U2 (2018) WiZink Center y más. Madrid.

Crónicas

Y otra vez esa sensación de vacío, en esta ocasión unida a un cansancio severo derivado de una galopante falta de sueño y descanso. No porque haya sido un noctámbulo malvado y tal como otras veces, sino porque sencillamente mi cabeza no me ha dejado dormir más de tres horas por noche desde el miércoles. Supongo que es un poco como si encadenaras tres noches de Reyes Magos consecutivas -las dos en sí y la siempre molona previa- a los cinco años. Solo que ya viendo venir como veo los cuarenta este diciembre el desgaste es infinitamente mayor. Pero vamos, que guay.

Del primer concierto de U2 en el WiZink ya hablamos ayer para Europa Press en plan ‘seriote’, pero es que desde que finiquité eso no veáis si han pasado movidas. Todas ellas buenas y con mucha buena gente, así que resulta que de alguna manera el mundo es un poquito mejor ahora. Y resulta que el rock n roll sí que puede ser transformador. Y yo qué sé, no estoy tan en plan trascendental ahora mismo, estoy básicamente en paz. Y como es costumbre, escribo aquí para que no se me olviden las buenas sensaciones, para recordar que todo esto pasó y tener una toma de tierra cuando la mierda ocurra. Que ocurrirá en algún momento, aunque no hoy.

Así que bueno el relato esta vez empieza con una ligera resaquita -bah, mínima, casi una formalidad- escribiendo esa crónica para Europa Press y tras un rato de que si esto que si aquello, yendo al cole a recoger a estos a las 15:00. En ese momento, juro y perjuro que deseaba que la gente que estaba ya en el Hotel Villa Magna me dijera ‘vale ya está ya han salido y se han ido’. Mas no, qué va, no era esa la movida de este viernes. Que aún tardan. Así que nada, para allá que me los llevé en plan ‘hoy tenemos un plan cojonudo nos vamos a ver a Bono a un hotel’. No recibí los vítores que hubiera deseado, tampoco lo vamos a negar, al fin y al cabo yo tampoco estaba especialmente por la labor de ponerme en modo groupie.

Pero en ese rato pensé en la infinidad de veces que me obligaron a ponerles Songs of Innocence en el coche aunque yo no quería. Y la infinidad de veces que me han hecho lo mismo con Songs of Experience. Unilateralmente pues allí nos plantamos y al principio no pintaba muy bien porque, claro, había mucha gente que llevaba más tiempo y estaban ya en una zona acotada preparaditos y nosotros en la calle. Pero tras una espera bastante coñazo se abrió la espita -el segurata de Bono, ya sabéis, Bryan, hizo un barrido al personal y nos señaló diciendo solo ‘kids’ y haciendo el gesto de que nos dejaran pasar… no les llevé aposta para eso, que no joder, pero eh- y pudimos pasar todos hasta esa comodidad y ya sencillamente esperar. Demasiado, muchísimo, pero estos son unos cielos -no lo digo yo, lo dijeron todos los que estaban alrededor tan hasta el moño como nosotros- y aguantaron estoicamente. Coño, hasta el otro perillas ese tochísimo de la banda se acercó y nos soltó un «¿están tired?, I know».

No sé, al final es una chorrada y evidentemente lo hice por mí, pero me gusta pensar que creé un recuerdo guapo que les gustará cuando pasen unos años intentar recordar que después de tres horas de espera interminable pues Bono les habló, les dijo que eran muy guapos, les chocó la mano y les llamó por su nombre. Y que The Edge y Adam Clayton estuvieron igualmente encantadores y tenemos fotos con los tres -ya sabemos que Larry pasa total y así está bien-. No me permito casi nunca este tipo de licencias pero qué cojones tengo que explicar a nadie, simplemente es un puntazo tener ese ratito fugaz de agradecimiento a gente que te ha llevado hasta este lugar en el tiempo y el espacio, pues no conviene olvidar que, aunque siempre tuve vocación, sé que quise profesionalizarme en el periodismo para cubrir conciertos y, en última instancia, acceder a U2. Pues todo eso ha pasado esta semana, así que tampoco vamos a quitarle hierro al asunto. Ni a fliparnos. Sencillamente lo agradezco y más aún con los fichajes que no estaban entonces en mi vida pero están ahora y que llevan todo el sábado recordándolo. Es guay, me siento bastante feliz. Mucho, vaya. Os digo hola.



