Andrés Calamaro: «Siempre hay música que está de moda, pero hay que reivindicar al rock como más que música»

Entrevistas

Calamaro: Hay que querer conseguir por qué vivir


Andrés Calamaro (Buenos Aires, 1961) está de vuelta con Cargar la Suerte (Universal Music, 2018), un nuevo álbum de estudio con doce canciones que suponen también su regreso al rock de autor marca de la casa, ese de guitarras potentes y versos derramados con incontenible pulsión lírica.


Con dirección técnica de Gustavo Borner y arreglos de Germán Wiedemer -con quien firma diez de las doce canciones-, Cargar la Suerte es la continuación de Bohemio (2013), pues aunque entre medias el argentino lanzara Romaphonic Sessions y Volumen 11, se refiere a ellos como discos «más pequeños, no de repertorio».


«¡Suena musculoso!», afirma Calamaro a Mercadeo Pop, entusiasmado por este nuevo álbum en el que hay pop rock, rock duro, soul, baladas intensas e incluso un acercamiento al hip hop en Las rimas, el quinto corte. «Esa letra llevaba meses escrita y el sonido posible del disco no era el de ‘tradicionales beats eléctricos para cantar rimas’. Sinceramente pedí cantar esta letra sobre los instrumentos de otra canción, en un tempo mas lento que el ‘tempo genérico’ homologado para cantar este ‘rap intruso’. Me gusta esta letra y la dinámica de la canción es heroica», explica el músico.


El sonido general del álbum es, en cualquier caso, de rock con todas las letras y en mayúsculas. «Rock con velocidad sin llegar a ser metal trepidante» incluso, en canciones como Siete vidas, porque «el rock también es velocidad y guitarras podridas». Eso sí, aclara el bonaerense que él es «respetuoso con la liturgia de los géneros», puesto que no es «un artista de hip hop ni de metal». «No tengo suficientes cualidades. Hago lo que puedo», concede.


«Supongo que lo que hacemos es rock de autor o de autores», apunta, para luego profundizar: «Queríamos grabar un disco con solos en casi todas las canciones, lo estaba deseando. La guitarra solista es fundamental en nuestros conciertos, pero había dejado de ser imprescindible en los discos. Creo que el momento solista es necesario, es una parte importante en una canción de rock».


Defiende Calamaro en este punto la vigencia del rock, género que «siempre vive y siempre está vivo». «Además, la música no responde a la actualidad como necesidad o imperativo. El rock grabado en 1971 también sigue vivo. No creo que la actualidad urgente sea la única lente para contemplar al rock. Pero está vivo, las grandes bandas de rock llenan estadios en todo el mundo», resalta.


Y aún prosigue desarrollando la idea un poquito más al plantear que siempre «hay música que está de moda», pero al mismo tiempo «hay que reivindicar la música buena y al rock como más que música». Se detiene en este punto un instante, y remata: «El rock es nuestra ‘Cultura de rock’. Literatura, cine, estéticas, subgéneros, sustancias y diferentes formas de hacer y escribir el rock como la vida. Personalmente, no me siento ofendido con los ritmos de moda, aunque reconozco una tendencia masiva a lo genérico».


«Mis buenos amigos confiaban en mi para grabar un disco importante ahora», revela Calamaro, quien destaca su asociación con Germán Wiedemer para la letra y la música. Así, apunta que tras cantar las maquetas pensaron que tenían entre manos un repertorio que «se podía grabar como «disco bueno» en una época en la que «el destino de la mayoría de los discos es la indiferencia», pues «cuestiones culturales y comunicacionales cambiaron a un ritmo frenético».


GRABADO EN CUATRO DÍAS


Cargar la suerte fue grabado en los estudios Sphere de Burbank (California) e Igloo Music en Madrid, con letras escritas tanto en la capital española como en Buenos Aires durante el último año. Y entre la nómina de músicos, aparte del propio Calamaro y Wiedemer, ilustres como el batería Aaron Sterling, el guitarrista Rich Hinman o el saxo tenor Brandon Field, todos ellos escogidos por Gustavo Borner.


