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Andrés Calamaro (2022) WiZink Center. Madrid

Crónicas

Sale Calamaro al escenario del WiZink Center entre vítores. Pero él va como si tal cosa, haciendo el paseíllo con calma junto a sus músicos, pasando de cualquier tipo de efectismo propio de las grandes citas musicales. Se acerca al micrófono y lo primero que dice es «el teléfono sin flash«. Podría haber dicho cualquier cosa más al uso, pero no. Y es que tiene uno con Andrés siempre la sensación de que puede ocurrir cualquier cosa. Literalmente. Y está bien así, pues genera una energía de lo más incierta. Él, tan taurino, no es el torero: es el toro.

Se arranca, entre cierto desconcierto generalizado, con un ‘Bohemio’ de lo más crooner, para saltar desde ahí al rock comunal de ‘Cuando no estás’. La hinchada tiene ganas, así que ya estaría. Pero no va a ser tan fácil. «No me molesta el teléfono, me molesta la luz«, insiste. Se cruza de brazos mirando con pose desafiantemente impaciente a los más de 8.000 asistentes. «Estamos esperando. Se me fueron las ganas». Se presiente la tragedia, esto pinta a espantá memorable. Energía incierta, decíamos, a lo Axl Rose en los noventa. El público aúlla y salta y pita. Todo a la vez. En este instante que se hace eterno puede ocurrir cualquier cosa. Literalmente.

Se decide a continuar. Esquivamos el accidente, salimos ilesos. Vuelve la música con ‘Verdades afiladas’ y luego constatamos que la moneda no cayó por el lado de la soledad porque aquí estamos cantando ‘Crímenes perfectos’. Sigue pareciendo molesto, algo hierático parapetado tras sus gafas de sol de aviador. Cantando fenomenal, por cierto. Está en buena forma y le acompaña una banda de rock eficaz y pertinaz. Con ‘Me arde’ se intensifica el lololo, perpetuado con la electricidad de ‘All u need is pop’. El montaje escénico es parco de tan sencillo, pero el repertorio contundente, la banda terminante y el sonido concluyente.

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No está hablador y todos sabemos por qué pero, aún así, hay quien sigue utilizando el dichoso flash. Canta con una mano en el bolsillo del pantalón. Parece una faena de aliño, pero tira de oficio. Da un pase de ‘Media verónica’ del lado de la lírica torrencial y luego otro más bombonero y de grada futbolera con ‘Rehenes’. Otro pase de medio tiempo con la melancolía noctámbula de ‘Los aviones’ y remate a puerta vacía con el gol decisivo de ‘Maradona’. Se desata la fiesta, hay bufandas y camisetas de Argentina con el número 10 al viento. Seguimos con la dualidad pasando al tango al piano de ‘Espérame en el cielo’, durante cuyo relativo silencio se escucha a la gente en ebullición a la espera de la siguiente eclosión: pues ‘Estadio Azteca’.

Parece que con ‘Tuyo siempre’ ya alcanzamos la altura necesaria para acomodarnos en la velocidad de crucero, pero está a punto de partirse en añicos la velada porque por ahí aparece C. Tangana después del fugaz guiño a los Beatles de ‘Nowhere man’. Incremento exponencial de decibelios, gente grabando vídeos con un móvil en cada mano y la cerveza bien apretada entre los dientes. «Muchas gracias, maestro Tangana», saluda Andrés al término de la muy celebrada ‘Hong Kong’. Pero es que ahora es cuando la noche está a punto de abrirnos una puerta que desconocíamos.

Es ahora cuando sale Ariel Rot. Es ahora cuando estamos más cerca de lo que nunca vamos a estar de la reunión de Los Rodríguez. Sí, ya sabemos, falta el difunto Julián Infante y el retirado Germán Vilella. Pero allí donde se reúnan Andrés y Ariel, dos argentinos en Madrid, resucitarán Los Rodríguez. Y esta noche lo hacen como hace un mes en Valencia, dos reencuentros que suceden sobre un escenario 16 años después (la última grabación es la versión de ‘Princesa’ de Sabina de 2019 con Calamaro, Rot y Vilella). En la pista, la gente trepa por la espalda de la persona desconocida que tiene justo delante. Es una noche histórica, en definitiva, en la que se encadenan ‘Mi enfermedad’, ‘A los ojos’ y ‘Canal 69’.

La energía ni se crea ni se destruye: se transforma. Y en el WiZink Center pasa de incierta a ser el sueño húmedo de cualquier compañía eléctrica, pues con la que se genera se podría iluminar la ciudad entera. ‘El salmón’ calma a la multitud enfervorecida, que vuelve inevitablemente a venirse arriba con los sensuales fraseos de Kase.O en mitad del coro colectivo que es en sí mismo ‘La flaca’. Las colaboraciones han sido claves para el buen rumbo de la noche. Suena con más ira que nunca el grito guitarrero de ‘Alta suciedad’ y nos tiramos sin paracaídas para despedirnos con la intensidad de ‘Paloma’. Clamando señalando al cielo con la garganta de par en par.

Gritos de oé oé oé. La gente trota sin moverse del sitio. Huele a cerveza derramada y pisoteada. Reaparece Ariel, se monta la verbena en ‘Sin documentos’. ¿Dónde irán los pogos que no hicimos? Este martes bailón se hacen todos, no se pierde ni uno hasta el cierre de forofismo desencadenado de ‘Los chicos’, a la que sigue el recuerdo a los Soda Stereo del añorado Gustavo Cerati como despedida y cierre. El público quiere más, pero no hay más, ahora toca asimilar. Ahí está Andrés Calamaro sobre las tablas del WiZink Center dando pases capote en mano entre aplausos, vivas y olés. El toro casi nos lleva por delante, la faena fue calurosa y ardua, pero terminamos saliendo por la puerta grande.

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