Carlos Santana en las Noches del Botánico

Santana en el Botánico: si las guitarras pudieran hablar

Crónicas

Si las guitarras pudieran hablar clamarían a través de Carlos Santana. Chamán musical que si lleva 60 años tocando lo que le da la gana, ahora ya puedes imaginar que es eso y más. Es lo que hay para mal, para regular, para bien y para muy bien. Toda esa paleta a la vez. Es el puto Carlos Santana en el escenario de estas Noches del Botánico que parecen infinitas, que no tienen fin y nos llevan durante dos meses de la manita desde principios de junio hasta finales de julio para arrojarnos ahora ya sí, sin salvación posible, contra el ardiente asfalto del mes de agosto en la ciudad.

Se acabó el oasis (este oasis, vaya). Habrá que descansar de los conciertos alguna vez, pero esa es otra historia. Lunes 28 de julio, de nuevo en la Complutense. Y ahí sigue la inquietante luz de ese despacho en el edificio de Geológicas que (¡misterio!) está siempre encendida a estas noctámbulas y veraniegas horas. Si las guitarras pudieran hablar, decíamos. Es que no hay tantísimos guitarristas que, de hecho, las hagan hablar. El mexicano lo lleva haciendo toda la vida, desde antes de aquel Woodstock del 69 que le encumbró a la categoría de leyenda. Y lo sigue haciendo a los 78 años como si acaso no fuera eso en sí mismo, con su inconfundible sonido, asombroso.

Las fotos son de Fer González.

Arranca Santana en el Botánico

El vigor de ‘Soul sacrifice’ (de su álbum homónimo de debut) para dejar las cosas claras de primeras porque, en esencia, esto de tocar música es entregar tu alma. ‘Jin-go-lo-ba’ y ‘Evil ways’ para continuar y ya se ha ido de madre la cosa con esta banda de una decena de músicos que te aporrea el pecho con más percusión que Mayumaná y una colección tremenda de tambores, congas, timbales y lo que se les ponga por delante a Paoli Mejías y Karl Perazzo. Y ni que decir tiene que aporrea que no veas su esposa Cindy Blackman (a quienes muchos recordaréis de otros episodios protagonizados por Lenny Kravitz), que se marcó un solo en la parte final en la mejor tradición del género jevimetalero.

También percute el cantante protagonista Andy Vargas, que comparte labores vocales con Ray Green, quien a su vez toca el trombón. Benny Rietveld al bajo, David K. Mathews a los teclados y Tommy Anthony completan este torbellino como Santana por todos conocido y que arropa a Carlos no hasta el punto de eclipsarle, pero sí para que se sienta convenientemente seguro en el disfrute en un irreal segundo plano. Porque en realidad todos lo estamos mirando a él, aunque se haga un poco el loco como quien está en el salón de su casa mascando chicle, sentado en el taburete y tocando de espaldas en ocasiones para conectar más con los músicos que con el público. A su bola, pero no tanto.

Pum. Tratrá. Pum. Tratrá. Pum. Tratratratrá.

‘Black magic woman’ (en la que pide que le suban el volumen de la guitarra, eso es venirse arriba y es bien), ‘Gypsy queen’ y ‘Oye cómo va’, siempre en ese mismo orden. Si no eres capaz de sacar a toda prisa de tu cuerpo el ritmo que te mete la banda de Carlos Santana estás severamente expuesto a padecer un ictus. Se contonea uno pues por purita supervivencia. Pum. Tratrá. Pum. Tratrá. Pum. Tratratratrá. Es todo el rato, incesante en su persistencia, el despiporre instrumental, de ‘Abraxas’ (afrolatino, ritmos caribeños, rock latino, jazz, rock, soul, yo qué se ya), aderezado en los momentos más álgidos con los éxitos pop de ‘Supernatural’, que es precisamente el disco que celebra esta gira en su 25 aniversario. Por eso, cuando suena ‘Maria Maria’ el personal se viene arriba.