La parte chunga de esto es que salimos del Villa Magna a las 18:30 pasadas y había que cruzar Madrid dos veces, primero para dejarles muy en el ‘south side’ a buen recaudo y luego para llegar hasta el WiZink ya yo en solitario. Y coño, me dio tiempo incluso a tomarme una buena Mahou a eso de las 20:15 y quitarme un poquito la considerable sensación de estrés que llevaba encima. Pero todo tenía que salir bien. Tan bien que incluso esa Mahou la pedí por whatsapp saliendo del metro de O’donnell y me estaba literalmente esperando bien fresquita en la calle Fuente del Berro. ¿Sabéis esos días en los que todo va de cara? Esos días molan, esos días son nuestro legado y son minoría. 

Sin solución de continuidad todos para dentro -no somos pocos, siempre somos muchos, aunque siempre faltan algunos- en esta ocasión al lado derecho de la pista por eso de cambiar. Lado Adam, vaya. Y como el día anterior, venga abrazos, venga achuchones con toda la gente de U2 East Link, venga sonrisas, venga cervezas. Y que ya hemos visto las fotos y que vienes sudado y tienes mala cara pero contento a la vez. Porque lo que mola de estos conciertos concretamente es que el sentimiento de pertenencia está por encima de cualquier otra consideración. La militancia no escogida, sino asignada. El ‘sold out por decreto’. El ‘Boniato’ y compañía. Los chats de whatsapp repletos de sensaciones y el modo avión intermitente para tratar de alargar la desconexión telefónica inevitable.

Y la segunda noche yo diría que mejor aún que la primera, que ya fue de por sí soberbia. El inicio con toda la matraca de El Gran Dictador es impactante y apabullante y el truco de trilero de la gran pantalla en The Blackout es inapelable. Que si ‘¡vamos Madrid!’, que si venga, que si vamos, que si ya todo da igual. Algo hace click y ya no estoy cansado. Tampoco estoy sobrado. Pero todo está en su sitio y Lights of Home lo reconfirma con Bono volviendo a cantar estupendamente y llegando a todas las malditas notas, también las más altas. Vuelve el irlandés por donde transitara a sus 58 septiembres, desde luego mucho mejor que en algunas otras giras que todos recordamos -si no las recuerdas me fascina que hayas llegado hasta aquí leyendo, jaja-.

Y que bueno, que yo qué sé joder, que tampoco me siento yo como un jodido oráculo para decir lo que está bien y lo que está mal. Pero este concierto de U2 el 21 de septiembre en el WiZink Center de Madrid estuvo más que bien. El repertorio ya lo sabéis y ya sabéis que I will follow lo peta y que la banda suena cruda y potente y con fuerza. Nos reímos mucho comentando la jugada después y enfatizando que Bono puede durar para siempre porque va a jodida cámara lenta. Y es verdad, ahora veo vídeos y ya es imposible no pensarlo. No es que no se mueva, es que la teatralidad en slow motion es su maldita especialidad. Ya me parece más excesivo ese otro amigo que sale afirmando que Bruce Springsteen es casi de segunda división comparado con U2. Joder, eso no lo podría afirmar yo nunca así tan alegremente, pero ahí estaba el tronco asintiendo y que sí que sí. Y ante un tipo que ha visto a Bruce más de cuarenta veces. Era su primera vez, así que eso para los orcos que lo ven todo negro profundo. Ellos se lo pierden, coño, con lo que mola disfrutar las cosas. Se puede ser crítico y disfrutar, no es necesario putearte a ti mismo. De eso ya se encarga la vida.





All because of you es un rollo y es inexplicable, aunque lógicamente lo das todo. Beautiful Day tiene un desparrame final fantástico con toda la épica que todos esperamos de U2 y esos gritos de venga, arriba, Madrid y toda la pesca. Pero Beautiful Day también es un poco rollo al principio. The Ocean es un interludio que sí que no y lo cierto es que la parte ‘biopic’ que empieza con Iris me sigue resultando emocionante. Por fortuna no sé lo que es perder a una madre o un padre, pero si sé que uno de mis principales temores es no estar ahí para mis hijos. Perderme todo, como la madre de Bono, muerta cuando éste era adolescente, se ha perdido a U2. Ese relato en primera persona es lo que más me gusta de esta gira y de los dos últimos discos de la banda, porque hablar de uno mismo es lo más chungo, lo más ruborizante. A mi me da cosita, pero me obligo, paso de todo y os pego la chapa. No por ego, sino porque todos más o menos cohabitamos en estos miedos, estos anhelos, estos sentimientos compartidos.