«El disco tiene garantía californiana», remarca el argentino, quien explica que no grabaron «más que dos guitarras, los teclados necesarios, un bajo y una batería, además de ambiciosos arreglos de partitura en algunas canciones». «Todo con los mismos músicos. Contrastamos el repertorio y cada cuestión propia de la grabación, y cuando nos pusimos de acuerdo con todo, grabamos el disco en cuatro días. Lógicamente, había estudiado a estos músicos que fueron generosos y tenaces en la grabación del disco», señala.


Y aún apostilla: «Se puede grabar un disco en cuatro días o en cuatro meses. Se trata de querer y de poder. Nunca ensayamos pero llevamos guías y partituras. Por otro lado, para este disco escribí casi todas las letras primero. Algunas hasta un año antes de grabar. A veces escribía y enviaba inmediatamente la letra fresca a Germán para que encontrara soluciones musicales de inspiración».


Aparte del primer single, Verdades afiladas -«yo no sé mentir, pero tampoco me encuentro en la necesidad de ir divulgando verdades todo el tiempo», plantea Calamaro sobre su contenido-, otra canción capital en el álbum es la balada creciente Cuarteles de invierno, en la que habla el artista sobre «las temporadas después de terminar un disco o una gira, esos meses sin compromisos con tiempo para todo».


«LAS CANCIONES NO SON UN REFUGIO SEGURO»


«Las canciones no son un refugio seguro porque hay que salir a cantarlas. La música demostró ser un oficio peligroso», lanza acto seguido hilando con esa idea de necesaria retirada tras la batalla a los cuarteles de invierno, canción en la que canta ‘Me vuelvo echando de menos algunos amigos buenos y además las pequeñas grandes cosas’.


A este respecto, detalla: «Las pequeñas cosas también son grandes. Algunas además hay que pagarlas. Me gusta envolverme en discos y escuchar música, caminar al entrenamiento de boxeo, comprar la verdura y el pollo, cocinar. Supongo que estas son mis pequeñas grandes cosas. Y alguna otra más que ahora mismo estoy callando».


Falso LV (Louis Vuitton) es otro puñetazo en la mesa con versos como ‘la revoluti ya no es lo que era, sin guillotina no hay revolución’. ¿No hay otra manera?: «¿Las cosas ya cambiaron. Los cambios tampoco dependen de nosotros, cada uno de estos ‘cambios profundos’ se contemplan como negocios empresariales y a ese baile nunca nos invitan. Vivimos en una época diferente. Una nueva cultura, tecnológica y digital. Este ámbito ya afecta casi todo. Por otra parte, y en otros términos, existen diferentes revoluciones en marcha, algunas de las cuales se nos presentan como innecesarias o delirantes. Otras urgentes».


En el noveno corte, My Mafia, hay referencias a sus amigos bandidos, lo que lleva directamente a hablar de la situación sociopolítica tanto en Argentina como en España. «Lo único que tenemos en común es padecer a la clase política», sentencia, para luego agregar: «La recesión en Argentina es algo que escapa a la imaginación del mas pringado de los españoles. En España se vive de lujo, la comida es barata y muy buena, los precios no suben todos los meses, los poderes son independientes. Hay una estabilidad jurídica y económica que en Argentina ya no podemos siquiera soñar. Buenos Aires es una ciudad peligrosa».


El duodécimo y último corte del álbum, Voy a volver, termina a su vez con una idea que parece recorrer en realidad toda la obra de Andrés Calamaro: ‘Hay que poder, hay que saber, hay que querer conseguir porque vivir’. Agradece el argentino el elogio de acabar un disco lanzando esa idea y recoge el guante: «Por lo visto me corresponde escribir para los que echamos raíces en los aeropuertos. Todos tenemos fecha de caducidad, algunos tenemos siempre un pasaje de vuelta hacia alguna parte. No sabemos si vamos o venimos».

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