Sejemante éxito comercial fue aquel, transcurridos más de treinta años de carrera. Eso no es para nada habitual. Fue tan colosal, que intentó alargar (con tino moderado) la fórmula comercial con ‘Shaman’ en 2002, de la que suena ‘Foo Foo’. Le sale el ritmo a chorros a esta tribu. Porque de eso va también todo eso, de ahí los vídeos tribales africanos en las pantallas, la conexión con la tierra y la espiritualidad como forma de trascendencia a través de la música. ‘Everybody’s everything’. Luego un solo de bajo. Riffs de guitarra de ‘Iron man’ de Black Sabbath y ‘Smooth Criminal’ de Michael Jackson. ‘Samba pa ti’. ‘She’s not there’ y la mentirijilla que ha terminado siendo ‘Me retiro’.

Prueba a cerrar los ojos

La jubilación no es una opción. Puede ir a ratos desordenado Carlos con los trastes, pero esa es ya la ley con los músicos que rondan los ochenta años. Que se dice pronto, madre mía. Llegados a este punto de sus vidas, saben más lo que hacen por intuición, memoria y oficio que por precisión. Estoy casi seguro, de hecho, de que es más valioso eso que cualquier tipo de perfección. Pruebo a cerrar los ojos para así amplificar la recepción del sonido sosteniendo una cerveza fría en esta noche de verano y sentir en ese preciso instante la vida: funciona. Hagan la prueba, señoritos y caballeras.

Hay un tipo literalmente en la última fila de la grada, con camisa azul clara, en pie alrededor de gente sentada, él solo, agitando los brazos dejándose llevar en ‘Hope you’re feeling better’, que les sale bien rockera. No se sienta tampoco en ‘(Da le) Yaleo’. Ese también se sabe el truco de cerrar los ojos y concentrarse así más en lo que te pone rojitas las orejas. Porque, musicalmente, este recital es tan torrencial que corres el riesgo de querer ponerte a cubierto. Pero no, hombre, no, chiquilla, al revés. Exponte a la que se te viene encima y mañana, a lo Escarlata O’Hara, ya veremos las consecuencias.

‘Corazón espinado’ y ‘Smooth’

‘Put your lights on’ como preludio del otro gran momentazo de la noche en forma de ‘Corazón espinado’. Queda claro que el gentío valora el poderío instrumental, pero se muere por cantar un buen estribillo pop. Bueno, pues ocurre y ocurre fuerte. A esta canción le pasa que tiene eso y que al mismo tiempo hay quien canta la línea de guitarra de Carlos Santana (que, claro, nos habla). Ese es el cruce de caminos que la llevó no ya a lo más alto de las listas de éxitos, sino a lo más hondo de nuestra memoria colectiva. Un puro hit comercial en tu jeta sin paliativos ni hostias. Siguiendo un poco la onda de la velada y haciendo un tonto (pero cierto) juego de palabras, esto es maná caído del cielo.

Lanza Carlos su mensaje de amor, siempre conveniente. «Nuestra luz es más poderosa que la estupidez», afirma, con toda la maldita razón contra los que nos empujan a la mierda de las guerras y a la mierda en general. ‘Toussaint L’Ouverture’. Suena por ahí un guiño al ‘While my guitar gently weeps’ de los Beatles. Y venga congas y timbales y timbales y congas. Pum. Tratrá. Pum. Tratrá. Pum. Tratratratrá. El solo de batería que decíamos antes. Teléfonos arriba por unanimidad para registrar ‘Smooth’, semejante colofón. Buen fiestón.

Si las guitarras pudieran hablar, decíamos. Pero, me pregunto: ¿acaso no pueden? Le dedicó Carlos su primer concierto madrileño (y español) en dos décadas al «gitano Paco de Lucía». Cabe la posibilidad de que las guitarras puedan hablar (vamos, que sí), pero en una frecuencia que los comunes mortales no podemos sintonizar. Salvo el pavo ese de la camisa azul agitando los brazos puesto en pie. Tengo clarísimo que nos estaba avisando exactamente de eso: ¡estaba escuchando a la guitarra de Santana hablar! Lo que le dijera o le dejara de decir nunca jamás lo sabremos porque el pavo trascendió. Afortunado, con todo el cariño, mamón.

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