’, que precede a un tramo más plúmbeo integrado por ‘Downbound train’, ‘I’m on fire’ y ‘Atlantic city’.

A estas alturas queda claro que eso de llamar a la gira The River Tour para celebrar el 35 aniversario de dicho disco ha perdido todo el sentido, al menos esta noche. Porque mientras que en Estados Unidos la propuesta ha consistido en interpretarlo completo y en el mismo orden, en Europa eso se ha difuminado hasta llegar al desconcierto más absoluto en Rock in Rio Lisboa. Ya pasó en las primeras fechas de la gira europea en Barcelona y San Sebastián, pero en menor medida que en esta tercera acometida en la que solo sonaron tres canciones de ‘The River’ (1980) y… nueve de ‘Born in the USA’ (1984).

FOTO DE ROCK IN RIO LISBOA

Pero es que a ver, si quieres disfrutar de verdad de alguno de tus artistas favoritos, los festivales no son el lugar adecuado. Porque incluso Bruce Springsteen opta por no arriesgar y plantear un repertorio de 27 canciones en el que 25 son anteriores a 1984 (su época dorada, pues). Solo estos datos ya sirven para afirmar con rotundidad que el fan se va a sentir razonablemente decepcionado al tener canciones mil veces interpretadas, mientras que el ‘casual’ que pasaba por allí se va a ir a casa bastante más satisfecho. No parece justo pero tampoco se puede culpar al músico de querer satisfacer a la mayoría… aunque el gran público no siempre tiene la razón, gracias a Dios.

Pero no nos desviemos, pues ahora toca el enésimo baño de masas con ‘Darlington County’ y ‘Working on the Highway’ (otras dos de Born in the USA, correcto), antes del soplo de aire fresco de ‘Johnny 99’ y el momento de intensidad que da algo de sentido a la propuesta, con ‘The River’ coreada con el puño apretado por buena parte de la concurrencia. Y acto seguido la muy robusta ‘Because the night’ enchufa sobremanera al personal y es rematada con la maestría habitual de Nils Lofgren en el solo final, que da paso al gospel-rock-de-estadio de ‘Spirit in the night’.

Sorpresivamente viajamos hasta el siglo XXI con ‘Lonesome day’ y ‘The rising’, los dos temas más modernos del repertorio de la velada, ambos de 2002, que dan paso a la traca final con la emocional ‘Thunder road’, la avasalladora ‘Born in the USA’ (vaya teclados potentes de Roy Bittan y Charles Giordano) y la grandilocuencia de ‘Born to Run’. La partida está ganada y Rock in Rio Lisboa hace tiempo que se rindió.


Eso sí, el hecho de estar en un festival y tener que recortar nada menos que una hora del repertorio habitual (la cosa queda aquí en 160 minutos de nada) parece que tiene agobiados a los músicos pues los temas se encadenan con excesiva velocidad, casi sin tiempo para digerirlos, algo que tiene un poco loco al baterista Max Weimberg (también conocido como Florentino Pérez), auténtico y prodigioso motor del grupo, quien a pesar de todo no tiene mayor problema en adaptarse y seguir aporreando sus tambores con la violencia habitual, desde la primera a la única canción.

Y con el público aún aplaudiendo y coreando ‘Born to Run’ entramos en la festividad de ‘Glory days’, que da paso después al trote de ‘Dancing in the dark’, apuntalado después por la ampulosidad espiritual de ‘Tenth Avenue Freeze-Out’ (en la que disfrutamos con sonrisas pícaras del enésimo error del grupo en esta velada en determinados pasajes extrañamente errática). Con prisa por tocar todo lo que quieren tocar antes de que les echen, llega la celebración final con ‘Twist and Shout’ y ‘La Bamba’.

Esto se acaba y la E Street se marcha. Pero en el escenario se queda Springsteen, quien, por cierto, pareciera que en la madurez ha aprendido al fin a dosificar sus energías (algo comprensible y, de nuevo, imperceptible para el ojo no entrenado). Y lo dicho, para el final queda la introspección acústica de ‘This hard land’ mientras la maquinaria humeante va enfriándose a la espera de la siguiente ocasión.

Y detrás del escenario, el ente Rock in Rio Lisboa pide perdón a las víctimas de su violencia mercadotécnica y entrega las armas a Bruce Springsteen y sus compinches en señal de buena voluntad. Porque el de New Jersey representa el rock veraz que nos libera del miedo a vivir. Y porque eso consigue incluso la marca Rock in Rio prometa que a partir de ahora el amor al arte, de verdad, va a ser su única razón de ser. Es algo imposible, evidentemente, pero todos necesitamos una razón para creer en un mundo mejor. Al menos durante 2 horas y 40 minutos portugueses.

¡Dentro de 25 horas más y mejor en Madrid!

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