Cedarwood Road es un cañón y da gusto estar en pista viendo a The Edge darle chicharra a la guitarra a un par de metros. Sunday bloody sunday obviamente es un himno pero un poquito descafeinado al perder la clave de la grabación original, que es la batería marcial que todo lo eleva. Aquí el tamborilero queda guapo pero melifluo, así que lo divertido es mirar fijamente a Larry Mullen para escudriñar su mente e imaginar qué cojones estará pensando. ¿Se quiere pirar? ¿Tanto se aburre? ¿Os imagináis que lo está gozando a muerte? Es imposible saberlo porque hace su labor mirando al infinito y como viene se va. Con pinta de estar harto de sí mismo y de todos nosotros. Pero justo por eso me hace gracia el maldito, que luego se sienta otra vez en su batería principal y clava un Until the end of the world que da gloria escucharlo, tan omnipotente y ceremonioso.



Vamos a la intermission, vamos a la barra y al excusado y a afrontar que otra vez está aquí Elevation. Los problemas hay que afrontarlos de frente. Y de la misma manera que las preocupaciones sobrepasan al protagonista de Until the end of the world hasta llevarle a perder la inocencia, aquí el gentío te pone en tu sitio dándolo todo con los aulliditos y toda la pesca. Elevation es un misil en directo nos pongamos como nos pongamos, por más que lo hayamos escuchado trillones de veces y pueda ser simple y repetitivo. Pero qué caramba, qué gusto da ver las gradas del WiZink con todo el personal en pie y pegando botes sobre los asientos. Al final esto es bastante básico y se trata de encaramarte a lo alto y pegar botes porque sí. Con Vertigo ocurre exactamente lo mismo y resulta aún más contagioso. Rock certero, relativamente ramoniano, directo y sin complicaciones. Eso funciona y mucho.

El punto discotequero de Even better than the real thing me tiene loquito y Acrobat es un momento de recogimiento en la esquina de la pista, atrás del todo, donde la barra, con una cerveza rebosante y el personal de seguridad acordonando la zona para que luego pase The Edge. Uno de los que venden cerveza le está diciendo a alguien ‘no soy muy de U2 pero estuve ya ayer y estar con tanta gente emocionada me hizo emocionarme a mi también y hoy he estado todo el día escuchándoles’. Ah, la militancia de U2. La militancia en general. No sé cual grupo de fans está más chiflado, he pensado varias veces adentrarme en eso para escribir algún artículo chulo porque transito varios de otros artistas y al final se repiten los patrones. La gente de U2 me gusta, por lo general, bastante.



El tramo acústico se me hace un poquito bola esta vez con You’re the best thing about me y Summer of love. O sea, está bonito y estábamos ahí en plan íntimo, pero qué pasa, uno a veces también desconecta de sí mismo por lo que sea. Creo que fue culpa de los seguratas que andaban agobiados poniendo cintas y encarándose con el personal que solo quería ir al baño o a por una cerve. Pero vamos, que la cosa tampoco fue a mayores y The Edge efectivamente pasó por nuestro lado bordeando el pabellón para llegar hasta su pedestal en Pride. Otra de esas canciones que supuestamente odiamos porque ya están más que resobadas pero que en vivo dan gusto porque toda la gente que no piensa diariamente en U2 se dedica sencillamente a disfrutar y a cantar. Eso es guay también y cantar ese estribillo perfecto siempre es liberador. Y qué bien llega Bono, qué tranquilidad, y cómo suena a clásico Get out of your own way -seguramente por ser un autoplagio indulgente, pero eh, quien no es a veces una fotocopia de su mejor yo-.

El carisma de Bono en slow motion se engrandece en ese alegato europeísta que es ahora New Year’s Day. Que suena como un puto cañón, volumen a tope, batería trotona, guitarra serrucho y bajo musculoso. Es uno de los momentos de estos conciertos, indudablemente, no solo por la gran bandera de Europa al fondo del escenario, sino porque además excita muchísimo al público. Me encantan estos ratos que ocurren también en I will follow por ejemplo, cuando desde mi 1,72 de estatura solo ves brazos y más brazos agitándose y saltando. Eso pasa también en New Year’s Day. En esos cinco minutos querría vivir siempre, tengo muy aprendido ya cómo acceder a ellos cuando lo necesito, pero me gustaría perfeccionarlo aún más y, sobre todo, contaros el truco. Ya os diré.



