No sé. Hablábamos en nochevieja de la cantidad de discos guays que cumplen ahora treinta años. Pero y si fuera 1991 el año del ‘Achtung Baby’ y luego los demás.
Atiende. Que hablamos de que estaba el ‘Nevermind’ de Nirvana. Y el ‘Ten’ de Pearl Jam. Y el ‘Blood sugar sex magik’ de Red Hot Chili Peppers. O sea, que estábamos todos muy high.
Pero igual es verdad que el ‘Achtung Baby’ de U2 es el disco que… Bueno, joder, es que en 1991 incluso Axl Rose se marcó dos discos dobles con Guns n’ Roses. Pero… Bono estaba más sexy funky.
Voy a dar un rodeo rápido: Roxette, Bryan Adams, Metallica, Mecano, R.E.M., Michael Jackson, Soundgarden, Van Halen. Vale, ya vuelvo a casa: U2. ‘Achtung Baby’.
El mejor disco de la historia para esta casa. No vamos a defenderlo en 2021 como si fuera nuevo, no. Solo a reivindicarlo porque ya lo hemos escuchado tanto como para saber que somos esos surcos. Esos chutes en vena.
La revolución mainstream de aquel año la lideró Kurt Cobain, la secundó Eddie Vedder y a su bola la relanzó Michael Stipe. Bono, por su parte, se bajó al underground disfrazado de mosca. El puto mundo al revés, en definitiva.
¿Y qué tendrá este disco? Nunca lo descifraremos. Es algo que trasciende a las canciones. Porque no estábamos especialmente predispuestos a escucharlas, ¡qué va! Si el cambio fue tan drástico que U2 podría haber muerto.
Aunque, en realidad, U2 podría haber muerto y, de hecho, habría muerto, si hubiera intentado alargar más el éxito del Joshua y el Rattle. Porque, para empezar, no es su identidad irlandesa. Y, para acabar, porque esas canciones son irrepetibles en cualquier caso.
La redención vino porque todos nos asomamos a ver qué hay en el fin del mundo. Porque nadie puede cabalgar los caballos salvajes. Porque todos somos especialmente crueles.
Claro que lo más fascinante es la atmósfera. Es esa batería repleta de matices de Larry Mullen Jr, es ese bajo endrogado de Adam Clayton, es todo el mundo que crea The Edge con las guitarras.
Y luego está la voz sugerente de Bono. Sí, siempre me lo pareció: un Jim Morrison irlandés menos esotérico, más de ponerse hasta el culo de Guinness. Dublín no es Los Ángeles. De hecho, seguramente sea lo opuesto. Pero ahí estamos.
Y un Lou Reed, un lo que quieras. Pero que canta como los ángeles (aaaah, no la ciudad en este caso), resplandeciente en su faceta de estrella de rock envuelta en vinilo negro.
Me costó un porrón entrar porque yo quería un disco de rock. De manera que me ponía ‘The fly’ o ‘Even better than the real thing’ buscando algo. Como en 1991 no teníamos el streaming, pues nos estudiábamos los discos hasta dar con la clave.
A veces desistías, no creáis. Por supuesto. Me pasó con varios que no viene el caso porque no son de 1991 (recuerdo especialmente ‘Draconian times’ de Paradise Lost, al que accedí al fin no hace tanto).
Pero tiene su punto de placer insistir en algo que intuyes que te puede gustar hasta el punto de cambiarte la vida. Cuesta, pero una vez que te das el cabezazo contra la pared y te haces la brecha, ya no hay pared. Ya puedes decir ‘antes todo esto era campo’.
Querer abrazar al mundo a través del ojo de una aguja es, de largo, una de mis imágenes favoritas. Y desde aquí, sin atajos ni pactos centralistas: ‘Ultraviolet’, ‘Acrobat’ y ‘Love is blindess’. Conmigo o contra mí.
Quiero reiterar que no me gustó el ‘Achtung Baby’. Recuerdo perfectamente, en serio, el sofá de mis padres la mañana de Reyes del 6 de enero de 1992. No sé lo que esperaba, pero no ese vinilo. Hay que joderse.
Porque quien lo puso ahí, sabía más de mí mismo que yo entonces. Quien lo puso ahí, con su intención y determinación, vio algo. Puede que no me gustara, pero cuando empezó a gustarme meses después, se detuvo el tiempo.
Literalmente pasé a ser otra persona. Parches en las cazadoras vaqueras, cierta forma nueva de caminar, gafas de sol, ropa más negra. No sé. Esas cosas. La influencia del ‘Achtung baby’ me persigue hasta 2021.
Lo más fascinante es que todo eso lo vivimos en tiempo y forma. Dio tiempo. Y allí estuvimos el 22 de mayo de 1993 en el Vicente Calderón de Madrid, uno de mis lugares favoritos sobre la Tierra.
Aunque lo derriben, cuando paso por allí, lo sigo viendo y oyendo después de tantas y tantas noches de rock. Pero mi misión es recordar siempre la primera, pues es la que me cambió la vida. Como el ‘Achtung Baby’ en sí mismo.
Y, a pesar de todo lo que haya ocurrido desde entonces, lo malo y lo bueno, es un orgullo llegar al 2 de enero de 2021 con la convicción de que tengo un disco que me representa desde la alegría hasta el llanto. Desde la locura y a partir de ahí al delirio.
Cuidado cariño. El amor es ciego. Y nos estamos haciendo viejos hoy, día a día, en el momento presente. ¡No!