Cuando llega City of blinding lights es un poco mierda porque debería estar Where the streets have no name, la mejor canción ever del rock de estadio (y ever a secas). Pero no está y en realidad no pasa nada. City hace su papel y cumple con el desafío del grupo de pasar de algunos grandes clásicos y reivindicarse como banda de presente. A mi eso me encanta, es que no hay ninguna otra banda de este nivel que tenga esa actitud. Lo dicho, igual defienden lo indefendible con discos que no están a la altura de su legado, pero me parece inspirador que U2 en 2018 aún mantenga esa actitud. Me gusta militar en eso y me lo apropio para mi vida diaria.

Como también me gustó mucho que tocaran Spanish Eyes, obviamente. ¡Una sorpresa! En una gira sin sorpresas, esto es un maldito hito. En el hotel alguien llevaba una pancarta reclamando esta canción y se salió con la suya. Además, la acabaron bien por una vez. Y así se hizo presente el Joshua Tree aunque fuera en forma de cara-b, obligando a U2 de alguna manera a salirse de su propio discurso. Fue un momento top aunque a mi alrededor, en el primer tercio de la pista, tampoco es que el personal estuviera muy al tanto de lo que estaba sonando. Pero los pabellones y los estadios se llenan siempre de gente que no tiene por qué conocer la obra y milagros del artista de turno hasta el maldito tuétano. Así que el regalo es doble para los que sí andamos por esos terrenos pantanosos al norte de Dublín.

Hay otro bis aún para One, una canción que siempre te hace algo por dentro. Siempre. Y esta noche Bono pide que apaguen las luces y buena parte de los 15.000 asistentes responden encendiendo sus celulares. Es algo ya bastante recurrente en los grandes conciertos de un tiempo a esta parte, pero en ninguno de los otros está sonando One. Eso es nuestro, eso es único. Y no es en absoluto la primera vez que se me humedecen los ojos esta noche pero tampoco voy a ir más allá. Ahora mismo puede que esté ocurriendo de nuevo al escribirlo y así está bien. Creo que esta noche voy a dormir como un bebé por fin después de tanto dislate emocional. Es una vidita consagrada a U2, qué queréis que os diga por escrito. Poca cosa. Me sale mejor con una cerveza en la puerta del WiZink cuando ya todo ha pasado.

Pero esperad, que aún queda Love is bigger than anything in it’s way, un inesperado himno por la diversidad sexual que, aparte, es la canción de Bruno. Básicamente porque la primera vez que la escuché le tenía en brazos y bla bla bla, putas cosas personales. Pero es y eso es nuestro. Y la respuesta del público es bastante más grande de lo que uno esperaría, apuesto a que incluso a la banda le ha sorprendido esto, por mucho que creyeran en esta canción. Por mucho que crean en sus dos últimos discos, tampoco se les puede olvidar que son U2 por todo lo que hicieron antes, sobre todo en los ochenta y los noventa del siglo pasado. Así que el riesgo que toman ahora tampoco es un salto al vacío, tiene red y está medido. Las cosas como son. Es el fakin Bono! 

Llegamos al final con 13 (If there is a light) que a mi personalmente me arrumaca mucho con todo eso de los temores de la noche y demás. A lo mejor es porque a veces alguien me llama en plena madrugada y me pide que me quede a su lado y le cuente cosas bonitas. Y recuerdo entonces lo mal que se pasaba en ese rato y lógicamente me quedo. Yo también desearía tener más inocencia, como cualquiera. No estar a veces tan quemado, tan descreído, tan desencantado. Todo eso nos pasa a todos, claro. Pero por eso creo que me gusta tanto U2, porque con un poco de experiencia y toda vuestra buena compañía, puedo recuperar buena parte de mi inocencia y comportarme por unos días como un crío pequeño. Es más que música, por supuesto que sí. Es una vida que antes era quizás más solo mía y que sigue incorporando a su vez otras vidas. Y os agradezco mucho los abrazos que os pedía el otro día y que nos dimos gratis. Sois apasionantes.



Comparte
Tagged

1 thought on “U2 (2018) WiZink Center y más. Madrid.

  1. Yo también escuché por primera vez Love is bigger con mi hija en brazos (1 añito). Nunca lo olvidaré y esa canción es muy familiar para mi. Respecto a los abrazos… yo me di unos cuantos con 4 leoneses que no conocía de nada pero es lo que tiene U2, te regala esas cosas. Gran crónica como siempre!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *